La mentira común

Sebastián Chilla.

Jerez, 1992. Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla. Máster de Profesorado en la Universidad de Granada. Periodista. Cuento historias y junto letras en lavozdelsur.es desde 2015. 

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No hay proyecto común que valga. Ni intercambio cultural, ni fondos, ni ayudas. Ni rastro del Himno de la Alegría. Ni estrellitas ni banderitas. La UE se desmorona y lo hace en buena parte a costa de un discurso nacionalista, xenófobo y antieuropeísta.

Este 2017 se cumplen 15 años desde que entrara en vigor la moneda única. Coincidiendo con esta efeméride, CTXT publicó una conferencia en Friburgo en 1996 del sociólogo francés recientemente fallecido Pierre Bourdieu como respuesta a las declaraciones del entonces presidente del Banco Federal de Alemania, Hans Tietmeyer. Esta publicación de CTX fue acompañada en su número 98 de varios artículos sobre la creación del euro y la deriva de la UE, que desde esta humilde columna os recomiendo leer.

Hago especial hincapié en la conferencia de Bourdieu porque de su discurso ha pasado ya más de dos décadas y se podría decir que es de ayer mismo.

"Mediante una serie de análisis de textos, de lugares de publicación, de características de los autores de estos discursos, de los coloquios en los que se reunían para producirlos, etc., han mostrado cómo, en Reino Unido y Francia, se ha hecho un trabajo constante, asociando a él a intelectuales, periodistas, hombres de negocios, en revistas que poco a poco se han impuesto como legítimas, para establecer como si fuese natural una visión neoliberal que, en lo esencial, viste de racionalizaciones económicas los presupuestos más clásicos del pensamiento conservador de todos los tiempos y todos los países".

Y es que hablar hoy de socialismo -o de políticas públicas en sectores estratégicos- sigue siendo un atrevimiento que cuesta en la mayor parte de los círculos públicos la censura. Un rechazo que viene dado por el trabajo de aquellos que, como dice el propio sociólogo francés, entienden la praxis neoliberal como una doxa, una evidencia indiscutible e indiscutida, acaparando amplios espacios de opinión pública. Flexibilidad, competitividad, austeridad, reformas estructurales... términos todos ellos que se enmarcan dentro de un proyecto para vaciar el estado social y que bebe de las políticas tatcherianas de los 80 y de las de la UE a partir de finales de esa década y especialmente de los 90. El objetivo -a veces parece que más que conseguido- es que la clase trabajadora, que sufre las consecuencias precisamente de una desindustrialización -o deslocalización- inducida, asocie su propio enfado con lo público y, al mismo tiempo, haga gala de un contradictorio y exacerbado nacionalismo -la UE prefería y prefiere un europeísmo con Alemania como referente-. Pero, ¿y qué si hablamos de ese mismo europeísmo en conjunción con la praxis neoliberal que ve su cénit con la moneda única y con el proyecto, a todas luces fracasado, de la Constitución Europea?

"La palabra clave del discurso de Hans Tietmeyer, la “confianza de los mercados”. Tietmeyer tiene el mérito de colocar bajo los focos la elección histórica delante de la que se hallan todos los poderes: entre la confianza de los mercados y la confianza del pueblo, hay que elegir. La política que pretende conservar la confianza de los mercados pierde la del pueblo. Según un sondeo reciente sobre la actitud con respecto a los políticos, dos tercios de las personas interrogadas los consideran incapaces de escuchar y de tener en cuenta lo que piensan los franceses, reproche particularmente frecuente entre los partisanos del Frente Nacional,  del que deploramos su ascensión sin soñar un solo momento en establecer la relación entre el FN y el FMI".

Pierre Bourdieu en 1996

Si pienso en ello me vienen recuerdos de mi infancia. Cuando el euro se implantó yo tenía tan sólo 9 años pero recuerdo perfectamente el proceso de europeización que estaba en marcha, especialmente en las nuevas generaciones. Aún conservo unos billetes y monedas de juguete con el euro y varios pines con la bandera europea. Pocos años después vino la Constitución Europea, que repartieron también a diestro y siniestro en colegios e institutos sin prácticamente explicar un ápice de lo que se decía. Los que recriminaron tanto Maastricht como la moneda común y luego la Constitución Europea fueron vistos como demonios en una UE que acaparaba y lo daba todo. La entrada de nuevos miembros -o nuevos mercados- y la nutrida red de tentáculos de la UE -fondos, ayudas, becas- proyectaba una buena imagen de la Unión en un momento de expansión económica -y de desregulación y endeudamiento- sin precedentes. Y vino una nueva crisis sistémica. Ahora todo se vuelve a reformular. O no.

En esa disyuntiva en la que ahora nos encontramos los fantasmas vuelven a volar sobre Europa. No hay proyecto común que valga. Ni intercambio cultural, ni fondos, ni ayudas. Ni rastro del Himno de la Alegría. Ni estrellitas ni banderitas. La UE se desmorona y lo hace en buena parte a costa de un discurso nacionalista, xenófobo y antieuropeísta. Reino Unido se va y otros gobiernos empiezan a planteárselo. En esta vorágine desintegradora la culminación del proyecto económico europeo -el euro- cumple 15 años y la manifestación de su integración política -la constitución y las instituciones europeas- o no sirven para nada o son puestas en entredicho. De cara a esa realidad, ni se reacciona ni se recuerda de dónde, cómo y por qué nació esta Unión Europea. La UE está a la expectativa, sin ideas y sin objetivos. Pese a ello, la conferencia de Bourdieu -de 1996, en el contexto inmediatamente posterior a Maastricht- sigue estando vigente. Y en el fondo lo sigue estando porque siempre ha habido una oposición crítica y coherente a esta Europa construida desde "la confianza de los mercados". Ahora la ultraderecha se frota las manos. Su populismo viene de vuelta en una Europa que parece no haber aprendido nada durante el siglo XX. La mentira común nos puede costar muy cara.

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