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Las dos españas no son solo las de Cataluña, sino las del fuego y el agua. No deja de ser paradójico que en Galicia, donde llueve casi todo el año, los bosques se calcinen mientras que en Andalucía y especialmente Jerez, donde el sol nos abrasa sin tregua, sean las inundaciones las que nos ahoguen, aunque en este caso de manera no intencionada y sin tener que lamentar víctimas mortales, afortunadamente.

Recalco lo de mortales porque aunque la catástrofe no ha alcanzado las dosis de virulencia y tragedia de las tierras gallegas, sí que ha dejado un drama escenificado por familias humildes (sobre todo de Zafer en la barriada de La Asunción) y numerosos negocios del centro, que por si no tuvieran bastante con levantar cabeza pese a los embates de la crisis, ahora se ven en la tesitura de evaluar pérdidas y pasar noches enteras sin dormir achicando agua.

La paradoja, como digo, está servida: infierno en el norte mientras en Jerez Thor desata su furia, quizá para que nos olvidemos un rato de la historia interminable de la República Independiente de Ikeataluña, donde a lo mejor en vez de montar muebles como en la multinacional sueca se desmonta el tinglado en menos que canta un gallo, aunque eso sí, con consecuencias irremediables. Deben de aburrirse mucho allí, porque aquí las desgracias no hace falta que las busquemos. Vienen ellas solas. Y del cielo.

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