'Mas líbranos del mal', una obra de la artista argentina Carla Peria.
'Mas líbranos del mal', una obra de la artista argentina Carla Peria.

Recuerdo, y leo, un artículo que publiqué en otro medio, hace ya un buen puñado de años, que siguiendo el recorrido vital del que suscribe, cobra para mí cierta actualidad. Sé que no es algo ortodoxo, pero me gustaría recuperarlo con los cambios oportunos que los años han propiciado, admirando que la vida sigue igual. Para comenzar decir que el artículo en cuestión llevaba por título Bajar al Infierno; hoy lo cambio, lo actualizo por otro igual de enigmático pero, dado los tiempos que corren, me parece un título que expresa lo que quiero decir: Mas libramos del Mal

Bajar al infierno como lo hizo Dante, acompañado de Virgilio –o esa alegoría de la vida humana que escribió Dickens en su Cuento de Navidad y el inicialmente malvado Scrooge– es, digamos, algo soportable, pero definitivamente no dejan de ser eso: alegorías, aventuras literarias fabricadas en luminosas mentes como la del propio Dickens o Dante Alighieri. Pero si, se baja al infierno y normalmente –lo aseguro– bajas solo, con todos tus miedos, con todo tu dolor.

En vida te pasan cosas, buenas o malas, y de entre las malas están aquellas que una vez pasadas pueden hacer insoportable la vida nueva. Virgilio al final llevó a Dante al paraíso a encontrarse con su amada Beatriz, y Scrooge llegó al paraíso de su conversión en un hombre bueno. Pero, como digo, bajar al infierno, del que siempre se sale –somos mortales acuérdense–, no garantiza que después vuelvas al paraíso, es más, y lo digo con gran dolor, tienes la gran probabilidad de que a la vuelta seas un zombi y entonces ¿merece la pena vivir una vida que ya no vives? ¿Y por qué hay gente que se empeña en que bajes al infierno? ¿Por qué hay gente que se divierte desde su prepotencia, su incompetencia, su soberbia, su egolatría, el que tengas que vivir el infierno? ¿Y por qué, estando el infierno rodeándonos todos los días, hay gentes que ven como indiscriminadamente, casi por diversión, te llevan a ese infierno, se encogen de hombros y, como buenos cristianos, te desean lo mejor o, como mucho, engañosamente te dicen eso de “lo que necesites, ya sabes…”? ¿Por qué no callan sus hipócritas bocas?

El infierno existe, yo lo conozco, y sé que pelearé para que esa gente que dispone, como se suele decir, de tu vida y tu hacienda, dejen de disfrutar de manera volitiva de la desgracia en la que te hacen caer, gracias a su indolencia, a sus bostezos aburridos en el púlpito que una sospechosa oposición les ha dado poder... poder como el que tenía Nerón, poder para ver como se quema Roma mientras con su lira recita poemas absurdos sobre su absurda vida. El aburrimiento es mala cosa, es muy probable que se termine perdiendo el orate y con su poder, su sentido del ridículo ignorado, sus escasas convicciones de personas de orden, a pesar de sus títulos, prebendas y poder, te hagan aborrecer el estar vivo, mientras más pronto que tarde te das cuenta de que no es que odies el estar vivo, es que solo eres un zombi, solo que no das miedo, no eres peligroso, eres simplemente un muerto viviente, sin más.

Hace unos días hubo quien me dijo que lo legal y la justicia no van de la mano y que la verdad judicial en algunas ocasiones solo es –esto es mío– una mentira injusta basada en una falta absoluta de interés por el trabajo, de una incapacidad innata o adquirida para reconocer un error. Un bostezo, un pedo en tu boca. Yo no quisiera tener tanto poder, ya se sabe lo que dijo, y muy bien dicho, Lord Acton: Todo poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Y hay gente que tiene tanto poder que está absolutamente corrompido moralmente, ya le da igual todo porque todo, cree, depende de su divina voluntad.

La vida no te permite volver atrás y comenzar de nuevo, pero C. S. Lewis nos ilusionó cuando nos contaba que puedes comenzar donde estás y cambiar el final. Pura ilusión admirado Lewis, si eres un zombi ya no puede cambiar el final, no te dejan.

Yo me quedo con algunas enseñanzas que me ofreció un querido y desgraciadamente difunto amigo: ir por la vida de frente, sin engañar –no merece la pena–, trabajar, aprender, no tener rencor, no odiar, que dispongan de nosotros lo que quieran pero que sepan que el único reproche que me pueden hacer es el de intentar hacer las cosas bien sin perjudicar a nadie ni violar ningún precepto justo y legal. Lo que hagan dará igual, saldré del infierno y seguramente viviré esa vida de zombi que tanto les divierte a muchos. ¿Mi paraíso? Pues igual mi añorado amigo tenía razón cuando el paraíso existe y cuando llegue a él podré retomar esas charlas tan agradables que solíamos tener. Por lo demás y si sirve de algo para quien los desee: Líbranos del Mal, aunque el Mal sea tan poderoso.

 

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