PEDRO_SANCHEZ_EN_JEREZ-9
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Es la historia de un político mediocre que ha completado un relato lleno de épica, como pocos ha habido en la política española. Una historia de olfato, cintura y entereza, una historia que supera la ficción como solo la realidad puede hacerlo.

Aupado por los lobbies del PSOE, y después defenestrado por su propio partido, todos lo señalaban como un cadáver político cuando, hace apenas dos años, Susana Díaz lo traicionó en un congreso federal esperpéntico, retransmitido como si un Gran Hermano se tratase a ojos de todo el país.

Sánchez tuvo que renunciar in extremis a su plaza en el congreso y anunció que se iba con su Peugeot 407 a recorrer España para recuperar su condición de secretario general. Dijo que iba a convencer a las bases de que su apuesta era la ganadora, que tenía que recuperar las esencias del socialismo, que devolvería al PSOE a sus mejores momentos. Dijo que nadie lo diera por muerto, y todo el mundo se rió entonces del Ken de la política española. Susana Díaz comenzaba, a través de una gestora de marionetas, a trazar sus líneas maestras: Dejar gobernar a Rajoy y hacerse con el control del partido hasta unas nuevas elecciones. La sultana andaluza se veía en cuatro años en condiciones de disputar el gobierno del país.

Pero Pedro Sánchez no se vino abajo, aprovechó su conexión emocional con las bases y fue haciendo una labor de hormiga por cada sede socialista, tomando la mano de los pocos fieles que le quedaban. La simpatía por el David de la contienda y un relato que le emparentaba al discurso de Podemos, con una providencial entrevista en Salvados, le devolvió al primer plano político. Aplastó a Susana Díaz en las primarias y su historia se fue tiñendo de épica. Sánchez recuperó el liderazgo del PSOE y lo fue limpiando de susanismo las filas de su partido.

Entre tanto, dejó a Margarita Robles zafarse parlamentariamente mientras esperaba el desgaste del partido más corrupto de la historia de España, el Partido Popular. Su asesor estrella, Iván Redondo, aseguraba que habría una opción de ser presidente y sería cuestión de aprovecharla. Pablo Iglesias insistía en que daban las cuentas y que era capaz de articularlo. El líder de Podemos hizo de ministro de interior y convenció al PNV del cambio de gobierno. En una operación relámpago, forjada en dos días, Pedro Sánchez se hizo con la presidencia. Las cuentas daban, Pedro Sánchez sería el noveno presidente de la historia de España.

La sentencia de la Gürtel sentenció a Rajoy, pero más importante que eso, dio a Pedro Sánchez la coartada perfecta para pactar con los independentistas una moción de censura con la compresión de la sociedad española.

Durante diez meses infernales, Sánchez lideró un gobierno raquítico que fue aguantando embistes parlamentarios y un chaparrón de insultos en los medios de comunicación. Se le tiñó de canas el cabello, se le agrió el carácter, se le torció la sonrisa. El surgimiento de Vox radicalizó el clima político español, llevando al Partido Popular y a Ciudadanos a posiciones tan radicales que le irían alejando, sin saberlo, del centro político.

El éxito de las derechas en Andalucía parecía presagiar el fin del camino para Pedro Sánchez, de repetirse la triple alianza en clave nacional, estaría de nuevo en la picota. Los debates electorales tampoco le habían ido demasiado bien.

Pedro el breve, decían algunos. No reírse de Pedro Sánchez, se leía en la pintada de un muro, y se pasaba de móvil en móvil para disfrute de muchos. Se reía de él Rivera. Se reía de él Casado. Era carne de meme para Vox. Pero hoy, después de una victoria aplastante, le dan las cuentas sin la mochila independentista a cuestas, y podrá elegir entre un gobierno con Ciudadanos o repetir la vía portuguesa en clave española.

Pedro Sánchez es virtual presidente y ríe mientras todos callan y se preguntan cómo diantres lo ha hecho, cómo ha cuadrado el sudoku imposible, de dónde ha sacado su manual de resistencia.

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