Sobre la fuga de talentos

Alaia Rotaeche

Graduada en Periodismo y Máster en Estudios Literarios por la Universidad Complutense. He pasado por medios locales, por comunicación política y de organizaciones y he participado en proyectos autogestionados. Me interesan particularmente la cultura, la política, las migraciones y los feminismos, e intento siempre tener la mirada puesta en quienes tradicionalmente han habitado los márgenes de la sociedad.

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A veces me da la sensación de que hay una idea sobrevolando nuestras cabezas: si no encontramos trabajo y tenemos que traspasar las fronteras para buscarlo, es culpa nuestra.

Esta semana veo a una de mis mejores amigas, a la que conozco desde que teníamos cinco años, irse a vivir a Noruega. Primero hará un voluntariado en un hotel cerca de Oslo y luego hará una entrevista (que estoy segura de que pasará) para comenzar a trabajar como enfermera. Lleva meses preparándose para ello, estudiando el idioma y mirando posibilidades. Huelga decir que estoy muy orgullosa de ella. Tiene miedo y ganas a la vez, como todos los que se van. Probablemente no se iría si tuviera alguna posibilidad de encontrar un buen trabajo aquí, pero tiene que hacerlo. Hace unos días, una muy buena amiga que hice durante mi Erasmus, alemana, ingeniera, me dijo de un día para otro que a su pareja le habían ofrecido un trabajo en Australia y que probablemente fuese con él, porque ¿qué la ata a Alemania?

Es curioso lo de la fuga de talentos (prefiero esa expresión a la de “cerebros”). A veces me da la sensación de que hay una idea sobrevolando nuestras cabezas: la idea de que, si no encontramos trabajo y tenemos que traspasar las fronteras para buscarlo, es culpa nuestra. Porque sí, hay quienes tienen suerte, o saben hacer lo correcto, saben seguir el camino adecuado para perseguir sus objetivos; pero para muchos de nosotros no es así. La mayoría tenemos que dar varias idas y vueltas para encontrar nuestro sitio por fin. Y no es tan sencillo.

Perdonen que hable de nuevo de Girls, pero la protagonista, Hannah, tiene una frase perfecta para definir lo que creo que todos sentimos, más o menos, en estos momentos de nuestras vidas: “¿No puede alguien decirme lo que tengo que hacer pero de una forma que parezca que es idea mía?”. Todos y cada uno de mis amigos, aquí, en Madrid, en el extranjero, donde sea, se encuentran confusos en un mar de becas, voluntariados, estancias de prácticas, masters, posgrados, doctorados, trabajos precarios...

A veces me planteo si es que tenemos demasiadas oportunidades y no sabemos muy bien hacia dónde ir, por aquello de que hay muchos caminos abiertos ante nosotros. Eso estaría genial si fuesen opciones reales y no un camino al que nos envía la falta de buenas condiciones en nuestros lugares de origen, porque todos estamos hartos de oír la historia del au pair que vuelve porque no tuvo tanta suerte como creía o del que, después de una beca estupenda y de dejarse los sesos trabajando para otros, adivinen: también tuvo que volver.

Estaría genial si fuese como nos lo venden: una gran experiencia, una elección. Claro que es una gran experiencia, ¿cómo no iba a serlo? Tenemos veintitantos, todos queremos ver, viajar, conocer gente. Dejen que les diga que sí, que hay bastante de verdad ahí, que muchos de nosotros sí queremos irnos, vivir solos en un país extranjero, trabajar y vivir en otro idioma, pero una gran mayoría de las veces no es así; es una opción casi obligada.

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