Fragmento de una vista de Jerez por Braun y Hogenberg (1575), con claves para los viajeros.
Fragmento de una vista de Jerez por Braun y Hogenberg (1575), con claves para los viajeros.

"Lejos, sentado ahora en las contrarias orillas, recibiendo las mismas oceánicas olas, me voy con ellas, llego con ellas y mis ojos hundo, todo yo me sumerjo en tan antiguo sol misterioso, isleña raza potente desaparecida. Álzate, surge, sube, asciende de los hondos despeñaderos submarinos. Véate pura y viril poblar la nueva tierra".

Rafael Alberti, 'Ora marítima'.  

 

Aviso para navegantes: lo que sigue puede resultar ofensivo para las ideas recibidas de nuestro tiempo. Para mí, no son más que ciertas doctrinas persistentes engarzadas en una recreación cronológica. Una historia imaginaria de Jerez centrada en unos pocos personajes mal conocidos, que merecían su hueco en esta antología de olvidos. Si alguien se tiene por susceptible, que no lea, y, si lo hace, que se atenga al verso machadiano: “Al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito”. 

I. Introducción. La pre-prehistoria

 

"A su hermano gemelo le tocó la extremidad de la isla, hacia las columnas de Hércules, la parte del país que se llama Gadirica, que se llamó en griego Eumeles y en la lengua indígena Gadir, donde tiene su origen el nombre de este país".

Platón, ‘Critias’.

 

Es una tradición universal.

Una civilización primigenia, floreciente en cultura, tecnología y modos de vida, pereció bajo las aguas hace entre ocho mil y diez mil años. Sus días sobre la tierra, los de Atlantis, los de Deucalión, los de Noé, los de Shraddhadeva Manu, los de Utnapishtim... se hundieron sin dejar huella. 

¿O no?

Según una fábula recurrente, hubo supervivientes. Ellos fueron antecesores, en lo genético, en lo cultural, en lo secreto, de la humanidad posterior. La reintroducción de esta antigua teoría en Occidente se la debemos al genio de H. P. Blavatsky. Para la esoterista rusa, los grupos humanos que hoy conocemos tienen su origen en una evolución (o degeneración) paulatina de la raza de los Atlantes. La mítica ciudad de éstos aparece por primera vez en el Critias y el Timeo de Platón. Al haberse encontrado cerca de Cádiz o “Gadir”, los habitantes de sus alrededores se pueden preciar de descender de los primerísimos colonizadores, en el hipotético éxodo hacia Oriente que hizo de España el primer país en albergar a una especie nueva en la Tierra: el ser humano.

Por dónde se desplazaron a partir del Hundimiento, si subiendo hacia Europa o mirando al Mediterráneo, es otra cuestión de imposible discernimiento. Sabemos que las familias de dioses de grandes panteones como el egipcio provienen del oeste, más allá del océano ignoto (mare tenebrarum). Es el recuerdo mitificado los fundadores de la raza humana. Pero en tiempos en que la Isla estaba bajo la luz del sol, es probable que los Atlantes ya poblaran lo que todavía se denomina Isla de León, o algún otro punto “continental” de la bahía de Cádiz. La Atlántida, por muy frondosa y exuberante que fuera, y por mucho que sus habitantes no anhelaran otro hogar, no era capaz de producir, por razones de espacio, clima u orografía, los bienes suficientes para el mantenimiento de su población; seguramente tampoco se podían cultivar o criar en ella algunos productos preciados, descubiertos en sucesivas exploraciones de la costa adyacente.

Al existir en la bahía de Cádiz un puerto comercial, tal vez un astillero destinado a la flota atlante, cuando los supervivientes del Hundimiento arribaron en sus balsas se atrevieron a incursionar tierra adentro. El terreno no les era nuevo y los territorios de la bahía (incluyendo el posible asentamiento de Cádiz) se hallaban inundados, pues el nivel del mar debió de haber subido notablemente.

Platón describe la Atlántida como una gran isla con variedad de climas y paisajes, formado por círculos concéntricos. La mayor parte de la población habitaría en su centro, por lo que se sentirían más a gusto a cierta distancia del mar, para continuar un arcaico estilo de vida rural. Encontraron el sitio propicio en lo que hoy llamamos Jerez de la Frontera. Aunque no niego que pudieran propagarse también por sus alrededores, formando pequeñas aglomeraciones. Por ejemplo Espera, “tan antigua como cualquiera”, cuyo nombre debe de remontarse al rey Hespero, hermano de Atlas, a tenor de sus símbolos: la torre y la estrella, señal del rey gemelo que ostentan Sanlúcar (hogar del Templo del Lucero), Medina Sidonia (donde existe un Castillo de Torre Estrella), Chipiona y un gran número de monedas atávicas. Todos estos nombres recogen el periplo hacia el norte de los supervivientes desde Estella.

