Leyendo la terrible distopía de Margaret Atwood El cuento de la criada (1985), el dibujo de una sociedad totalitaria basada en la aplicación inquisitorial y teocrática de una religión castrante e inhumana, uno advierte, de manera inmediata, cuánto vale la libertad y cuánto vale la capacidad de recordar, de tener memoria, de no olvidar lo sucedido, de hacer valer discursos narrativos del pasado no sujetos al discurso dominante de ciertos poderes amigos del pensamiento único. Leyendo ese libro de la escritora canadiense -en las quinielas del Nobel de Literatura- uno aprecia, y mucho, la defensa que nuestra Constitución hace del libre acceso a los archivos. Recordemos:

“Artículo 44.1. Los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho. Artículo 105. b) El acceso de los ciudadanos a los archivos y registros administrativos, salvo en lo que afecte a la seguridad y defensa del Estado, la averiguación de los delitos y la intimidad de las personas…” (Constitución Española, 1978)

Y no cito por citar El cuento de la criada ni la Constitución Española, sino que en estos tiempos claramente distópicos tiene más sentido que nunca una gestión correcta (administrativa y cultural) y un disfrute ciudadano garantizado de los archivos. Sabiendo que lo contrario, obviamente, también puede producirse (como la historia de Europa demuestra): el uso políticamente represivo de los archivos, me refiero al caso de las sociedades totalitarias, con el objetivo de garantizar o consolidar un estado dictatorial.

Los repositorios informativos, los archivos, las colecciones digitales de todo tipo, las bases de datos relacionales, las nubes y los algoritmos… naturalmente que son poder. Pero que nadie se asuste. Nuestra Constitución, así como otra oportuna legislación relativa a la protección de datos personales, etc. explicita bien claramente que esos archivos han de estar al servicio público y libremente accesibles a la ciudadanía. La importancia de este derecho ciudadano es -como la libertad de conciencia, de expresión, de culto, etc.- mucho más que capital.

Por todo eso aprovecho esta ocasión de la Semana Internacional de los Archivos 2022 (véase programa de actividades en este enlace) para invitar a la ciudadanía a participar en las actividades que ha organizado el Archivo Municipal de Jerez (Delegación de Cultura y Patrimonio del Ayuntamiento de Jerez) en esta edición de dicha conmemoración. Unas actividades que incluyen, entre otras cosas, una seguro que interesante conferencia del profesor de la UCA Javier Jiménez López de Eguileta acerca de los privilegios rodados de Jerez (s. XIII) que se conservan en el Archivo Municipal, conferencia en el Ateneo de Jerez a las 19.30 horas del jueves día 9 de junio.

Y también a que visiten la exposición de documentos originales del Archivo Municipal de Jerez que tendrá lugar en la planta baja del edificio de la Biblioteca y Archivo el mismo jueves 9 de junio entre las 9.30 y las 13.30 horas. En dicha exposición se podrá disfrutar de 12 documentos realmente interesantes, curiosos y significativos. Como por ejemplo: examen de un tonelero jerezano (1619), un caso de canibalismo en Jerez (1520), Confirma-ción de la posesión de la villa de Puerto Real para el concejo de Xerez (1510), título de barbero sangrador a favor del jerezano Lorenzo Montes de Oca (1620), protomédi-cos vendedores de droguería, confituras y especias sin permiso (1523), robagallinas en Jerez durante las carnesto-lendas de 1652 (acta del cabildo de 7 de febrero de 1652), acuerdo concejil sobre el sueldo del archivero municipal de Xerez Antón Rodríguez (1416), petición de los vecinos de Xerez para liberar de peajes fiscales el comercio de maderas entrantes útiles para la tonelería (1553), testamento de Bartolomé Gago (procesos de la Mano Negra, 1884), petición de las parteras de Jerez que no quieren ir a Sevilla a examinarse (acuerdo concejil de marzo de 1500), carta del líder obrero jerezano Sebastián Oliva Jiménez al alcalde de Jerez (1915). Es solamente un aperitivo, pero muy rico, de los innumerables tesoros que el Archivo Municipal de Jerez contiene en sus kilométricas estanterías.

En la dictadura puritana imaginada por Margaret Atwood leemos: “Probablemente Serena Joy ha estado antes en esta casa, tomando el té. Tal vez Dewarren, antes la putita llorona Janine, se paseaba delante de ella y de las otras Esposas para que pudieran ver su vientre, quizá tocarlo, y felicitar a la Esposa. Una chica fuerte, con buenos músculos. Ningún Agente Naranja en su familia, comprobamos los archivos, ninguna precaución es excesiva. Y tal vez alguna frase amable:  ¿Quieres una galleta, querida?”. Una novela áspera y estremecedora, pero que permite colegir muy bien, a mi juicio, para qué sirven los archivos y para qué no, en la realidad democrática de hoy. O para qué deberían servir y para qué no.

De manera que, precisamente, los archivos, frente a la tentación de convertirlos en oscuras herramientas de control, son, al menos con esta Constitución, garantía de democracia ejercida no desde arriba, desde el poder jurídico o político o económico, sino desde abajo, es decir, desde la ciudadanía, desde el pueblo, si se prefiere este concepto ahora ya menos usado. Los archivos, por tanto, son garantías democráticas en manos de la ciudadanía y no herramientas de control político en manos de los poderosos. Sirven, en sí mismos, digamos que en sus fundamentos, para la democracia (no solo para la historiografía), y no sirven (o no deberían servir nunca) para los totalitarismos de todo signo. No es un asunto menor en estos tiempos distópicos, aún afortunadamente distantes del país de Gilead que Atwood retrata inquietantemente.

Quiero que me beses, dijo el Comandante. Bien, naturalmente ocurrió algo después de eso. Semejantes peticiones nunca caen como llovidas del cielo. Después de todo me fui a dormir, y soñé que llevaba pendientes, y uno de ellos estaba roto; nada más que eso, simplemente el cerebro examinando sus archivos más recónditos, y Cora me despertó al traerme la bandeja de la cena y el tiempo seguía su curso”. El mundo, y nuestro propio mundo personal, depende de los archivos. No exagero. Atwood tampoco.

Sobre el autor:

Cristóbal Orellana.

Cristóbal Orellana

Licenciado en Filosofía (US), Diplomado en Geografía e Historia (UNED), Máster en Archivística (US), Máster en Cultura de Paz y Conflictos (UCA), de profesión archivero, de militancia pacifista, de vocación libertario, pasajero de un mundo a la deriva.

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