Zambombadas

La Zambomba, llamada por los foráneos como "Zambombá", les juro que es escuchar eso y tener que tomarme un Almax, un Aerored y un Gelocatil como una empanada gallega

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Con más de 150 premios literarios nacionales e internacionales (Premio Iberoamericano de Novela, Verbum, 2019, finalista del Premio Juan Rulfo de novela en París, y ganador del Premio Internacional de Novela Bachiller Alonso López) es uno de los autores españoles más premiados de los últimos años. Ha dirigido programas en Onda Jerez Radio y colaborado con las emisiones locales de la Cadena SER. Del 2000 al 2004 escribió para Jerez Información. Desde 2003 hasta 2013, y de 2015 a 2019 fue colaborador y crítico teatral de Diario de Jerez.  

Una Zambomba celebrada en Jerez hace unos días.
Una Zambomba celebrada en Jerez hace unos días. CANDELA NÚÑEZ

Éramos pocos y parió la abuela. Ahora la polémica va —no es nueva, pero como los ciclones que se forman, va tomando fuerza— sobre cómo nombrar a nuestra tradicional fiesta navideña y jerezana por excelencia: la Zambomba, llamada por los foráneos como "Zambombá" o incluso "Zambombada", que les juro a ustedes que es escuchar eso y tener que tomarme un Almax, un Aerored y un Gelocatil como una empanada gallega.

Independientemente de que nos guste más una polémica que a El chiringuito, lo cierto es que aunque parezca una nimiedad, a las cosas hay que llamarlas por su nombre, y más si lo que se menciona es una tradición de años, sello de identidad de un pueblo y sus gentes. Pero tampoco dramaticemos. Lo del nombrecito de marras —¿se imaginan llamar a Pamplona preguntando por las encerradas o a Valencia en Fallas intentando saber cuando es la "Quemá de la noche"?— si me apuran es casi lo de menos. El problema viene cuando la Zambomba, con el devenir de los años, se empieza a convertir en todo menos en eso. En la mayoría de las veces ni fuego encendido, ni aguardiente —sí, que aquí de toda la vida ha sido aguardiente, no anís; ni del mono ni de la vaca que ríe—. Todavía al menos nos queda que se bebe, además de cubatas como si no hubiese mañana, algo de vino y se cantan villancicos de nuestra tierra. Villancicos cuya letra, por cierto, este que está aquí apenas conoce. Lo digo de verdad: yo no sé ni cómo acabó el marinerito, ni si los caminos se hicieron de algunos fenómenos naturales o de asfalto y grava, peaje incluido. Vamos, pero ni idea. Sirva como excusa que canto menos que un grillo pisao y que mi voz no se disimula entre la gente por más que lo intento.

Las Zambombas, como la Feria —otro día hablo del esperpento en que está derivando— se empiezan a convertir en una botellona que puede ser de cualquier sitio, con gorritos luminosos de Papá Noel —con lo malamente que me cae a mí el tiparraco—, altavoces y espacios que, salvo honrosas excepciones, poco tienen que ver con los enclaves originales. También es verdad que patios de vecinos, por desgracia, ya apenas existen.

Esperemos que este boom que ya lleva unos cuantos años haciendo crecer a Jerez como destino turístico por estas fechas, no transforme nuestra fiesta en algo que no reconozca ya ni la madre que la parió. Porque al final, de seguir así, lo de la "Zambombada" o la tilde en la a, va a ser lo de menos. 

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