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Un nuevo artículo de Saulo Ruiz Moreno para el blog de 'Fuego y Sal'.

Empero toda hipertrofia es aberrante, monstruosa. Un exceso de segmentación del conocimiento conduciría al colmo de profundizar en la naturaleza amorfa de un conglomerado de argamasa más allá del edificio al que pertenezca, a olvidar que la esencia de la unidad está en el todo, en el sumatorio de cada una de sus partes más allá de la virtud de cada porción por separado. Es esta la razón por la que la matemática sagrada egipcia era siempre fraccionaria, en la que el número mayor es el uno y todos los demás son partes de esa unidad; la otra matemática, aquella que dice que hay tres ovejas o veinte sacos de harina, es la de los contables, vulgar y alejada de los principios filosóficos que implican la comprensión del mundo que nos rodea.

Por lo tanto, cualquier experiencia que persiga enriquecernos como individuos, aumentar nuestro vínculo con el entorno, afianzar la comunión del microcosmos con el macrocosmos, debe tener presente esa unidad a la que se aspira. No es posible separar las impresiones de nuestros sentidos, cuando se busca el placer en uno de ellos es necesario acoplarlo con los demás. En el caso del catador de un buen vino, no le bastará con un trago dulce, le hará falta recrearse en su fragancia, en sus colores y formas, en el contacto del fluido con el paladar, su temperatura y untuosidad, que el ambiente sea el propicio, en iluminación y aromas, que la compañía bogue a tempo; ya que no se persigue el simple consumo de un producto, se pretende la obtención de una experiencia que anclar a ese artículo en nuestra memoria.

Desde este punto de vista, la gastronomía como experiencia más allá de la mera nutrición debe estar enlazada a otras manifestaciones del pensamiento y la emoción, es decir, de la cultura, un maridaje necesario que amplifica cada uno de los elementos de este sumatorio de quebrados; porque el amontillado acompaña de maravilla a José de los Camarones por soleares y traslada con su perfume a un tabanco jerezano, o porque una piñonada de la Breña da el toque justo de azúcar a la melancolía de los ritmos andalusíes de La Banda Morisca, o porque un licor de guindas o un anís seco puede arrastrar al lector a la serranía por donde Juan, el protagonista de El gnomon y el péndulo de José Ruiz Mata, pena sus miserias y complejos.

Saulo Ruiz Moreno.

Sobre el autor:

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María Luisa Parra

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