En el momento en que estoy escribiendo estas palabras, sábado once de julio, no es posible determinar si al abarrotado calendario de efemérides, por lo menos en Cádiz, tengamos que añadir esta fecha por aquello de la más que real posibilidad de que el equipo de fútbol de la ciudad ascienda a la primera división del campeonato nacional. Me diréis que eso no es algo que podamos considerar como un día importante ni nada por el estilo. Disiento. Las efemérides tienen mucho que ver con lo popular, solo es recordado aquello que impacta a mucha gente, que causa un estallido emocional que puede ser positivo o negativo y el caso es que después, generación tras generación, en los medios de comunicación, pero también en las conversaciones de las personas, nos traslademos a esos momentos a través de anécdotas, vivencias, expresión de sentimientos…
El fútbol no es un deporte, no al menos el profesional, maneja tanto dinero que, por ejemplo, en España tiene su participación, y no menor, en el PIB nacional. El fútbol es espectáculo, y como tal, es el más seguido en el mundo: millones, muchos millones de espectadores que semanalmente concurren a la cita, bien directamente en los estadios, bien siguiendo los partidos a través de las televisiones, radios, Internet…No hay nada igual que se le acerque en seguimiento a espectáculos masivos, tal vez los ritos religiosos en iglesias, mezquitas y otros lugares de culto. Por tanto es una actividad que sobrepasa el mero ámbito de la competición, forma parte de lo intocable, inatacable por popular.
A mí me gusta el fútbol, no soy un fanático desde luego, pero me gusta verlo; no me tomo mucho disgusto cuando pierde mi equipo, pero tampoco me exalto demasiado cuando consigue sus éxitos. Pero… ¡ah, las efemérides! Sin ir más lejos, hoy sábado (ayer para vosotros los lectores) se cumplen diez años de la victoria de la selección española de fútbol en el mundial de Sudáfrica. Se cumplen diez años de cuando todas las madres de España querían tener como adoptado a un tal Iniesta, se vendieron millones de camisetas de la selección y ―oh, sorpresa― se agotaron las reservas de banderas españolas en todo el territorio, Catalonia incluida. Y hoy en esta efemérides me he puesto a ver en televisión un programa que realizó en su momento el siempre recordado Michael Robinson, en el que, como reza su título, nos recuerda el día que fuimos campeones.
Lo del mundial fue en 2010 y ni que decir tiene que estábamos, en esos momentos, en plena crisis económica. La tragedia del cierre de empresas, la sangría de la pérdida de puestos de trabajo, la pobreza que se nos coló por la ventana, una crisis de la que aún, hoy día, seguimos soportando sus consecuencias, ya que las soluciones que nos ofrecieron tanto desde el gobierno de la nación como las de Europa fueron las de dejarnos caer para salvar a los que normalmente siempre se salvan. Por eso, la victoria de la selección española, aparte de colmar las expectativas deportivas de una generación de futbolistas excelsos, fue esa pequeña o gran alegría, gota de agua en un océano de malas noticias.
Habrá quien me pueda decir, y no sin tener razones, que eso es como un placebo, un engañabobos para la sociedad pues una victoria deportiva, como fue la del campeonato del mundo, no nos solucionó los problemas. Está claro, nada arregló, pero, definitivamente, pensemos cada uno de nosotros, poniéndonos en ese día, lo que hicimos, como lo vivimos, como lo sentimos y podremos estar de acuerdo que dentro de la amargura de tantos sufrimientos de la sociedad española de entonces, esa victoria fue un pequeño reconfortante, fue olvidarnos por un momento de los sinsabores de la vida y, aunque al día siguiente todo seguiría igual, nadie, como se suele decir, nos podía quitar lo bailado.
Dicho todo lo anterior, me van a permitir ―y aunque este periódico se edita en Jerez y la rivalidad es la rivalidad― que a pocas horas de que podamos cantar el alirón, como cadista confeso, solo puedo decir que tanto sufrimiento, tanto Covid 19, tanta desgracia, hoy quedarán aparcadas para desde mi ventana sonreírle a la vida nuevamente, aunque sea con una cosa tan tonta como el fútbol. Será una efemérides aquí en este pequeño rincón del Atlántico.


