España atraviesa un cambio notable en las relaciones de pareja. Hoy existen más de 14 millones de personas solteras frente a 11,3 millones que viven en pareja, según datos recogidos por WeLife. Además, un 8% de quienes mantienen un vínculo afectivo han decidido no compartir casa, apostando por fórmulas alternativas como las parejas TIL (Together In Life).
Este fenómeno, que hace décadas parecía una rareza, cuenta ahora con una aceptación social creciente, como explica la terapeuta de parejas Ana Domínguez en una entrevista para Vocento. Bajo esta fórmula, las parejas deciden construir una vida común mientras mantienen hogares separados, más allá de las circunstancias laborales o familiares que obligaban antes a hacerlo.
Autonomía e intimidad
Los datos revelan que el 73,7% de los españoles de entre 35 y 64 años vive con su pareja, frente al 8% que opta por el modelo TIL. Una cifra pequeña pero significativa, que refleja la creciente valoración de la autonomía individual y la intimidad personal.
Domínguez sostiene que dejar de basar la relación en la convivencia permite “construir vínculos profundos sin forzar rutinas impuestas”. Para muchos, vivir en casas separadas no solo fomenta una conexión romántica más intensa, sino que se considera incluso la clave para relaciones más estables y satisfactorias.
Motivos prácticos
Las motivaciones para optar por este modelo son diversas. En algunos casos, se trata de una necesidad práctica, como trabajar en ciudades distintas o convivir con hijos de relaciones previas. En otros, responde a la voluntad de preservar espacios propios, ganar independencia o reducir las tensiones que conlleva la convivencia diaria.
La terapeuta lo resume con claridad: “Cómo nos repartimos las tareas domésticas, tus ronquidos me impiden dormir, eres más desordenado que yo…”. Según explica, estas parejas buscan demostrar que la intimidad y los proyectos en común se pueden mantener sin necesidad de compartir el mismo techo.
El modelo TIL, sin embargo, no está al alcance de cualquiera. Según Domínguez, requiere altos niveles de madurez emocional, confianza y habilidades de comunicación. Además, implica renunciar a rutinas tradicionales como cocinar o ver televisión juntos, y obliga a planificar encuentros con más precisión para mantener la conexión.
Aun así, los testimonios de quienes viven bajo este formato apuntan a que disfrutan de menos discusiones y encuentran más facilidad para preservar la chispa amorosa. Una prueba de que "las relaciones están evolucionando en España hacia formas más flexibles y adaptadas a las necesidades individuales".


