La edad ligera: la intensa vida de Jacobo Cortines o la que él recuerda para contarnos

La editorial Athenaica lanza la última parte de la autobiografía de este caballero venerable a punto de hacerse octogenario y nacido en Lebrija en 1946, aunque parezca, por su estilo, su estampa y sus inclinaciones, un gentleman inglés del XIX

14 de agosto de 2025 a las 10:03h
El profesor, poeta y traductor Jacobo Cortines, en la presentación de La Edad Ligera II en Lebrija.
El profesor, poeta y traductor Jacobo Cortines, en la presentación de La Edad Ligera II en Lebrija.

Muchos alumnos de Filología lo recuerdan como profesor de la Universidad de Sevilla, pero quienes mejor pueden conocerlo son los que han leído su poesía o sus ensayos, quienes han disfrutado de sus ajustadas traducciones de Petrarca o los que tuvieron en sus manos algunas de las revistas literarias de un tiempo límpido y elegante en que aún se editaban revistas como la de Separata, aquella publicación de literatura, arte y pensamiento que apenas duró lo que duró la Transición.

Jacobo Cortines, que es aún un caballero venerable a punto de hacerse octogenario, nació en Lebrija en 1946, aunque parezca por su estilo, su estampa y sus inclinaciones, un gentleman inglés del XIX. Y aunque suele omitir en su firma el segundo apellido, Murube, por esa saga que lo emparenta con los poetas Felipe Cortines Murube y Joaquín Romero Murube se entiende su gusto por lo clásico, por el equilibrio en todas las manifestaciones artísticas, como un hombre renacentista perdido en medio de la vorágine de despilfarro vital propia de la sociedad que también a él le ha tocado vivir, y también esa contenida mirada elegíaca de quien es consciente desde el principio de su ineluctable fin, que implica el fin de sus seres más queridos en medio de un consuelo grisáceo por no tener la dicha de una fe sin ambages en otra vida que comience, en otro mundo que no termine jamás.

Ningún vivo habla ya donde te encuentras, / y no hay nadie sentado junto al muro, / a no ser tú que has decidido hoy / venir y hablar con alguien que está muerto. / ¿O ese muerto eres tú y hablas contigo?”, escribirá, en acostumbrados endecasílabos, para ilustrar esa última entrega de su propia biografía titulada con ese sintagma tan empapado del carpe diem de Garcilaso: “la edad ligera”, que “todo lo mudará” / “por no hacer mudanza en su costumbre”… Jacobo Cortines Murube es hijo adoptivo y voluntario de Petrarca, por supuesto, e inevitablemente de Horacio y aquella vida retirada que amasaron con la serenidad de sus versos Fernando de Herrera, Fray Luis, San Juan de la Cruz e incluso Quevedo, hasta llegar al maestro Antonio Machado, al inefable Juan Ramón o al deseante Cernuda.

Vista de la hacienda Micones, propiedad de la familia del poeta y una referencia constante en su autobiografía.
Vista de la hacienda Micones, propiedad de la familia del poeta y una referencia constante en su autobiografía.

Pero en el caso de este profesor sevillano –lebrijano como su paisano Antonio de Lebrija, el humanista de la primera Gramática castellana-, con la ventaja real, y expresa incluso en su obra, de haberse encontrado materializado ese locus amoenus que otros intelectuales se conformaban con pisar en su imaginación. Don Jacobo, tal y como nos testimonió en la primera de las cuatro entregas de su autobiografía, Este sol de la infancia (2002), se lo encontró en la lebrijana hacienda de Micones, donde se crio y que luego habría de acarrearle tantos quebraderos de cabeza con la familia a cuenta de las particiones.

Tanta poesía no está desprovista de prosaísmo. Y, ya definitivamente, la editorial sevillana Athenaica, que con tanto acierto unió aquella primera obra autobiográfica de su infancia con la de su primera juventud en 2022, al ensamblarle En la puerta del cielo, acaba de hacer ahora lo propio con las dos últimas entregas en un solo volumen, tan exquisitamente editado como el anterior: Filosofía y Letras seguido de Del tiempo airado. Y así, tras el prólogo que ahora nos brinda Victoria León, llegamos, de la mano de una prosa prístina que a ratos se hace narrativa y a ratos ensayística, al año 2024, desde que en 1963 ingresara en la facultad como estudiante hasta que en 1996 lo hiciera en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras primero, y luego desde esa fecha hasta casi el presente.