Fue Jerez-Sidueña, siempre superior a Cádiz en tamaño y población, la primera de la metrópolis de los Atlantes, donde se reunió la mayoría de los desamparados náufragos. Su propio escudo, concedido por Alfonso X, refiere con sus olas la inundación que originó la "ciudad más antigua de Occidente".

Para la literatura esotérica, los atlantes habrían confiado los secretos de su sabiduría oculta y su superior tecnología a una cadena iniciática de sabios que prometieron no desvelarlas sino a otros iniciados. No obstante, la historia del hundimiento de la Atlántida se conservó, con distintas variantes, en todas las tradiciones de sabiduría del globo. Desde los mayas hasta la China clásica, siempre aparece, en el ámbito de la historia mítica, la idea de una civilización primordial hundida para siempre y de algunos escasos supervivientes destinados a fundar un nuevo mundo desde cero. En España, sin ir más lejos, este esquema aparece en casi todas las regiones, salvo Andalucía. Allí reinó el silencio.  No obstante, mis investigaciones sobre cierto culto milenarista próximo a Jerez rindieron descripciones de un mundo prediluviano dominado por gigantes creados por ingeniería genética (descritos en la maléfica Biblia Palmariana), lo que sin duda sugiere la idea de una tecnología extraordinariamente desarrollada.

A finales del siglo XIX se extendió con rapidez a este lado del Cáucaso la noción, también milenaria, de que gobierna la Humanidad en secreto un círculo oculto de Maestros, de carne y hueso o puramente espirituales, que velan por el porvenir de la especie. La localizamos, por citar sólo unos pocos lugares, en el judaísmo de época talmúdica, el shiísmo, inmemoriales escuelas sufís (varias de las cuales se declaran parte de dicho círculo), ciertas leyendas románticas, rosacruces, masones y en los movimientos espirituales contemporáneos asociados a Aleister Crowley, Guy Ballard, G. I. Gurdjieff y, muy en especial, a Madame Blavatsky, responsable nuevamente de adaptar la tesis al paladar europeo.

Atlantis- Monsu Desiderio (c. 1600).

El pensamiento de raíz teosófica, presente en grado variable en la práctica totalidad del espiritualismo del siglo XX,  tenía por principio que los líderes providenciales, los fundadores de las grandes religiones, las personas que en algún momento parecieron descender del cielo para aportar un nuevo mensaje a la humanidad,  en realidad formaban parte de ese grupo de Iniciados y fueron “enviados” por el Círculo para intervenir en un momento clave de la Historia, adaptando su sabiduría intemporal a la mentalidad particular de una época y un lugar. De ahí los grandes “saltos espirituales” que la humanidad parece haber conocido en momentos próximos y lugares muy distantes (por ejemplo, la famosa "era axial" que tuvo su cumbre en el siglo quinto antes de Cristo).

Se asocia este Círculo Oculto al linaje transmitido por los atlantes que sobrevivieron, ya sean ellos la fuente original o un eslabón de una cadena todavía más antigua (como sucede con la teosofía clásica, donde descienden a su vez de la raza-raíz de los Lemurianos). Si es cierto que la Atlántida estaba en la proximidad de Cádiz, y que los atlantes debieron de adentrarse en la masa continental por lo que hoy es territorio de su provincia, podemos concluir que allí sentarían las primeras escuelas iniciáticas, cuyos rastros en dirección al norte se pueden seguir desde las ignotas escuelas alquímicas sevillanas hasta los subterráneos toledanos, las calderas salmantinas o los petroglifos gallegos, demasiado semejantes a marcas de cantero que decenas de siglos más tarde se grabaron en el románico aragonés o castellano.

