Una mañana de 1922 el poeta TS Eliot mira la costa de Margate, al sureste de Inglaterra, su refugio frente al mar: “En Margate Sands./Puedo conectar/Nada con nada./Las uñas rotas de manos sucias./, mientras culmina el que será uno de los títulos mas importante de la literatura universal; La tierra baldía, del que se cumplen cien años.“Memoria y deseo, revolviendo/Raíces opacas con lluvia de primavera”.

El programa de una poesía nueva estaba en marcha, la potencia de división del fragmento es ahora  el movimiento de la vida, sus realidades mestizas son su gran fuerza simbólica.

¿Qué es lo que sorprendió en su época y sacudió la escritura nueva de esta obra, qué lo que aún nos sigue llegando con una extraña fuerza y nos ha dejado tantas y múltiples lecturas; quizás el agotamiento de la tradición y una época, la propuesta de una nueva cartografía lírica, vital y social. Eliot rescata en sus sueños la muestra de fragmentos del mundo veloz que se avecina, ve en el horizonte una sociedad en descomposición donde nada permanece, ese mundo ha sido heredado y agotado, así enfrenta todos los materiales del derribo de una tradición que se resiste a desaparecer y está dando paso a un mundo en descomposición. La alusión, el carácter antirromántico, la impersonalidad (la buena poesía, para Eliot, es impersonal: no se trata solo de los propios sentimientos y experiencias del poeta.) como en un recomienzo, la tradición es elaborada como una historia fáctica: “Ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,'¿Ha comenzado a brotar? ¿Florecerá este año?

No hay ruptura con el pasado, hay una integración de la tradición bajo nuevas formas y alientos, ese proyección y necesidad de dar un nuevo giro a lo mejor de la cultura ante la grave crisis de entreguerras, pragmatismo teórico que maneja extraordinariamente al elaborar con numeros materiales todo un corpus innovador y revolucionario en la estructura del poema, esa alusión a la historia, al mito, la impersonalidad y objetivación es una apuesta filosófica en la poesía que no tenía precedentes. La presencia persistente de las distintas voces, el símbolo que cuestiona la narratividad aparente, los fragmentos que oscurece la distribución del sentido, pero que acuden ante el signo muerto del arte y sus destellos.

En muchos aspectos esta obra clave en la historia trasciende la crítica a su época, que es la visión de un mundo de posguerra, destaca la técnica del reportaje incrustada por primera vez en el discurso poético, para sobrevivir en este medio de fragmentos, imaganes rotas, para mostrar la multiplicación de metáforas sucias que se atraviesan para realzar la historia. Como Benjamin, autodestruye los principios poéticos, despliega un itinerario devastador que nos muestra los silencios de una realidad cruel, pero también los de un vidente. La potencia de observación es colocada por esa impersonalización de las voces que transitan como un coro o fondo de un tiempo que representa lo que asombrosamente recorrería toda la poesía moderna hasta la actualidad. La mirada petrificada del pasado debe tomar otro significado en un mundo nuevo, el montón de imágenes rotas de la agonía romántica. Una voz extraña y coral que suma a sus monólogos dialogados la escritura de la idea, la rotación de los fragmentos. Eliot es un creador fundamental de la historia de la literatura, la escicion atraviesa de principio a fin esta obra, la puesta en escena de un extraño mundo de contradicciones, un gran y perturbador mosaico lírico, filosófico y narrativo, un montón de imágenes rotas y sensibles a la espera del sentido.

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José Luis Garrido

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