Con un presente narrativo constantemente actualizador, el protagonista de su propia historia nos sitúa al comienzo en la Real Fábrica de Tabacos de su ciudad, construida, como Micones, en el siglo XVIII y donde él es el único de su promoción del Portaceli que se matricula en Filosofía y Letras. Allí descubrirá los primeros amores titubeantes y la extraña libertad de entrar o no en cada clase, la sorpresa de que el profesor López Estrada les anuncie la muerte, allende el Atlántico, de un todavía desconocido Luis Cernuda y la marcha a EEUU de una alumna adelantada a su época que se llamaba Julia Uceda, mientras él coquetea con el cine y el teatro y disfruta y sufre a partes iguales en su primera estancia en Alemania, inadaptado a una realidad de estudiante que también trabaja para la que, por condición familiar más que personal, no parecía muy dispuesto.

El joven universitario, interrumpidos sus estudios por el servicio militar cerca de Ronda, irá descubriendo entonces que, más allá de la literatura, le interesan sobremanera la música, la ópera, la filosofía y la pintura, disciplinas que ya no abandonará por el resto de sus días como agudo ensayista o crítico, ni siquiera cuando prueba como profesor de adolescentes en Londres, donde también continúa su formación y se familiariza con Eliot, Ezra Pound, Ionesco y Shakespeare.

El relato de toda esa época se sazona con constantes disquisiciones filosóficas que echan mano del existencialismo y de la teología, porque el joven Jacobo –liberado de ir para cura- es cristiano de cuna pero preguntón de libro, naturalmente, y la mezcla de su privilegiado origen con sus prácticas docentes en barriadas tan desfavorecidas como la de Juan XXIII, cerca de la Carretera Amarilla, en Sevilla, lo briegan lo justo para que su poesía aún por escribir vaya a contener una dosis deslumbrante de compromiso social que se vislumbrará en Carta de junio y otros poemas, por ejemplo, en 1994, y una década después, en 2004, en otro poemario con el que obtuvo el Premio de la Crítica, Consolaciones; y desde luego en todo el conjunto de su poesía reunida en 2016 con el título nada casual de Pasión y paisaje.

Portada La edad ligera, II
Portada de 'La edad ligera'.

Con La edad ligera, de capítulos tan cortos como bien escritos, el lector no pierde pie al seguir cronológicamente la vida de quien la cuenta con tan lúcida memoria, con hitos tan interesantes como su noviazgo definitivo con Cecilia Romero de Solís, la que iba a ser su mujer y a la que todos llaman Lilí y él le celebra su santo el día de la Patrona de la Música hasta ese extremo poema, “Nardos de noviembre”, que sirve para cincelar el amor más allá de la muerte.

La boda se ve interrumpida por la posible plaza de profesor nada menos que en Nueva York, en cuya cultura mayúscula tendrá el matrimonio la oportunidad de indagar antes de instalarse en un piso de Reina Mercedes (Sevilla) o en Córdoba, siempre siguiendo las oportunidades laborales del joven profesor Jacobo y hasta que este consigue consolidar su plaza, toreando la endogamia y el nepotismo, en la Universidad que lo formó. Será poco después cuando comience la aventura de Separata, la revista que con tanto entusiasmo dirigirá Jacobo y en la que dará cabida a lo más granado de la intelectualidad del momento, desde Manolo Halcón hasta Andrés Trapiello pasando por José Antonio Muñoz Rojas, e incluso jóvenes prometedores que con el tiempo, tan amigos, iban a seguir llamándose Juan Lamillar o José Julio Cabanillas.