Cómo se bifurcó, adulteró, diluyó este conocimiento es inacabable tarea para otros estudiosos. Mi conocimiento del tema es muy tangencial, pero he tenido acceso a ciertas fabulaciones de cronicones tardomedievales, inspirados en los delirios del infame Flavio Josefo, que abordan, con más imaginación que ciencia, el hipotético idioma atlante. De acuerdo con sus conclusiones, el término para “regente” o “regidor”  sería semejante en lo fonético a pa’asik. Es posible que continuara siéndolo y así designaran también a los que gobernaban desde la sombra. Poco más he conseguido sustraerle al secreto. Si Jerez fue el primer poblamiento urbano de la primera civilización, es comprensible que sus regentes (Platón se refiere a una monarquía doble atlante) pertenecieran a la casa real que imperaba en tiempos previos al Hundimiento. El rey, o uno de sus familiares, debió de ser el primero en salvarse, y no creo que nadie cuestionase la prolongación de su dominio.

El largo y penoso éxodo poblacional que desde la Península surcaría el orbe explicaría movimientos posteriores de regreso a los orígenes por parte de guardianes de la oculta tradición: “volvieron” los fenicios, “volvieron” los celtas, volvieron Menesteo, Túbal, Hércules, los milesios, los nostoi, los sufís, los grandes alquimistas europeos (Flamel, Valentin, Agrippa, Paracelso…) y los misteriosos viajeros del Romanticismo.  Hacia Tarsis se embarcaba Jonás cuando, él también, se hundía bajo las aguas debido a sus pecados, y, él también, sobrevivió milagrosamente, salvado por la ballena que le permitiría propagar su evangelio en tierras lejanas...

Hay una serie de razones que insinúan que la transmisión esotérica de los Atlantes persistió más en su tierra de origen que en cualquier otra. Para empezar, aquel pueblo desterrado se vio forzado a emigrar por alguna razón, y ésta, no cabe duda, tuvo que ver o con la superpoblación o con alguna catástrofe ambiental o geológica. La paleontología insiste en situar en la jerezana zona de Vallesequillo y Cerrofruto un litoral hoy retirado de marismas y esteros. Conchas prehistóricas, sustratos limosos y el topónimo de las “playas de San Telmo” son recordatorios de la inundación que transformó todo el tramo final del Guadalquivir o el Guadalete en estuario: sólo hasta el Plioceno Superior remitió, en palabras de los hermanos García Lázaro, aquella misteriosa “transgresión marina que en nuestro territorio hará penetrar el mar hasta Arcos y San José del Valle, ocupando también buena parte de los alrededores del actual Jerez”.[1]  No era Jerez lo primero que se encontrarían al remontar el río, pero sí estaba lo suficientemente apartado como para proteger a los Atlantes en caso de una segunda crecida de las aguas.

Al no estar confinados en el territorio limitado de una isla, los Atlantes fueron abandonando las necesarias medidas de control de la natalidad que su tecnología había puesto a su alcance (la mayor parte de esa tecnología, además, se perdería en la gran Inundación). Eso si no formaba este descontrol poblacional parte de la “degeneración moral” que motivó el Castigo Divino. Los Atlantes comenzaron a procrear, y posiblemente a descuidar viejas medidas eugenésicas, con lo que los recursos se demostraron insuficientes a la postre. Este sería el mayor acicate de su posterior odisea a lo largo del globo. El crecimiento incontrolado de la población superó el límite demográfico ideal (el de la polis helena) a partir del cual resulta difícil mantener relaciones con todos los conciudadanos de un asentamiento, y pronto la confianza mutua comenzaría a romperse, las asambleas se tornarían imposibles, los habitantes menos afectos a la ciudad se mudarían a territorios adyacentes, ampliando un término municipal que desde antiguo destaca por su desmesurada extensión.

Ante estos acontecimientos inesperados, los sabios, los detentadores de la memoria de la civilización perdida, que se erosionaba a pasos agigantados, decidieron formar el primero de muchos círculos secretos donde se preservaron los avances astronómicos, psicológicos, históricos, sociológicos, matemáticos, espirituales de la vieja Atlantis. Mientras algunos discípulos eran educados desde pequeños para memorizar una gran cantidad de información, convirtiéndose en auténticas enciclopedias del saber antiguo, a otros los entrenaban para ser capaces de interferir en los asuntos humanos si alguna eventualidad mayor amenazaba el futuro de la Especie, bajo el disfraz de grandes políticos, monarcas, emperadores, sacerdotes, científicos, revolucionarios, pensadores, visionarios o artistas capaces de alterar la sensibilidad y el curso de una época. Discernir quién perteneció a ellos entre los que nuestro falible criterio actual tiene por grandes personajes históricos y quién se representaba únicamente a sí mismo es un objetivo demasiado arduo: el énfasis total en el secretismo impidió que se filtraran pruebas incriminatorias. Aunque creo haber identificado a algunos, como expondré más tarde, las pruebas conservadas son, fuerza es reconocerlo, bastante escasas.

