Estados Unidos e Irán, músicos de una canción de odio y muerte

Así que no digamos estupideces. Nada de bombas para la paz; digamos, en todo caso, bombas para más bombas. Bombas para más muerte.

Ataque de Irán a la base de Estados Unidos en Qatar.
24 de junio de 2025 a las 09:46h

Vivimos tiempos paradójicos. Recientemente, he escuchado a distintas personas aplaudir a Donald Trump por bombardear las centrales nucleares iraníes. En esto no hay paradoja alguna: hay estupidez, ganas de marcha, psicopatía. Póngale el nombre que más le guste. Lo paradójico está en lo que le oí decir, por ejemplo, a Jaime Bayly. El escritor peruano, afincado en Miami y muy crítico desde el principio con el líder del partido republicano, dijo en un reciente vídeo que publicó en su canal de YouTube que estaba muy feliz por el ataque de Estados Unidos a Irán. Y añadió: “Estoy profundamente agradecido a Trump por haber usado la fuerza militar de Estados Unidos en nombre de la paz”. ¡Bombardeo por la paz! Lo que hay que escuchar…

Y es que es cierto que las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki convirtieron al tigre rabioso de Japón en un domesticado gatito kawaii. Es cierto; pero fue así porque lo que salió de aquella acción brutal fue beneficioso para el país; les sirvió para tomar conciencia de que no podían seguir siendo samuráis de corte nazi y para descubrir un camino que les ha traído prosperidad económica. Pero, en líneas generales, esto no funciona así.

Ayer, precisamente, Irán respondió atacando la base militar de Estados Unidos en Catar. Porque detrás de una bomba o de cualquier ataque injusto, hay siempre un polizón, una sustancia viscosa que se infiltra en la sangre y que corroe el cuerpo de quien es poseído por esta. Se llama odio. Y se lega, además, de generación en generación, cuidándose con mimo, como oro en paño; como a un hijo.

Hasta que un día, más tarde o más temprano, estalla. Y muere mucha gente inocente. Y es entonces cuando, una vez más, se infiltra de nuevo, pero esta vez en la sangre de los otros, de los que han recibido el nuevo ataque. Y así sucesivamente, en un círculo vicioso que se extenderá por la geografía y por las épocas y que será el desagüe de cientos de miles de vidas. Esto, sin embargo, se expresa perfectamente en un anime que vi hace poco, una adaptación de un manga de Naoki Urasawa: Pluto, una obra que plantea un futuro distópico donde, a la manera de Blade Runner, los robots forman parte de nuestras vidas, siendo utilizados para todo tipo de tareas; entre ellas, la guerra. Está en Netflix; vedlo. Urasawa explica todo esto que comento mejor que yo, con la elocuencia de que es capaz el gran arte.

Basándose claramente en el ataque de Estados Unidos a Irak bajo el pretexto de buscar armas de destrucción masiva, Urasawa hace una obra antibelicista que incluye, además, un perfecto estudio del odio. En Pluto el Imperio Persa —evidente paralelo de Irak— no tenía, como afirmaba el presidente de Tracia —Estados Unidos—, ningún robot de destrucción masiva, sino que tenía únicamente un robot con una IA muy avanzada que le permitía crear vida. Solo con desearlo este androide podía hacer que germinasen las flores e incluso hacerlas surgir de la pura nada.

O podía también provocar temporales de los que brotase la lluvia, tan necesaria en una geografía desapacible, desértica como la del Imperio Persa. Pero durante la invasión, uno de los científicos de ese Estado que remedaba el de Irak perdió a su familia y quedó moribundo. Así, lleno de odio por haberlo perdido todo y antes de morir, decidió implantarle su memoria a ese robot que solo había nacido para la vida. Y así nació Pluto, la máquina perfecta de destrucción. La materialización misma del odio. Un odio tan gigantesco que podía poner fin a la existencia del mundo entero.

Así que no digamos estupideces. Nada de bombas para la paz; digamos, en todo caso, bombas para más bombas. Bombas para más muerte. Deberían ver Pluto estos dirigentes descerebrados, pero sé que sería inútil. Ellos están sordos para cualquier otra perspectiva, para cualquiera, claro, mínimamente humanitaria. Ellos solo pueden oír, mientras nos convencen de que buscan la paz, la melodía que ellos mismos tocan: su canción de odio y muerte.