Techos altos con vigas de madera; mesas de patas de hierro y mármol negro; sillas de madera de finales de siglo XIX; ventiladores de aspas centenarios con dos dedos de polvo; baldosas blanquinegras en el suelo; una barra robusta de madera coronada por mármol; cestas de mimbre; un reloj de los años 20 que ya no marca la hora; Santa Marta y El Cristo en dos carteles; la Esperanza y El Sentencia en un pequeño azulejo; un antiguo espejo con el célebre Gambrinus de la Cruzcampo que es una auténtica joya; Rafael de Paula, Curro Romero, Paco Ojeda, Antonio Ordóñez, Antoñete y José Luis Galloso torean faenas eternas en carteles taurinos de las ferias de Jerez, Marbella o Madrid. Fotos de Manuel Moneo, Moraíto Chico y Agujetas hijo.

Manuel Ortega, en el centro, junto a uno de sus clientes y uno de sus empleados.

En el café-bar La Perla, en calle Doña Blanca, esquina con Unión, parece que se parara el tiempo un siglo atrás. Aquí no hay trampa ni cartón. No hay un decorado, como en esos nuevos establecimientos que abren queriendo imitar lo antiguo. “Esto es un sitio viejo, que se mantiene viejo y que queremos que siga siendo viejo”, explica Manuel Ortega Núñez, de 56 años, propietario de un negocio que heredó de su padre, José Ortega Ibáñez, hoy con 87 años, tras nada menos que 69 sirviendo cafés. José, que entró a trabajar siendo un huérfano de apenas 13 años, se hizo con el negocio cuando la propiedad pensó en traspasarlo.

Explica Manuel, con documentos en la mano, que el bar se fundó en 1889, por lo que junto a La Parra Vieja y La Moderna, otros clásicos del centro, forma parte de esa triada de bares centenarios que aún perduran en el centro de Jerez.El histórico negocio lo inaugura, señala Manuel, la familia de Miguel Cala Ramírez, quien era propietaria de la Bodega Cala, ubicada en el Angostillo de Santiago y, a su vez, de muchos de los ‘Pare y beba’, bares y tabancos en los que servían vinos de su bodega. Lo del nombre de La Perla no sabe Manuel a ciencia cierta a qué se debe, si bien los Cala comercializaban un fino con ese nombre, lo que hace pensar que pudiera deberse a eso.

Lo cierto es que La Perla, que en principio abrió como licorería en lo que antaño había sido una cuadra y una pequeña bodega en los bajos de una finca del XIX, ha sobrevivido al paso de los tiempos y a los muchos cambios que ha experimentado el centro, sobre todo con las peatonalizaciones de Larga y Doña Blanca. Ahora La Perla vive, principalmente, de los desayunos, ya sea a base de café y tostada o de chocolate para acompañar a los churros que se venden en los puestos, frente por frente al bar, aunque también domina la cocina tradicional jerezana, con los platos de Tomasa, la octogenaria madre de Manuel, que los elabora en casa para servirse luego en La Perla. Aquí también dan la opción a cualquiera de comprar su pescado fresco y llevarlo al bar, donde se lo freirán por un módico precio.

Interior del bar con calle Doña Blanca al fondo. FOTO: MANU GARCÍA

Sentarse cualquier mañana en la terraza de La Perla es descubrir ese Jerez profundo, el que habita en torno a La Plaza. Personajes pintureros, bohemios, escalichaos, señoritos. También turistas en busca de lo auténtico, como esa pareja de guiris que, mientras entrevistamos a Manuel, piden una extraña combinación de cafés con papatas alioli. “Para mojar”, señala con guasa uno de los camareros al pedir la comanda. Pero el propietario de La Perla echa de menos ese otro ambiente que se vivía antaño. Por aquí pararon Lola Flores y Manolo Caracol, vendió tabaco tío José de Paula y han armado las mejores juergas flamencas los gitanos de la Plaza de Abastos. “Éramos una gran familia. Aquí paraba mucho Manuel Moneo, El Torta, los Méndez, Moraíto, Agujetas, Parrilla... Aquí, el Beni de Cádiz le preguntó a mi padre si podía llevarse una de las mesas antiguas, porque se enamoró de una”, rememora Manuel.

La Perla ha sobrevivido a la crisis y a la actualización de la renta antigua. Aunque sus épocas fuertes son las Navidades, las ferias y la Noche de Jesús, el bar aguanta el tirón de los nuevos tiempos. Aun así, hasta que no llegue el calor no abrirá nada más que en horario de ocho de la mañana a cuatro de la tarde. Manuel, que ha crecido entre las cuatro paredes de su negocio, espera que el negocio se mantenga en un futuro en la familia.

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Jorge Miró

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