Los Sabios, pues, hicieron voto de silencio, en una reunión que creemos ubicada, a causa de un sugerente grabado, cerca de lo que hoy es el Monasterio de la Cartuja, y se propusieron acompañar las sucesivas migraciones sin por ello perder el contacto con el Núcleo. Por el bien de la especie, resolvieron trasladar a nuevos asentamientos su sabiduría, su capacidad de arreglar en secreto los grandes problemas. Allá donde el inconsciente vulgo se instalase, ellos vigilarían en la clandestinidad. Quizás en un futuro lejano los hombres, ya a la sazón ofuscados y embrutecidos, estarían capacitados de nuevo para escuchar esta revelación.

Tal vez incluso llegara el día en el que conseguirían creerla.

II - Los tiempos antiguos. Siglos XII-XV: Ibn Rifa’a. Juan Fernández

 

“Y hasta parece mentira, pero es cosa señalada, que de una sangre pareja, salga la cría cambiada”.

José Larralde, ‘Cosas que pasan’.

 

El Lete, o Leteo, era en la mitología griega el río del olvido. El río Guada-Lete fue el punto a partir del cual la expansión poblacional erosionó la memoria de Atlantis. En su día se plantó un melancólico drago frente al mar que se tragó a la isla maldita en recuerdo de todo lo que se perdió aquel día, cuyo significado fue enterrado por el tumulto de los siglos... 

Si los Iniciados que poblaron el mundo se mantuvieron en contacto con la primera colonia, ubicada en las cercanías de Jerez, y cómo lo hicieron, es una cuestión espinosa. Hay quien habla de telepatía, aunque pudieron disponer de medios tecnológicos para intercambiar mensajes cuya representación se nos escapa. Pese a que posiblemente vivieran muchos más años que los hombres actuales (lo que explica la asignación, en todas las culturas, de edades inverosímiles a sus fundadores mitológicos; los patriarcas bíblicos no son excepción), no asumo la teoría de que los hombres primordiales eran eternos y por algún oscuro motivo se volvieron mortales, como sigue defendiendo la esfera abrahámica con su teoría del pecado original. Veo más razonable que se educara a los descendientes para perpetuar la estela, y aunque se mantuvieran algunos métodos de prolongación de la vida (los grandes maestros de todo tiempo y lugar han afirmado  tener una edad muy superior a lo verosímil), no es que fueran eternos los seres humanos, sino que cifraban su éxito en asegurar la continuidad de la Tradición.

Podríamos conceder por una vez al argumentum ex silentio que, en este contexto, la falta de noticias en la Jerez originaria, en lugar de desacreditar la tesis, viene a confirmarla: quiere decir que hicieron bien su trabajo. El caso es que dicha ausencia es sólo superficial. Existen, dispersas, varias pruebas que sostienen la arriesgada tesis de que, en algunos momentos de la historia de la ciudad, han sucedido eventos recurrentes que indican que hubo más factores en juego de los que los historiadores de nuestro siglo tienen en cuenta.

Hablábamos de dos clases de Iniciados: los destinados a la preservación de un corpus de saberes extinto y los consagrados a solucionar problemas histórico-sociales, ya fuera desde la política directa o de forma indirecta mediante la elaboración de nuevos constructos intelectuales y tecnológicos. Los primeros nunca salen a la luz, los segundos rara vez. Debemos imaginarlos como un cuerpo de seguridad altamente profesionalizado, especialistas a la espera de pasar a la acción, preparados en todo momento para intervenir pero deseando no tener que hacerlo,  aspirando a que las cosas se solucionen de forma pacífica, por sí solas. La mayor parte de los Elegidos que en el mundo han sido jamás tuvo que involucrarse en nada, sólo permanecer a la espera, entrenándose todos los días. Aprendiendo la Ciencia Originaria. Pero unos pocos sí fueron requeridos en el exterior, sí tuvieron que abandonar su existencia secreta y discreta (incluso es probable que estuvieran encerrados en monasterios o lugares inaccesibles) y saltar a la luz de la historia. En Jerez operó el primero de estos grupos iniciáticos en cuanto la superpoblación hizo perder el nexo entre los Atlantes, y además ostentaba la distinción de provenir del linaje más directo de regentes atlantes, de aquel rey que todavía gobernaba cuando el Viejo Mundo pereció bajo las aguas. ¿Dónde, si no en la primera colonia? 

