El triunfo de los bárbaros

Quiero imaginarme que la delegada, pasados unos días, estará muy arrepentida de su comentario

Una concentración por los cribados.
12 de octubre de 2025 a las 09:20h

Mucho ha prosperado la emisión de bulos, noticias falsas o, directamente, mentiras, desde que la asesora de Donald Trump, allá por el año 2017 hablara de “hechos alternativos” para defender a un compañero, el portavoz de la Casa Blanca en la administración del Presidente naranja, sobre el número de personas que asistió a la toma de posesión del Presidente en enero de ese mismo año.

Ese portavoz afirmaba, contra toda evidencia, que ese acto se convirtió en la toma de posesión más multitudinaria de la historia de la presidencia de los Estados Unidos, cuando las imágenes confirmaban todo lo contrario: la asistencia fue bastante discreta, nada que ver con –por poner el ejemplo más cercano– las del anterior presidente, Barack Obama. La asesora principal de Trump, cuando le preguntaron por tal afirmación y le enseñaron todas las imágenes que se tomaron aquel día, sin que le diera la risa, dijo que no era una falsedad, que el portavoz había puesto encima de la mesa “hechos alternativos”. Ese es el momento surgió la llamada posverdad, es decir, lo importante va más allá de la realidad, lo importante es el relato.

Se dio, de la manera más desvergonzada, el espaldarazo a la manipulación informativa en la política mundial. Kellyanne Conway, que así se llama la que puso de moda esta manera de hacer política, tuvo, aparte de esta intervención, muchas otras en donde dejó patente su capacidad para fabular sobre lo que fuera con tal que le viniera bien a su jefe y a su discurso autoritario y alocado.

La posverdad ha venido acompañada de otro fenómeno que también ha tenido su confirmación en la política estadounidense como es la agresividad extrema, el insulto grave… En definitiva, se han puesto de moda, formas de hacer política que están bastante alejadas de lo que en un mundo desarrollado, educado y moderno se deberían permitir, no ya por los propios actores, los políticos, si no por el propio público, la ciudadanía. Pero no, da la impresión que en este circo, bastante desagradable, en el que vivimos, la mala educación, la injuria, la mentira, el chantaje, la amenaza, la agresividad y la violencia –verbal y dentro de nada de la otra– son aceptadas, cuando no incentivadas por la gente ...digamos que, por lo menos, no son sancionadas, o eso parece.

La hipérbole se ha convertido en lo normal, y los hechos que percibimos por nuestros sentidos –que son los que perciben la realidad fuera de nosotros mismos– son tratados como en la película “Sopa de Ganso” donde Groucho Marx le dice a su interlocutor: «¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?». Fíjense, en relación con esto, lo que hemos visto en estos días en los que un dirigente del PP de Valencia decía, con todo el cuajo, en televisión, que no existían imágenes de video tomadas en la reunión del CECOPI en la aciaga jornada del 29 de octubre del año pasado durante la DANA en Valencia. Decía esto mientras nos enseñaban, precisamente, imágenes de video tomadas en la reunión del CECOPI en la aciaga jornada del 29 de octubre… pero daba igual, ese señor decía que no, que le hiciéramos caso a él y no a lo que veían nuestros ojos. 

Para lo de la agresividad y los insultos es curioso como en España, al igual que está ocurriendo en Estados Unidos –que manía de copiar todo de ese país. Lo malo–, se le llama sin ningún tipo de problema “hijo de puta” al Presidente del Gobierno en el mismo Congreso de Diputados, se le dice “proxeneta” “ladrón” y no sé cuántas barbaridades, que hace que en la hora de los informativos haya que estar pendiente de quitar a los niños de la tele para que no se contagien de esas películas de terror.

Se jalean intervenciones macarras y faltonas, muchas de ellas verdaderas injurias y, sin embargo, ¡qué fina la piel!, sale el Presidente, después de que Feijóo le dijera de todo lo más malo, y le responde con el ya famoso: «Ánimo Alberto» y parecía que hubiera cometido un crimen, se rasgaron las vestiduras, «¿cómo se atreve?». Increíble, pero desgraciadamente cierto: la derecha tiene patente de corso para insultar, vejar, mentir, pero el Presidente del Gobierno no puede decir lo que dijo. Ánimo Alberto.

Para la exageración o la hipérbole, la comparación absurda, tenemos un ejemplo más de por aquí cerca. Hace unos días miles de mujeres salieron a la calle para pedir explicaciones, protestar por la gestión –pónganle ustedes el apellido a esa gestión– de la Junta de Andalucía con los cribados para la detección del cáncer de mama. ¡Qué menos!

Sin embargo, a la delegada de la Junta en Cádiz, Mercedes Colombo, no se le ocurrió otra cosa que deslegitimar esas manifestaciones de mujeres angustiadas ante la perspectiva en la que les ha situado la propia Junta de Andalucía, y lo hace argumentando que esa legitimación se daría si se hubieran manifestado apoyando a las prostitutas usadas por los del PSOE o haber salido contra Begoña Gómez, mujer de Pedro Sánchez. Inaudito. Me imagino, quiero imaginarme que la Delegada, pasados unos días, estará muy arrepentida de su comentario, no hay por donde cogerlo.

Hay ejemplos para llenar un libro, se lo aseguro, es más, espero que alguien esté recopilando este museo de los horrores para que dentro de unos años, cuando la política vuelva a poderse llamar “arte noble” y desaparezcan de la escena todo este paisanaje de bultos andantes –pero peligrosos–, podamos tener por escrito todo aquello que vivimos y que no deberíamos volver a vivir.

De momento, si esto sigue igual, si sigue habiendo ciudadanos, con mucho, poco o ningún nivel intelectual, que sean capaces de dar lecciones de lo que sea, mientras el cuñadismo siga por estos derroteros –¿habéis escuchado al jugador de fútbol del Atlético de Madrid decir las tonterías que ha dicho, poniendo en duda a los científicos, a los expertos en cualquier materia y, básicamente, que no los cree, que no le inspiran confianza?–, creo que nos irá mal. A todos, y, para escarnio de muchos, les irá peor a los que, sin más conocimiento que su propia ignorancia, que es algo muy osado, comprobarán en sus carnes, que han hecho el ridículo. Cuándo eso suceda, empezaremos a mejorar.