El monaguillo pervertido

. Como monaguillo que fui de él, no tuvo ninguna queja y aguantó con cara de jugador de póquer todas las pillerías que cometí, hasta que me declaró “monaguillo pervertido”

San Simeón, el santo loco. Y el monaguillo pervertido.
San Simeón, el santo loco. Y el monaguillo pervertido.

Pedro Rubiano Sáenz, fue mi confesor espiritual, también me impartió, en el colegio, clases de ingles y religión. Para mí fue siempre el padre Rubiano, y así le llamé cada vez que nos encontrábamos, aunque era ya cardenal primado en Colombia. De su vida en Canadá y la pertenencia a la Orden de Malta, no diré ni pio, vaya a ser que sufra un accidente en la bañera.

El padre Rubiano y yo, nos caíamos mutuamente bien. Como monaguillo que fui de él, no tuvo ninguna queja y aguantó con cara de jugador de póquer todas las pillerías que cometí, hasta que me declaró “monaguillo pervertido” (palabras textuales), por leer Lolita del ruso Vladimir Nabokov. Sentenció que no era una lectura apropiada para mi edad y que yo era mal ejemplo para el resto de los monaguillos del colegio. Supongo que razón tenía. Al padre Rubiano lo sustituí con mi acercamiento al padre Camilo Torres Restrepo (El cura guerrillero). Cuando se enteró Rubiano puso el grito en el cielo y yo pie en Europa.

Los curas siempre se han atravesado en mi vida, descartado contadas excepciones, siempre para bien. Un ejemplo: me hallaba compungido por lo que me sucedía en aquel entonces con una dama que me tenía en un sin vivir. Con ella quería llegar al cuerpo a cuerpo, pero no pasaba de un raquítico cruce de armas. Me puso por condición para ceder a mis pretensiones que la hiciera siempre reír. Yo que soy más soso que sevillano nacido en Viernes Santo, se me cayó el alma a los pies.

El remedio a mis cuitas, vino de mano de un sacerdote que conocí en una biblioteca. Me dijo que la Iglesia tenía solución para todos los males a través de su santoral. Y que todo pasaba por encomendarse al santo adecuado. Me soltó que el mío era San Simeón.

San Simeón de Emesa es el loco más loco de todo el santoral, situándolo bajo el reinado de Justiniano (527-565 AD) y se describe como un “santo loco”, uno de esos pocos “monjes herbívoros” que consiguieron regresar al mundo desde el desierto en el que decidió vivir.

El comportamiento de Simeón es chocante y escandaloso, como los actos de un loco. Arroja piedras a las mujeres en la iglesia, defeca en la plaza pública camina desnudo por la ciudad, entra en los baños de mujeres, devora pasteles en Jueves Santo e incluso se finge poseído por demonios. Aparte de frecuentar a las prostitutas, Simeón se comporta como tres tipos de personajes de mala reputación: el poseso, el mago, y el bufón o actor de teatro, todos ellos vinculados con los demonios para los cristianos.

Simeón gusta de imitar a los posesos, cuyos vínculos con los demonios son evidentes, y la gente le confunde con uno de ellos. Igualmente, envía demonios contra los que le desobedecen y finge que puede crear amuletos protectores contra el mal de ojo, grabando conjuros en placas de metal. También deja bizcas a las muchachas que se ríen de él e inutiliza la mano de un prestidigitador y de un ciudadano que desobedece su advertencia de no golpear a sus esclavos.

En fin, y para hacer corta la historia, me encomiendo al santo loco y al final me caso con la dama, viviendo felices comiendo perdices, pero eso es otra historia truculenta que algún día contaré. 

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Eduardo Arboleda Ballén

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