Literatura y apagones. Vaya, qué artículo más oportuno. No se trata de hablar de literatura y ciencia ficción... bueno, sí. Pero no necesariamente. Hay novelas y ensayos sobre apagones que se quedan ahí, en la circunstancia, hay otras que se quedan en la posibilidad... y hay otras en las que han pasado tantas cosas (en el planeta, otra cosa es en la novela) que lo del apagón ya es casi como que pa qué, que diría la madre de este cronista.
Podríamos comenzar este artículo hablando de La supervivencia de los más ricos, un estupendo ensayo de Douglas Rushkoff sobre las veleidades y temores de los rico-tecnológicos, esos que hoy son amiguis de Donald Trump. Este libro toca diversos palos de desgracias, desde el desastre climático a la rotura de la cadena alimenticia o el desastre nuclear... todo es posible, con lo que el apagón va intrínseco. El ensayo, del que ya hemos hablado otra vez en estas líneas, es el que sirvió de argumento a la vicepresidenta Yolanda Díaz para dejarnos claro que los rico-tecnológicos, si las cosas se ponen mal, se van a pirar a Marte, al fondo del mar, se van a comprar una isla o similar, aunque ella no se explicó lo que se dice bien, que se ve que tiró de chuleta. En realidad, todas estas posibilidades nos hacen dudar sobre una amplia gama de grises que van de "les alabo el gusto" (por irse) a "tanta paz lleven como dejan" (exactamente por el mismo motivo), nuevamente una cita recurrente de espectro materno.
Por supuesto, tenemos que citar a Jordi Santasusagna, escritor y guionista un tanto gamberro de origen catalán, autor de Baby Carrington, una obra en la que una tormenta solar causa un apagón en el sur de Europa. Giros inesperados y diversas tramas con el telón de fondo de las dificultades intrínsecas que va a tener la dieta mediterránea a corto plazo.
En una línea similar –por similar nos referimos al apagón como protagonista– estaría Connie Willis y El apagón y el interesante Black out, de Marc Elsberg, que recogemos como pequeños clásicos más en clave best-seller.
Pero pasemos del apagón como protagonista a posibilidad, telón de fondo, inquietud o simplemente un elemento más, y no necesariamente el peor, del apocalipsis imaginado por el autor que aborda el tema. Don DeLillo, un escritor por el que este cronista debe sincerarse inmediatamente y reconocer que tiene sentimientos encontrados (aunque ser de The Bronx mola), nos ofrece en El silencio, una novela corta sobre qué pasaría en Estados Unidos si hubiera un apagón energético ni más ni menos que la noche de la Superbowl. Como el 'primer' lunes, no habría ni luz ni internet ni nada en una novelita que se lee en una tarde y en la que vuelve a hablar de lo que quiera a partir del deporte... En cualquier caso, preferimos cuando DeLillo (en Submundo) nos lleva en el espacio y en el tiempo con esa pelota de beisbol entre dos equipos que hace décadas dejaron de jugar en NYC, un derbi entre los Giants y los Dodgers, que debía ser la leche, antes de que ambas franquicias decidieran cambiar la ciudad de los rascacielos por la soleada California.
En Dejar el mundo atrás, Rumaan Alam también habla del desastre, pero se centra en magnitudes personales. Esta novela, con película celebrada por crítica y público (en el ámbito de Netflix... aunque, vaya, al menos la mitad de todas las novelas que aparecen tienen serie o película, eso sí, no todas tienen a Julia Roberts de protagonista), indaga en los límites de la bondad –ergo, también de la maldad– y de las relaciones humanas en un mundo abiertamente hostil en el que lo peor, claro, por malo que sea el presente, puede que siempre esté por llegar.
En La carretera, de Cormac McCarthy, todo lo que podía pasar, sencillamente, ya ha pasado. No sabemos exactamente cual ha sido la calamidad (de hecho hay lectores que no le perdonan al autor que no sea más prolijo en este aspecto). Es un mundo postapocalíptico, en el que la gente que ha sobrevivido va y viene de un lado a otro, como hacen el padre y el hijo que protagonizan la novela. Se trata de una historia humana (bueno, como lo son todas, ¿no?, no son estudios de entomología) en la que pasar, lo que se dice pasar, pasa poco. No se trata de eso, no es el caso. No hay aventura y la reflexión sobre la condición humana no es explícita, hay que trabajarla. Novela relativamente complicada pese a lo corta que es, o precisamente por eso, que en realidad se les hace más 'bola' a los que apuestan por leerla más como una 'guía de campista' que como un viaje interior...
Y llegamos ya al final, a La picadura de abeja, la premiadísima novela del irlandés Paul Murray, que desde aquí recomendamos sin ningún género de dudas. Momentos divertidos y otros terribles (a veces no está claro cuáles son unos y otros o la tragedia y la comedia se alternan en cosa de un par de líneas sin que haya cambios en la situación) conforman una novela en la que un dramón familiar en plan shakesperiano tiene un tratamiento propio del mejor Martin Amis si hubiera nacido treinta años más tarde, con un argumento que ni Tennessee Williams un día de esos de "beber duro" y un final digno de una hipotética segunda parte de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. Pufff... sí, esperen, que tomo aire. ¿Y dónde está el apagón en la novela? El apagón real está en la vida de la familia protagonista, sin duda. Pero no piensen que este cronista les toma el pelo o se está pasando de intelectualeta: en la novela hay momentos 'preparacionistas', ese movimiento (o así) que, aunque no sepamos o supiéramos ponerle un nombre llevamos muchos años oyendo hablar del mismo, sí ese que consiste en estar preparado para cuando llegue el apagón, la desconexión tecnológica, la secuencia de sequías o el desastre nuclear. Digamos que es algo así como lo del kit de supervivencia que nos recomienda la Unión Europea, pero a lo grande, con búnker propio y todo, minicultivos, profusión de latas de callos, fabada, etc... ¿El búnker como símbolo de la familia de clase media? Pues algo hay...