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"ntentar que alguien que está fuera de la ley se siente a hablar con otro cuya primera condición es que vuelva a la legalidad resulta, de momento, bastante complicado".

"Un día, los enanos se rebelarán contra Gulliver". Así inicia Joaquín Sabina una de sus canciones (Gulliver, incluida en el disco de 1980 Malas compañías). Y parece que buena parte de los catalanes, hartos de estar empequeñecidos, a su parecer, por el Estado español, se han rebelado saltándose la legalidad y promoviendo la desobeciencia a a la Constitución y a las propias reglas de funcionamiento del Parlamento catalán. Pero esto es sólo un capítulo más en este proceso cuyo final aún no logra vislumbrarse con claridad.

Tras supremacista, resilencia o procrastinación, no está nada mal que la palabra diálogo sea la que se haya puesta de moda, un vocablo a cuyo uso estamos bastante más acostumbrados. Ahora todo el mundo, o casi, lo pide. Desde el futbolista Andrés Iniesta hasta el líder de Podemos, Pablo Iglesias, o el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, que ha vuelto a demostrar que su objetivo personal está por encima de los valores democráticos de la nación española.

Desprenderse de Rajoy antes incluso de evitar la ruptura del país. Si no, no se entiende que su reacción primera sea reprobar en el Congreso de los Diputados a Soraya Sáenz de Santamaría, sin responsabilizar de nada a los que han dejado la legalidad de un lado como Puigdemont, Junqueras o Forcadell. De nuevo vuelve a enfrentarse a los históricos de su partido. Nada que no haya hecho con anterioridad.

También opta por el diálogo. Pero intentar que alguien que está fuera de la ley se siente a hablar con otro cuya primera condición es que vuelva a la legalidad resulta, de momento, bastante complicado. Hay que ceder y conceder, y parece que ni Puigdmemont ni Rajoy están por esa labor. 

El presidente catalán, aupado por la respuesta de la prensa internacional tras las bochornosas imágenes del 1 de octubre, creía tener mucho terreno ganado. Quiso creer entonces que Europa se ponía de su parte, pero los días posteriores confirmaron que la UE se ha posicionado del lado de España.

No ha sido suficiente con dejarse ver como víctima, y la fuga de empresas tan emblemáticas como Banco Sabadell, trasladando su sede social a otras ciudades españolas, puede que le estén haciendo reconsiderar su actitud. Pero como se eche atrás, tendrá el problema de aquellos que le jalean, como la CUP.

En el lado opuesto, Rajoy, fiel a su costumbre de marcar sus propios ritmos. Como aficionado al ciclismo que es, el gallego parece comportarse como hacía Miguel Induráin en los puertos de montaña; resistir los ataques, dejar que sus rivales se desgastaran y continuar con su cadencia para finalmente imponerse. En su contra tuvo las imágenes de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado desalojando colegios electorales ilegales por las bravas, tras la polémica inacción de los Mossos catalanes.

A pesar de que hoy, 7 de octubre, el diálogo parece muy lejano, es una de las soluciones para salir de esta crisis. Otra sería la convocatoria de elecciones en Cataluña y tomarlas a modo de plebiscito, pero cabe aquí recordar que eso ya se hizo hace dos años y que hasta la propia CUP reconoció la derrota.

Ante ello Carles Puigdemont, que por cierto no fue elegido por las urnas sino que llegó tras la marcha de Artur Mas, no ha encontrado otro camino que hacer lo que le ha dado la gana, violando las leyes y los reglamentos para tener después el cinismo de recordar al rey Felipe VI sus competencias constitucionales. 

Empieza ahora una semana decisiva para Cataluña. ¿Habrá o no habrá declaración unilateral de independencia? ¿Qué consecuencias traerá? Sea lo que sea, esperemos que la calma vuelva a la sociedad catalana, y la actitud irresponsable de políticos de un lado y de otro durante tantos años no conlleve una fractura social que sería muy difícil de superar. Mantengamos la esperanza.

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