El registro de un asentamiento humano en la comarca de Jerez se remonta, oficialmente, al Calcolítico, aunque hasta hace poco se creía que era dos mil años más joven. De época anterior a la Asta Regia romana no se han conservado en la región pruebas escritas ni señales de una estructura socioeconómica compleja. Estamos ante uno de los mayores inconvenientes que se le pueden presentar a esta honorífica teoría fundacional: ¿cómo, si la cultura original era tan avanzada, no quedaron rastros de ella? Nuestra respuesta, provisional, es que el silencio fue deliberado. Evidentemente, cuando todo el esfuerzo por mantener el viejo orden quedó relegado a una pequeña minoría privada, la deriva externa de la sociedad fue sumiéndose en la tosquedad y el rudimento. La selecta minoría no sólo se mostró indiferente, sino que probablemente alentó este proceso, tratando de acelerar la decadencia de los tiempos en espera de un resurgir cada día más cercano... 

Desconocemos los primeros personajes importantes de la ciudad, pero, si en algún momento tuvieron  los Iniciados que enfrentar el peligro común, pudo ser (se trata de una conjetura) con ocasión del primer contacto de la civilización tartésica con los comerciantes fenicios, que dejaron un túmulo vigilante en lo alto de lo que hoy es la Sierra de San Cristóbal, conocida por algunos como la Sierra de los Muertos. Entre los tartésicos surgiría una figura pública que se prestaría a superar las reticencias y avenirse con aquellos fenicios que portaban la marca de una cultura más desarrollada, señal, por ende, de sabios y eruditos de tentador trato que recordarían mejor. De hecho, fenicio es el supuesto nombre originario de la ciudad, Sèrès, acaso influenciado por uno anterior.

La carestía de datos fiables sobre la clase de personajes que nos interesa dura hasta la Alta Edad Media. Los estudios sobre el Jerez islámico siempre han sido parvos en número, pero confío en que la labor emprendida por los jóvenes historiadores andalusíes, como nuestros compañeros de Crónicas con Solera, contribuirá a aportar una bienaventurada luz sobre las cuestiones que nos ocupan. Ya desde el Šarīš islámico, inauguración de la urbe en la historia conocida, se intuye una serie de figuras, a veces triviales, a veces célebres pero muy secundarias, cuyas biografías leídas al pie de la letra no se destacan sobre otras, pero que, si se considera su influencia a largo plazo, cobran luz nueva. 

La primera en la que queremos detenernos es Ibn Rifa’a, alfaquí nacido en Jerez en 1153. Se trata de uno de los hombres de letras de los que tenemos noticia de aquel borroso período. Era autor de obras religiosas, en las que exponía una prodigiosa memoria, y compaginaba los estudios religiosos con la profesión de médico. Su autoridad en el campo le condujo a codearse con los médicos de Al-Manṣūr y parece que incluso se mudó a Marraquech, pero desconocemos cuánto tiempo permaneció allí: lo cierto es que nunca llegó a formar parte de la corte y retornó en algún momento a Jerez, donde fallecería. Algunos aquí sospecharían de su estirpe, debido a su oscuro color de piel, o quizá era sólo la proverbial envidia ante quien pudo haber llegado más lejos que cualquiera de sus paisanos… En unos versos conmovedores Ibn Raifa’a denuncia, con amargura: “Jerez no es sino la errata de una clara desgracia. Partiría a rescatarte de ella si fueras persona piadosa, pero allí no volverá a distinguirse ni el que es libre ni el que es noble”.[2] Y, a la luz de mi experiencia, puede que esta profecía del siglo XII siga hoy en vigor. 

Escudo del marquesado de Villena. Nótense los nidos o cunas de serpientes.

Pero lo que nos interesa de este pasaje es el término que expresa “desgracia” (sirr). Como comparte letras radicales con Sharish, el sentido obvio es que “Jerez” es una errata de la palabra “desgracia”. Pero “sirr” también vale por “secreto”. Una traducción alternativa podría encubrir (con perdón de los arabistas) que “Jerez es la errata de un claro secreto”. Y no son pocas las erratas que nos traerán los siglos. Sin ir más lejos, este medio publicó una antología de mapas antiguos donde Jerez, urbe importante entonces, había desaparecido.[3] Conozco dos o tres más que también parecen haberse propuesto que alguien no repare de la existencia de la Ciudad de los Secretos... 

