Con solo 12 años, Leire, una joven canaria, comenzó una etapa que creyó sería la más feliz de su vida: su llegada al instituto. Lo cuenta ahora, tiempo después, en sus redes sociales, donde relata con voz firme el acoso que sufrió durante su adolescencia. “Empecé con 12 años en el instituto como una niña normal, sin conocer a nadie, con ganas de ser amiga y pensaba que iba a ser la mejor etapa de mi vida”, explica. Pero aquella ilusión duró poco.
En su testimonio, Leire recuerda cómo al principio se integró en un grupo de compañeras con las que creía haber encontrado su lugar. “Pensé que eran mis amigas... Pensé que iba a poder ser feliz y vivir esa etapa súper guay que todo el mundo me decía que era el instituto”. Sin embargo, todo cambió de forma repentina. “A día de hoy sigo sin saber el porqué de todo”, confiesa.
Exclusión, insultos y humillación pública
La joven describe cómo pasó de sentirse parte del grupo a ser aislada y ridiculizada. Sus compañeras comenzaron a ignorarla, a excluirla de los trabajos en grupo y a dejarla sola en clase. “Empezaron a excluirme, a hacerme vacío... En educación física siempre era la última a la que elegían”. Los insultos pronto se convirtieron en algo habitual: “Me decían que era una payasa, una retrasada, asquerosa, pingüino”.
Leire asegura que cada día acudía al instituto con miedo. “Me hicieron sentir una basura, me hicieron sentir que cada vez que iba a clase era saber que lo iba a pasar mal, saber que iba a acabar ese día llorando”. Las burlas se centraban sobre todo en su físico y en su forma de ser. “Se reían de mi cuerpo, se reían de mi forma de ser...”.
Con el paso del tiempo, el acoso minó su autoestima. “Yo no tenía complejos, me gustaba mi cuerpo... Pero lo único que quería era que ellas dejaran de hacerme sentir mal”. Comenzó a imitar su forma de vestir, su peinado y su comportamiento en un intento desesperado por encajar. “Intentaba comprarme la misma ropa, peinarme igual, solo para intentar entenderlas”, recuerda.
El punto de inflexión llegó cuando una de las compañeras le pidió su móvil con una excusa banal. “Le presté mi móvil sin entender por qué lo quería. Después le sacó captura a todas mis fotos editadas y las puso en el grupo de clase”. En cuestión de minutos, toda su clase vio las imágenes. “Me sentía superavergonzada, sentía que ahora sí que no valía nada, que todos iban a reírse de mí”, relata.
Entre lágrimas, Leire cuenta cómo suplicó a su agresora que borrara las imágenes. “Le rogué que quitara eso del grupo, le supliqué. Me daba vergüenza. Me inventé que las fotos eran una broma, pero me hicieron sentir súper ridícula”. Esa humillación pública fue solo “el primer golpe fuerte” de una etapa que la marcaría profundamente.
Un mensaje para quienes sufren lo mismo
Leire concluye su relato con un mensaje de esperanza y empatía dirigido a otras víctimas de acoso. “Si quieres seguir conociendo mi historia, compártela, porque esto no solo me ayuda a mí, sino también puede ayudarte a ti”. Afirma que hablar de su experiencia es su manera de sanar y de acompañar a quienes se sienten solos.
“Si tú estás pasando por eso, créeme que te entiendo. Entiendo tu frustración, tu tristeza, entiendo que tengas ganas de mandarlo todo a la mierda”, dice. Su voz, aunque aún marcada por el dolor, transmite fortaleza: “Me puedes hablar, yo puedo hablar contigo, puedo ayudarte... Esto me ayuda a mí, pero también puede ayudarte a ti”.
