Miguel Malia , hijo tercera generación de rederos en Barbate. FOTO: JUAN CARLOS TORO

La luz de la soleada mañana barbateña se cuela por los lucernarios y tiñe la nave de un tono sepia. Entre dos enormes montañas de redes, Miguel Malia y su hijo tejen concentrados. Van extendiendo cuidadosos ese mar de nudos de casi 4 kilómetros de extensión. Se detienen, repasan un boquete y siguen buscando. Malia —64 años, rostro afable y manos curtidas—, levanta la vista: “Esto es un trabajo artesanal, ya llevo 50 años. Lo aprendí de niño de mi padre y se lo enseñé a mi hijo Miguel. Pero se está perdiendo porque la juventud ya no lo quiere”. Los dos rederos se afanan por dejar lista su faena en el Real de la Almadraba de Barbate. El próximo 12 de febrero, los almadraberos se incorporarán al tajo para dar comienzo a una nueva temporada en la captura del atún rojo y necesitarán esas redes que padre e hijo reparan con tesón.

Pero los dos Migueles no son los únicos que más allá de febrero a julio trabajan duro por garantizar que sus compañeros puedan levantar túnidos, como cada año en Cádiz desde tiempos fenicios. Rederos, vigilantes, carpinteros de ribera, administrativos, personal de mantenimiento o dedicado a la congelación, preparación y conservación del atún componen la plantilla fija de la Organización de Productores Pesqueros de Almadraba (OPP). En total, casi un centenar de empleados estables de los 400 que emplea esta organización que concentra, a su vez, el 72% de toda la cuota de atún rojo de este arte de pesca.

Vista de las barcas en el rio durante su reparación. FOTO: JUAN CARLOS TORO

Son las localidades de Barbate (donde tiene sede en tierra la almadraba de Zahara), Conil y Tarifa, donde se mantiene vivo el sector todo el año, más allá de la temporalidad de cada almadraba. Sin embargo, de ellas, Barbate es la que más empleados concentra. Además del propio Real, en este municipio se citan oficinas, las instalaciones de Frialba (dedicadas a la congelación del pescado), las de Gadira (que se encarga de congelación, preparación y conservación del género) y el varadero donde los barcos de la almadraba se reparan después de cada temporada; en total, unos 60 trabajadores. Como le ocurre al hijo de Miguel el redero, muchos de ellos son almadraberos, que, una vez concluido el trabajo en el mar, se incorporan a faenas en tierra.

“En contra de lo que pueda parecer, la almadraba es todo el año. Lo que se visualiza es la levantá (momento en el que se capturan los atunes), pero aquí hay mucho más trabajo”, reconoce Diego Crespo, gerente de la OPP y pieza clave en el funcionamiento de todo el engranaje de esta organización. Entre llamada y llamada, Crespo visita las instalaciones barbateñas, afanadas ya en las últimas faenas antes de que se incorporen los almadraberos. Más allá del trabajo administrativo, buena parte del tajo se concentra en revisar, preparar y reparar todo el material que será necesario durante los próximos seis meses.

Eso es justo lo que hace Ramón del Pozo, maestro de carpintería de ribera del varadero que las almadrabas mantienen en la desembocadura del río Barbate. Sentado en un pequeño taburete y ayudado de sus herramientas artesanales, calafatea uno de los barcos que deberán estar listos en tres semanas. Con paciencia, rellena con estopa las costuras entre tabla y tabla, antes de proteger el casco con un cemento y una imprimación especial. “Llevo ya 20 años dedicado a esto. Mi padre era marinero y, si a mi hijo no le gusta estudiar, no me importaría que se viniese para acá”, reconoce Del Pozo.

El maestro carpintero de ribera Ramón del Pozo reparando la proa de una de las barcas utilizadas en la almadraba. FOTO: JUAN CARLOS TORO

El maestro tiene a su servicio a cuatro peones que se encargan de la conservación, tanto de los barcos de madera (que la OPP adquirió al desaparecido Consorcio Almadrabero), como de los de fibra, nuevas adquisiciones en los últimos años. Además, la almadraba da trabajo también a un varadero cercano, ajeno a la organización, pero que difícilmente encontraría carga de trabajo si no fuese por el sector. “Nadie de la juventud quería este oficio, no se ha ido aprendiendo y se ha ido perdiendo”, reconoce con resignación el carpintero de ribera.

A Crespo no le es ajeno lo que cuenta en un sector con unos oficios de tradición milenaria: “Al ser una pesca tradicional, la almadraba mantiene trabajos —como el de carpintero o el de redero— que están en peligro de extinción”. Pero gracias al atún rojo, no todo está perdido. De hecho, en el varadero de Del Pozo la actividad en estos días es intensa. Tanto que hace unas semanas se sumó al equipo Diego González, de 47 años y patrón en la almadraba de Zahara. “La pesca es mes y medio pero detrás hay mucho trabajo”, reconoce el patrón, ya curtido en sectores más duros como la traiña (arte de arrastre para la captura de boquerón y sardina).

Los días corren mientras, a pocos pasos de distancia, Malia repara sus redes y Del Pozo y los suyos calafatean los barcos. Otros dos compañeros se afanan en pintar de gris los mástiles de las embarcaciones amarradas a la ribera del río. Justo al lado, un vigilante controla que las naves están a buen recaudo. Barbate transita una jornada más hacia una nueva temporada. En tres semanas, redes, barcos y aperos surcarán la mar para iniciar una nueva batalla con los atunes. Otro año más, como viene ocurriendo, con sus más y sus menos, desde la noche de los tiempos en la costa de Cádiz.

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Jesús A. Cañas Carrillo

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