Vivir en plena judería de Sevilla

El privilegio de ir andando para impartir clases en la Universidad se va solapando a otros envidiables privilegios desde que el narrador recuerda cómo se hacen él y su mujer con una casa, Armenta, propiedad de un primo de esta, en plena Judería, con patio, jardín y jardinero. “Nunca pensé encontrar una casa como esta, amplia, luminosa, sin ruido, para gozarla entera y construir en ella el castillo interior”, escribe Cortines, ilusionado con sus transparencias, “los juegos de luces, los rincones soleados, la generosidad de las proporciones, lo que ha de ser el olor en primavera, con los naranjos y todas las flores que se planten (…). Qué felicidad tocar el piano sin molestar a nadie; poder repetir un pasaje sabiendo que no hay vecinos a los que puedan importunar. Una habitación entera para el piano, sin paredes ni techos próximos a las cuerdas. Al subir a la azotea, tengo la sensación de que no hubiesen pasado los años y siguiera en la casa de Lebrija”.

Con la vida ordenada, la autobiografía ensayística o el ensayo autobiográfico se va jalonando de viajes alrededor de todo el mundo (Egipto, China, Lieja, Cuba, Puerto Rico, Marruecos, la Selva Negra, Italia, Ginebra, Berlín…), tantas veces acompañados del director de orquesta Alberto Zedda y su señora, y enriquecedoras oportunidades culturales en forma de congresos, libros, encargos literarios o encuentros inolvidables con escritores de la talla de Borges, Italo Calvino, Torrente Ballester u Octavio Paz, como cuando el Primer Congreso Internacional sobre Cernuda con motivo del XXV aniversario de su muerte, que dirige él junto a Domingo Ynduráin y Manolo Abad.

Como una novela, con su punzada

Pero el libro se parece a ratos a una íntima novela autobiográfica porque no faltan, en su justa medida, las tensiones familiares por ese cáncer que afecta a casi todas y que se llama falta de comunicación, ni los dramas en aumento por la enfermedad de su esposa, las tragedias concatenadas por la muerte de seres muy queridos, incluidos sus padres, y, aunque se profundice poco, en la ausencia de hijo: “Pienso en nuestro anhelado Telémaco. Tendría la misma edad que muchos de ellos, pues contaría ahora algo más de 30 años. Estaría aquí con sus numerosos primos y primas, hablando con unos y con otras, saludando a este y a aquella, identificándose como hijo de Lilí y de Jacobo”, escribe al recordar un encuentro con familiares de su esposa en Carmona.

“E imagino muchas cosas, y me lleno de tristeza porque él no está; no está aquí, cuando tanto lo hubiera deseado y en estos momentos lo necesito, como no ha estado nunca en ningún otro lugar, en ningún otro momento de nuestras vidas. Recuerdo cómo lo buscamos desde un principio; en cómo no reparamos en medios para encontrarlo; en las pruebas a las que nos sometimos, por dolorosas que fuesen, para hallarlo; en las decepciones, en los fracasos, en las esperanzas, en las nuevas y definitivas decepciones; en la renuncia a lo que más deseábamos”.

En todo el relato, en fin, de esta vida plena que todavía centellea porque Jacobo vive aún, destaca un interesante nomenclátor de -además de genios de la pintura y la composición musical- amigos artistas contemporáneos de todas las disciplinas, entre los que destacan, por ejemplo, los pintores Carmen Laffón y Gerardo Delgado, los poetas Abelardo Linares o Fernando Ortiz, los profesores Rogelio Reyes o Rafael de Cózar, el crítico Miguel García-Posada o los escritores Aquilino Duque o Andrés Trapiello.

Y en el enorme contraste de su geografía vivida lejos y en la mano, en la sombría paradoja de que lo enamore igualmente un nocturno de Chopin que una media verónica de Antonio Ordóñez, sigue latiendo después de la lectura el sabor de lugares tan remotos entre sí como la mitología y la ciencia, pues todo su itinerario vital se balancea entre Bajo de Guía y Nueva York, entre la Sierra de Gibalbín y Cuba, entre El Puerto de Santa María y París, entre Roma y el sevillano barrio de Santa Cruz y, en ese rompimiento de Gloria con que termina este auténtico testamento de un hombre genuinamente culto, siguen resonando nombres remotos de su queridísima Lebrija que parecen hechos de terrón y métrica como La Albinilla, La Silera, La Corredera, El Cortinal, Oliva, San Benito, La Cantarería, el Camino del Aceituno, la carretera de Micones, todos ellos guardados en lo más hondo del alma de alguien como Jacobo, capaz de construir su particular Pueblo lejano mientras adapta El Barbero de Sevilla para el público de la Conchinchina.

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