La mirada de los otros

Hay un proverbio africano que dice: "Cuando los elefantes luchan, es la hierba la que sufre". El proverbio, además de ser acertado, no pierde vigencia

Captura de Pantalla 2022 11 22 a las 11.45.57

Con más de 150 premios literarios nacionales e internacionales (Premio Iberoamericano de Novela, Verbum, 2019, finalista del Premio Juan Rulfo de novela en París, y ganador del Premio Internacional de Novela Bachiller Alonso López) es uno de los autores españoles más premiados de los últimos años. Ha dirigido programas en Onda Jerez Radio y colaborado con las emisiones locales de la Cadena SER. Del 2000 al 2004 escribió para Jerez Información. Desde 2003 hasta 2013, y de 2015 a 2019 fue colaborador y crítico teatral de Diario de Jerez.  

Imagen de la guerra de Ucrania. Un padre cogiendo la mano de su hijo.
Imagen de la guerra de Ucrania. Un padre cogiendo la mano de su hijo.

Algunos son tan pequeños que no lo saben pero, en la guerra, lo primero que muere es la inocencia. Al primer cañonazo, al primer disparo de fusil. Las palomas vuelan de las ramas, los pájaros se alejan y enmudece el cantar de las mañanas. Se tiñe de negro humo el cielo que ayer mismo fue azul. Y los niños, los niños miran a mamá o se apretujan contra papá, quien observa por la ventana sin creer que la ciudad donde vivió siempre esté salpicada de incendios, tachonada de metralla y de cascotes; sembradas las calles de cuerpos sin vida, de gente que conoce y de otra que no conocerá jamás. 

Algunos son tan pequeños que aun en una cola de refugiados (es una palabra casi tan triste como la guerra) son capaces de ver un atisbo de diversión, una sonrisa cobijada en los rincones de esa inocencia aniquilada a golpe sangre y de mortero. Caminarán por los senderos embarrados, con mucho frío y mucha hambre. Pero ellos son aún tan pequeños que no pueden saberlo, pero esas mismas colas de gente que la guerra ha convertido en parias o en indigentes, es la misma que hace 87 años recorría los senderos de la España dividida, o la de esa Polonia invadida, de esa Europa arrasada por la locura.

Llegarán los niños después de un largo viaje, de un trayecto más largo que sus propias vidas, a una tierra extraña pero en paz; lejos de las detonaciones, del horrísono eco de las orugas de los tanques que abren surcos en el fango y en las entrañas. Preguntarán mucho, porque son niños, pero no son tontos. Y tal vez hagan preguntas de niños, pero sus mayores no tendrán respuesta que darle. No podrán decirle, para que lo entiendan, por qué aquel colegio donde estaban sus compañeros tan solo hace unos días es ya escombro sobre escombro, o por qué los compañeros a los que veía a diario están tan lejos en la distancia y en el calendario.

Llegarán a una clase nueva, con unos compañeros que no conocen y los mirararán extraños; con un idioma que no conocen, con un aire que no huele igual que el de su tierra. Y mirarán con ojos suplicantes, pero sonreirán y quizá, solo quizá, sean capaces de olvidar a ratos; cuando canten una canción en español cuya letra no entenderán, o cuando duerman en una cama limpia, en una noche de silencio tras otra, sin que silben los misiles ni caigan los hombres, las mujeres y los niños sin vida sobre la tierra que los vio nacer. 

El niño siempre podrá olvidar el odio de quien les echó de su país, pero difícilmente el miedo anclado en los huesos y en el alma. Ese miedo nacido de la sangre maldita. De quien viste un caro traje de chaqueta y corbata. De quien pone el gesto grave ante las cámaras, preocupado, mientras niños y adultos se quedan en el camino en tanto se pospone la paz que, a veces, como la inocencia, no parece volver nunca. 

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído