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Corre el año 1969. Fernando Arbex, Iñaki Egaña y Óscar Lasprilla están hartos. Aburridos de un panorama musical anquilosado en Massiel o Jesús y su Acordeón. Ellos ya conocen bien la maquinaría de la factoría musical nacional. ¿Qué digo conocer? Formaban parte de nada más y nada menos que Los Brincos. Pero aun así están cansados, vaya usted a saber por qué. No ocurriéndoseles mejor cruzada, ahí los ven con las guitarras bajo el brazo, llamando a la puerta de los estudios Celada de Madrid. Con la intención de grabar el que será uno de los más extraordinarios y desafortunados discos de principios de los setenta. Ya sabe que la transgresión, si llega, lo hace mal, o como en este caso, temprano para los oídos agasajados por la lírica de la copla y el romanticismo de Linares. ¿Que de quién hablamos? Del mismísimo Alacrán.

Curioso nombre de arácnido para una banda con un ojo puesto en las Américas y el otro en una Andalucía que venía desarrollando un panorama cultural sin parangón, con los míticos Smash, Nuevos Tiempos, Gong, etcétera. Demostrando que era posible el desarrollo y la expansión de los sonidos del género.

El rock inglés y norteamericano comenzaba a decaer. Otras categorías musicales comenzaban a imponerse, como el funk o las melodías latinas. Hasta el propio contexto musical cambiaba a la velocidad con la que se imponían los “Mirrorballs” en la pista de baile. Y aun así, ahí los tiene. Tres melenudos que creen llegado su momento, pulsando el timbre de Celada de Madrid. Y menos mal que les abrieron, porque por no recibir, no percibieron ni un mísero anuncio por parte de su sello, Zafiro. Seguramente porque pensarían en la rentabilidad económica que le iban a sacar al trabajo.

Para nuestra fortuna, legaron a la posteridad un brillante elepé. A la altura de aquellas genialidades que sólo parecen haber durado un rato en nuestro país. Alacrán está vivo. Es ese ejemplo de breve trayectoria olvidada a la sombra de la singular Karina y su ‘Baúl de los recuerdos’. Hasta que un buen día se le vuelva a reivindicar como precursora de banalidades urbanas. Llámele rock.

El disco Alacrán (1970) comienza con la vibrante ‘Sticky’, irresistible ritmo funky marcado por los bongos y la batería junto con el sonido desgarrador de la guitarra. Es de lo mejor del disco. Tema firmado por Fernado Arbex en solitario, al igual que “Son (America, America)”, la canción donde más se nota la influencia del rock latino, sobre todo de grupos como Santana; y ‘San Francisco (California)’, tema psicodélico donde marcan el ritmo los teclados y se canta a esa tierra de los sueños que parecían ser los Estados Unidos (“My soul will cross the sky / My soul will never die”). Esta temática también aparece en ‘My Soul (Suddenly)’, compuesto por Fernando Arbex e Iñaki Egaña, canción de rock progresivo donde dejan claro que lo que ellos quieren ser, es ser libres.

Iñaki Egaña, por su parte, compuso solo la cara B del único single que sacaron, ‘Take A Look Around You, Baby’, canción que se inicia con un ritmo obsesivo de guitarra y que sólo es interrumpido cuando canta Iñaki. La aportación de Óscar Lasprilla en la composición, junto con Iñaki, es ‘Will You Keep My Love Forever’, medio tiempo influenciado por la música negra y perfecto para finalizar.

Sobre el autor:

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Óscar Carrera y Carlos Domínguez Rico

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