La Vuelta a España, que estos días ha sido antagonista a su pesar por las protestas propalestinas, empezó a organizarse en nuestro país hace 90 años, es decir, en 1935, cuando el sueño de una República que nos sacase de tanto atraso secular volvía a disiparse por segunda vez. Aquel año, el virus del nazismo ya había sido inoculado en la culta sociedad alemana y los judíos sufrieron una notable degradación de sus derechos por culpa de aquellas Leyes de Núremberg con que se inició su persecución sistemática hasta acabar con seis millones de ellos en un Holocausto en el que también murieron de manera despiadada polacos, serbios y eslovenos y, por supuesto, una cantidad nunca determinada de homosexuales, discapacitados y hasta republicanos de nuestro país, todos los que para los seguidores de Hitler no eran personas sino forraje.
Aquella locura cambió la Historia de la humanidad. Y, sin embargo, como la Historia es cíclica, henos aquí, casi un siglo después, sin haber aprendido la lección definitivamente porque, como suele pasar, lo que aprenden unas generaciones no les sirve a las siguientes pues, como dice el refrán, nadie escarmienta en cabeza ajena. Qué pena tan inmensa.
Otras de las víctimas más destacadas del nazismo alemán fueron, cómo no, los gitanos, otro de esos pueblos, como el judío, que no había encontrado hasta entonces una tierra firme en la que instalarse porque, para colmo de males, tampoco tuvo ningún dios que se la prometiese. Aunque se diga tan recurrentemente que la encontraron realmente en España o Andalucía, conviene recordar que nuestro rey en pleno siglo XVIII, es decir, en plena Ilustración –qué ilustres ideas- hizo el amago de un genocidio del pueblo gitano poniendo en práctica el proyecto de su ministro, el Marqués de la Ensenada. Aquella gran redada llevada a cabo por el segundo de nuestros Borbones, Fernando VI, no salió bien, pero el objetivo fue exterminar a un pueblo que molestaba fundamentalmente por ir tan por libre.
Los judíos, por su parte, que no terminaron exterminados a pesar de Hitler, encontraron luego su tierra prometida no gracias a Dios, sino gracias a EEUU, la potencia mundial que ha seguido mimándolos hasta ahora y que, hace solo unos meses, incluso ha ideado hacer con la tierra menguante de la Franja de Gaza, cada vez menos en manos de los palestinos que van quedando, un parque temático o una Riviera turística que resulte rentable, aunque para ello haya que exterminar a todos los palestinos que les estorban allí o arrojarlos al mar. Los palestinos, pues, se han convertido en los nuevos gitanos de Oriente, y es que si Oriente fue el origen de los gitanos que terminaron errantes y sin tierra por todo el mundo, como les pasó a los judíos durante casi toda su historia, ahora los palestinos no tiene ya ni por donde vagar, porque los países fronterizos preferirían que se evaporasen directamente y les ahorraran a sus verdugos el coste de exterminarlos porque consideran, como vaticinó Galeano, que valen menos que la bala que los mata.
Cómo cambia la historia. Cómo cambia el cuento. Las Vueltas que el mundo da –y no solo a España-, aunque la presidenta de la Comunidad de Madrid, tan sonriente ella, no haya tenido otra idea que saludar al equipo ciclista israelí y así salir en todos los medios de comunicación, que es siempre el objetivo de los políticos que viven del rifirrafe, cínicamente dispuestos a ocupar la portada del día siguiente a cualquier precio, incluso al de doblegar la osadía popular de reventar la Vuelta para llamar la atención sobre un genocidio del que se les tenía que haber caído la cara de vergüenza a los que ahora se quejan de las protestas antes de que empezara la Vuelta en sí.
Sin embargo, el mundo sigue y el genocidio también. Y qué hartura de tanto simplismo, de intereses creados, de manipulación, de tontos del bote. El genocidio de Gaza es un genocidio, con todas las letras, lo diga o lo niegue Agamenón o su porquero. Y es una vergüenza internacional gordísima, de las que luego aparecerán en los libros de Historia mientras nosotros, los de ahora, nos daremos golpes de pecho.
Israel, cuyo gobierno no tendrá perdón si desaparece -como parece- el pueblo palestino, es un país que ha sufrido muchísimo incluso después de la II Guerra Mundial, nadie lo niega, y rodeado como está de otros estados y situaciones nada recomendables. Pero que desde nuestra cómoda situación de país democrático y occidental sintamos la necesidad maniquea de posicionarnos a favor o en contra de nadie, como si esto fuera un partido de tenis o una vulgar final de copa futbolera, dice mucho del nivelito que se nos presupone.
No ya la calle, sino las administraciones, sean del color que sean, deberían posicionarse con rigor a favor de los pueblos, tanto de Israel como de Palestina, y en contra de los genocidas o terroristas que los manipulan, porque al terror hay que llamarlo por su nombre proceda de donde proceda. Pero entonces viviríamos una alta Política desde la honestidad que en nada se parece a la que sufrimos. Entonces viviríamos en una sociedad conocedora de que sus tragedias comienzan siempre por los despreciables intereses de sus líderes y acaban indefectiblemente con la muerte de sus santos inocentes, ya sean judíos, gitanos o palestinos. Qué curioso que ayer el último de nuestros Borbones haya tenido la vergüenza torera de defender alto y claro “un estado palestino viable”. Conviene darle todas las vueltas a la Historia de España para aprenderlo.





