Humahuaca

El Carnaval ha vuelto a ser enterrado en la Quebrada de Humahuaca. Justo hoy que acaba de comenzar a las cuatro de la madrugada el Carnaval de Basilea, Suiza

Humahuaca, de carnaval. Una imagen de Pablo Martínez-Calleja.
Humahuaca, de carnaval. Una imagen de Pablo Martínez-Calleja.

El Carnaval ha vuelto a ser enterrado en la Quebrada de Humahuaca. Justo hoy que acaba de comenzar a las cuatro de la madrugada el Carnaval de Basilea, Suiza.  Ahora que en Cadi no se toman la molestia de pensar en si se acabará el Carnaval, porque el próximo fin de semana lo seguirán celebrando. En Humahuaca habrá también Carnaval, el de las flores. Hace más tiempo del que parece, la Cuaresma fue penetrada por el Carnaval.

El viernes pasado iba caminando por la calle Santa Fe de Humahuaca, cuando vi a una mujer grande guiando su caminar con un bastón blanco. A cada paso tropezaba, si no chocaba, con los autos que los forasteros habían descuidado sobre la vereda. Me acerqué y, a la distancia, le pregunté si quería que la ayudara: no quería que mi acento extranjero, junto a mi cercanía, pudieran asustarla. Me dijo que sí, que por favor, me tomó del brazo y comenzamos a caminar. Me pregunto de dónde era, se lo dije. Añadí que dijera hasta dónde quería que la llevara. Me dijo que ya me avisaría, que iba a una invitación. Me mostró, entonces, una caja, un tamboril, que era de una agrupación de copleras con caja. Pedí poder acompañarla a la invitación y aceptó. Soledad.

Poco antes de llegar a la intersección con Salta apareció Mariana en la calle, se acercó a nosotros y saludó a Soledad. Nos saludamos también. Expliqué a Mariana y me pidió que pasara yo también. Adentro, en uno de esos lugares de la Cultura-de-la-pobreza, se refugiaba bajo un voladizo de chapa metálica un grupo de personas, fundamentalmente mujeres con un tamboril en la mano, caja, y tocadas por sombreros peculiares. Tocaban su caja con una sola mano al tiempo que cantaban coplas. Pedí permiso para grabar, hacer fotos: me lo dieron, me lo iban dando. Me hicieron sentirme en mi casa, me ofrecieron de beber, me pidieron que también yo dijera coplas. Bicho Díaz me regaló su conversación y una enorme cantidad de información. La invitación se extendió al pasado domingo, cuando todavía escribo para este lunes. Acompañé a Soledad de vuelta hasta la puerta de su casa.

Durante toda la noche sonó la música, las campanadas de la iglesia vecina, frente a la municipalidad: a las tres, a las seis; a las ocho me levanté. Desayunaba cuando escuché quejidos como maullidos de gato: los diablos vagaban penando por el fin del Carnaval. Llevaban una sarta de alambre puesta en bandolera donde iban ensartando las ofrendas que comerciantes y vecinos les iban entregando para su ofrenda a la Pachamama. Fui a comprar champú, pasta dentífrica y unas cuchillas de afeitar que no fue posible encontrar. Entré al mercado siguiendo a los diablos penando. Llegaba la hora  de ir a Peñas Blancas. Comí unas empanadas y me puse en camino.

Al cruzar el puente comenzaba la pista de tierra que me llevaría bajo un sol severo. Caminaba despacio por la altura, que además iba aumentado. Llegué a lo alto, no había nadie. Rehice una parte del camino y, por fin, los encontré. Entré, había pocas personas todavía. Tres mujeres al fondo me preguntaron de qué nos conocíamos. Una de ellas, Romi, había vigilado mis cosas en un café de Tilcara mientras yo iba al baño. Suzanne, doctorada en coplas de caja de esta Quebrada. Mainque, vecina de Tilcara, también, buscadora de una vida fuera de Buenos Aires, como Romi. Charlamos animadamente, interesades, intercambiamos nuestros números de celular. La fiesta comenzaba.

Comimos, bebimos. Comenzaron los círculos de coplas con caja. Círculos inacabables que rescataban en mi memoria las danzas de los monjes derwiches; los pasos cortos del Carnaval de Binche, en Bélgica. Me decoraron con talco. A cada paso volvía a disfrutar de la conversación interesante de una nueva persona; regresaba a la conversación de mis nuevas amigas. Comenzó la procesión hacia el mojón donde se enterraría el Carnaval y se realizaría el ritual a la Pachamama. El mojón fue levantado, piedra a piedra; abierta la Tierra se extrajeron las ofrendas que se le rindieron para luego enterrar nuevas, todo entre cantos de coplas con caja durante una danza ritual en círculo, alrededor del mojón.

Entre esas coplas que cantaban descubrí una que me emocionó, dado que desde que estoy en estas tierras ha dejado de impresionarme todo. La copla la cantaba mi propia abuela cuando yo era niño chico en el Bilbao de mi niñez: ”La mujer no es tonta sino bien entendida / cuando una vela se le apaga / otra le queda encendida.” La copla que escuché esta noche entre los cerros de Peñas Blancas, en Humahuaca, decía: “La mujer que quiere a dos / no es tonta sino advertida / cuando una vela se apaga / otra queda encendida.”. Habrá que hablar mucho más sobre este Carnaval de coplas y diablos.

Entregadas la nuevas ofrendas a la Pachamama, volvió a cerrarse el ojo de la Tierra, dejaron de hacerse sonar las cajas, se levantó de nuevo el mojón, se lavaron los restos de Carnaval que cada cual llevara todavía en su cuerpo y la procesión regresó a su punto de partida. Hasta el año próximo.

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