El miedo que me das: angustia vital y melancolía depresiva.
El miedo que me das: angustia vital y melancolía depresiva.

Hubo un no sé quién que dijo que el miedo era la argamasa de la humanidad, algo así como el registro emocional que nos mantiene vivos. Realmente el miedo es la reacción ante un peligro existente o por llegar; incluso su necesidad ―la necesidad de experimentar el miedo― es básica para la supervivencia de la especie. Es un mecanismo de defensa, una alarma, como el olor que desprende el gas que nos puede alertar de una fuga, como el humo que nos anuncia un incendio.

Aldous Huxley comparaba como palabras antónimas el amor y el miedo, y Alejandro Dumas daba una de las claves de lo que quisiera manifestar: que no hace falta conocer el peligro, ni siquiera intuirlo para tener miedo, de hecho los peligros desconocidos son los que inspiran más temor. Es lo que los entendidos llaman el miedo sin objeto, que lo podemos simplificar llamándolo angustia ―en este punto quiero asumir las críticas, opiniones contrarias e incluso descalificaciones que se viertan sobre este particular que comento, de hecho el decir que la angustia es el miedo sin objeto es toda una declaración de guerra para psicólogos o psiquiatras de la, entiendo que pretérita, escuela psicoanalista y seguidores de Lacan o con el filósofo Heidegger, los cuales tienen una teoría de la angustia muy elaborada consistente básicamente en decirnos que el miedo siempre tiene un objeto y la angustia lo que hace es anunciarlo. Cosa que me parece muy bien y que no invalida lo que aquí expongo, por lo tanto, si me critican el posicionamiento, háganlo deprisa porque al final del artículo comprenderán que la opinión viene a significar lo mismo por caminos diferentes―.

Cubierta esta digresión, para nada interesante y que ni siquiera cubre mínimamente una explicación necesaria sobre lo que es el miedo, la angustia y, en general, cualquier estado mental que exprese temor, vayamos al turrón y comencemos por hacer la frase del texto.

Tener miedo es un mecanismo de defensa ante una agresión inminente o intuida. La angustia es el estado mental indescifrable, es el sufrimiento, tanto confundido con el miedo, la aprensión ante una agresión o la intuición de ésta, mientras que la angustia es el sufrimiento puro y duro, un sufrimiento que no es calificable ni medible ni en intensidad, ni en duración. La angustia es el miedo absoluto porque no hay nada que de más miedo que desconocer el porqué de tu angustia, desconocer el devenir de tu sufrimiento, ni siquiera saber cuando concluirá.

Vivimos en una sociedad, en un momento histórico (¿histérico?) donde la precariedad ―y no me refiero a la laboral, aunque también nos serviría―, la incertidumbre, la falta de certezas, la irresoluble ecuación de la vida futura o la más temida pero realista frase de Benedetti: Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas. Efectivamente, la pérdida de certidumbres y la falta de lo que en psicología se llama Teoría de la Mente que consiste, en resumidas cuentas, en conocer o anticipar los estados mentales del otro, no ha llevado a un estado de estupor, de ignorancia para reconocer al otro, entenderlo. Hoy todo es un “Like”, nada más un like.

Se supone que, esa sensación de angustia, de ese miedo sin objeto, de ese sufrimiento sin medida, es algo que ocurre desde que el hombre es hombre. Ya. Pero estamos, creo, en un momento de inflexión de la humanidad ―cada vez hay más momentos de inflexión: guerras mundiales, hambrunas, cambio climático, pandemias insospechadas, tecnologías amenazantes, deshumanización de los afectos, dictaduras de baja frecuencia pero de alta eficacia…―, y por eso, con pandemia incluida, cayendo, como caemos todos, en esa angustia vital, en ese estado de melancolía depresiva en el que, como sociedad, vamos construyendo poco a poco pero de manera inexorable, entonces es cuando conviene mantener la calma, sobre todo, aquellas personas que tenemos, por edad, más elementos a mirar por el retrovisor que por la luna delantera. Mantener la calma y leer, leer mucho. Escribir, escribir mucho. Amar, intentar amar mucho. Abandonar el odio, aunque sabemos que una de las características del “nuevo orden mundial” es trazar fronteras entre los míos y los tuyos, señalar al diferente, embrutecerse, en definitiva: odiar.

Yo sigo intentando desvelar la angustia, ese estado mental que acogota, que nos priva de disfrutar el presente porque no somos capaces de visualizar con optimismo el futuro. Yo tengo esa angustia –vital dicen algunos-, aunque he conseguido desvelar algunos de esos “objetos” y, a partir de ahí, la angustia se transforma en puro miedo. Ya sé cuáles serán algunos de esos agresores, posiblemente lo sabía hace demasiados años, pero ahora eso, que parecía una pesadilla va convirtiéndose en realidad. Pero mejor así, ya sé de lo que se trata y quienes lo producen. ¿Terapia? Al miedo se le combate, y eso es lo que podemos hacer, combatir con nuestras armas: empatía, asertividad y repetirnos todos los días que la libertad no es tomar cañas de cervezas, que el odio no es la solución, que el mundo futuro ―el que vivirán generaciones ahora jóvenes― no tiene por qué ser peor que el que vivimos otros. 

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