Mochuelo bajo tierra

Tenemos, materialmente hablando, pocas posesiones, si bien el sentido de propiedad –aún hipotecada–, nos da seguridad y relevancia social

Iván Casero

Ingeniero de Montes.

Mochuelo bajo tierra
Mochuelo bajo tierra

Caminante no hay camino, se hace valla al andar. Algo así escribiría Antonio Machado sobre sus paseos hoy en día en nuestros, cada vez más, urbanizados campos.

Puertas y ventanas limitan el acceso a nuestras casas, propiedad privada, excepto cuando hay un incendio, pasen por favor señores bomberos. Tenemos, materialmente hablando, pocas posesiones, si bien el sentido de propiedad –aún hipotecada–, nos da seguridad y relevancia social.

A medida que las ciudades y pueblos han ido creciendo, la segunda residencia en el campo –el más amplio concepto y legalidad– se acrecentaba su necesidad y claro las puertas al campo se llaman vallas. "Lo cierro porque es mío y por aquí no me pasa nadie". 

Conozco los cerrados para los toros bravos que lindaban con las tierras del rancho de mi abuela, con hincos de ramas de olivo, alambres de espino y pasos para cruzarlo. Permeable a todo bicho viviente y para todos, sin olvidar el cartel de ganado bravo. El resto del secano, los padrones, arroyos, cañadas y caminos eran los límites del inabarcable campo.

Sin embargo la intensificación de cultivos agrícolas en la mayoría de los casos asociados a la puesta en regadío, junto a la normativa territorial insensible, han originado una amalgama de viguetas, traviesas, cerramientos de bloques, prefabricados de hormigón, somieres incluso con patas, entrañas de colchones, mallas de todos los tipos, hincos metálicos, postes de madera, que seccionan el paso al campo y un paisaje que echa para atrás. Sencillamente parece que ya no somos bienvenidos. 

Caminar por caminos entre vallas –en los senderos ya se impide el paso–, solamente da sensación de libertad si miramos al cielo. Cierta claustrofobia a la hora de mover el esqueleto, quién me lo iba a decir.

La gestión del territorio es integral y competencial, incluyendo estos aspectos con legislación que cumplir y velar, pues de seguir así, al final daremos la vuelta al refrán de "no es posible poner puertas al campo".

Los árboles estorban en las márgenes de caminos y en cunetas de carreteras, por seguridad vial. La velocidad nos va a matar más, aún más para llegar más pronto al atasco de rigor de entrada al aparcamiento, y encima sobreacelerado. No hay sitio para tantas ruedas ni bajo tierra.

Carriles para uso de caminantes, bicicletas y caballos con iluminación, pero sin sombra está de actualidad. Creo que los datos de movilidad reflejarán que son mucho más utilizados de día, y sol no nos falta. Si bien la sombra de árboles se agradece encarecidamente para los cada vez más sensibles de piel a rayos solares y sobre todo a insolaciones, con dolores de cabeza incluidos. No hay botón para accionar el "hágase la sombra", quizás sea eso por lo que no se prodigan aun fijando el carbono atmosférico.

Tenemos un problema al ser inconscientes de lo realmente necesario, y en ocasiones percibo la estrategia del avestruz escondiendo la cabeza bajo tierra o la del mochuelo que cría bajo tierra, caso único que espero no empiecen a poner de ejemplo de adaptabilidad ante la falta de lugares naturales de nidificación.

Plantemos un árbol, apadrinado por cada nacimiento del pueblo y aldea, con su correspondiente cuidado, para identificarnos con el verdadero camino de la vida, momentos para el recuerdo, motivos de orgullo.

 

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