Una excursión de mayores

Carlos Piedras, nuevo jefe de Edición y Opinión de lavozdelsur.es, en un retrato en la redacción del periódico.

Nací en Madrid, en 1965, aunque llevo exactamente media vida viviendo en Jerez. Soy licenciado en CC de la Información (Periodismo) por la Universidad Complutense. He sido jefe de la sección local del Diario de Jerez y también he trabajado en Información Jerez y el Diario Ya (época de Antena 3). He colaborado con El Mundo, Economía y Empresas, Notodo… Soy socio fundador y colaborador habitual de lavozdelsur.es. Últimamente he publicado el libro ‘Sherry & Brandy 2.0’ y he redactado el guion del documental sobre el vino de Jerez ‘Sherryland’. Todo esto ha hecho que me vaya haciendo una idea aproximada de las cosas… 

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La otra noche estaba tomando algo en un bar del centro —sitio al que ya saben que no voy, simplemente me "bajo"— cuando entró una excursión de personas mayores. Unas veinte o así, casi todo mujeres. El centro estaba bastante vacío —ya saben cómo son esos días en Jerez que van de la Navidad al Festival Flamenco—, por lo que su asistencia fue, sin duda, un alivio para una caja registradora tirando a magra.

Cuando entra un grupo tan grande en un bar es inevitable que cause cierta expectación, que la parroquia local se pregunte como mínimo de dónde es, qué hace allí. Entre montaditos, cervezas, refrescos y el inevitable ir y venir al baño —por la edad, eh, por la edad— se produjo una cierta comunicación. Un señor se acercó a pedir a mi grupo una silla que inmediatamente se le facilitó y él agradeció sobremanera, cuando la verdad es que ni siquiera estaba ocupada. Nos dimos cuenta, por el acento, de que el señor era catalán… o al menos lo parecía. Las señoras, casi siempre divertidas a esa edad en la que supongo que ya da todo igual, empezaron a hablar en alto con los camareros, ya saben, “hijo esto, hijo lo otro”, añadiendo solo confusión a la posible procedencia de esta excursión, ya que si el señor, insisto, era claramente catalán (o balear… desde luego valenciano no era), estaba claro que los acentos que oíamos a todas esas señoras eran andaluces, extremeños, tal vez alguno manchego o murciano…

Todo un mundo. Qué raro. ¿De dónde era realmente toda esa gente? Al final uno de los camareros se lo preguntó y la respuesta costó un poco: “de Barcelona…”; “de cerca de Barcelona…”, hasta que una de las señoras concretó “de Santa Coloma de Gramanet, provincia de Barcelona, no sé si te sonará, hijo”, con lo que el misterio de todo ese abanico de acentos, de Cataluña y de Andalucía y otras comunidades del Sur, quedó plenamente desvelado. “Pues claro que lo conozco, señora, tengo familia allí”, contestó uno de los camareros, volviendo a su rutina de servir cañas sin darle mayor importancia.

Mientras, en la tele, sin sonido, comenzó un telediario reducido, de esos que echan en el descanso de los partidos de fútbol, y salió un rato en la pantalla, como es inevitable desde hace unos meses, el señor Puigdemont. Nadie de la excursión dijo nada, ni a favor ni en contra, ni siquiera curiosidad por lo que se estaría diciendo sobre él. ¿Hastío? ¿Cosas de las que no se habla y menos fuera de casa? No sé, lo cierto es que varios levantaron un momento la cabeza de los montaditos pero todos evitaron hacer cualquier comentario, incluso a su contertulio… y eso pese a que en la parroquia local se produjeron en alto los dos o tres chascarrillos inevitables cuando sale Puigdemont en la tele, es decir, desde el más trivial sobre su peinado al muy informado sobre sus peligrosas amistades flamencas… flamencas de Bélgica, claro.

Al rato comenzaron a pagar múltiples cuentas pequeñas —cerveza y dos montaditos; un montadito y refresco… dos montaditos y dos cervezas los más pantagruélicos—, por lo que de cinco euritos en cinco euritos —la cosa en Cataluña se ve que tampoco está muy boyante para los mayores— estuvieron a punto de acabar con el cambio del bar, como les hizo ver en broma, aunque fuera verdad, uno de los camareros. Los catalanes, de nacimiento y de adopción, se despidieron de forma muy amigable de la parroquia y de la plantilla del bar. Una señora que hasta entonces había pasado desapercibida dijo desde la puerta un simpático “¡adeu, macos!”, que fue saludado con una subida de vaso de la concurrencia a modo de brindis, que hay frases que todo el mundo entiende…

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