El siguiente personaje que nos interesa ya pertenece al seno de la Cristiandad. Al menos, nominalmente. Se trata de Juan Fernández, Marqués de Villena, que aparentemente “viene” a Jerez a título de Corregidor el 24 de enero de 1458, enviado por el rey Juan II. Maestre de la Orden de Santiago, como muchos ocultistas entre sus contemporáneos, el marqués sería acusado, por El tizón de la nobleza española, de proceder de conversos. Pese a despertar grandes simpatías en los ambientes reales, también se le describió como un individuo perverso y falsamente conciliador. ¿Serían sus oscuras intenciones las mismas que condujeron a Ibn Rifa’a a la corte de Marraquech? Para comprender bien el recelo en torno a su persona y las leyendas sobre sus antepasados judíos es preciso recordar al más famoso “marqués de Villena” (aunque nunca ejerció su marquesado, pues lo vendió a la Corona): Enrique de Aragón, fallecido en 1434, a quien Juan Fernández llegaría a conocer. La tradición castellana acusa a este nebuloso aristócrata de nigromancia, astrología y alquimia. La leyenda de la Cueva de Salamanca especifica que las aprendió del mismísimo Diablo. Además de las materias precedentes, escribió sobre los trabajos hercúleos, algunos de ellos asociados a España, punto interesante sobre el que no me puedo extender aquí demasiado.[4]

Aunque Juan Fernández no es descendiente directo de Enrique de Villena, el cargo que comparten representa algo más que un orgullo nobiliario. Ya en esa época el título de marqués de Villena estaba asociado, por parte del pueblo llano, con cultos mistéricos, con saberes prohibidos. Puede ser por eso que se acusara a este segundo marqués de converso, de maléfico, de darse, en palabras de Alfonso de Palencia, “a los vicios más funestos”, de tener, según Hernando del Pulgar, hijos “de diuersas mugeres, allende de los que ouo en su muger legítima".[5]

Es nuestro deber cuestionarnos las razones de su alcaldía sobre Jerez. Pudiera parecer que el personaje, que se supone nacido en Belmonte, no procedía de Jerez, pero no es infrecuente que los Maestros sitúen al bebé o el recién nacido en una posición clave, geográficamente distante de la de su nacimiento, con o sin la anuencia de los padres putativos (lo que tal vez ha motivado otra fobia universal: la de los changelings, dobles y cambiazos de bebés humanos por la progenie de entidades sobrenaturales, difícil de distinguir de un bebé normal). El título le fue concedido a perpetuidad, aunque lo desempeñó mayormente por medio de lugartenientes. 

Poco más sabemos sobre los pormenores del misterioso dominio sobre Jerez del detentador del infame título de “marqués de Villena”, o a quién visitó durante su estancia. El resto se mantuvo en el estricto secreto para el que había sido educado desde pequeño, merodeando siempre por el entorno del rey...    

 

 

[1] Agustín y José García Lázaro, Las ‘barriadas marítimas’ de Jerez, 09-05-2015.

[2] Miguel Ángel Borrego, Gala del mundo y adorno de los almimbares, Jerez, EH Editores, 2011, p. 74.

[3] F.B., La búsqueda de la ignota Sherryland, 16-02-2016.

[4] Baste decir, por el momento, que la derrota del gigante Gerión, ubicada desde antiguo en la isla de Eritrea, hoy asociada con la Isla de San Fernando, representaría el castigo de los dioses (Hércules es enviado por Apolo) por la impiedad de los Atlantes (los habitantes originales de España, que, de acuerdo con varios testimonios, habrían sido de desusada estatura). La Isla se identifica también con el Jardín de las Hespérides y su manzano, ubicación del undécimo Trabajo de Hércules: de hecho, Eumelo (“buenas manzanas”) era el nombre griego de Gadiro, rey de Atlantis.

[5] Hernando del Pulgar, Claros varones de Castilla, Madrid, Espasa-Calpe, 1954, p. 58; Alonso de Palencia, Crónica de Enrique IV, Madrid, Atlas, 1973, vol. I.

Sobre el autor:

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Óscar Carrera

Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

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