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La corrupción es una lacra diaria, la visita de un presidente de los EE.UU sucede muy pocas veces en la vida. 

“¡Qué aseguren las alcantarillas, limpien las papeleras, corten las malas hierbas y cierren las calles!”

Así afrontaba la ciudad sevillana la esperadísima visita de Obama y sus majestades Felipe VI y Doña Letizia, con un despliegue policial a la altura del cine hollywoodiense; y no es para menos. El Nobel de la Paz y heredero del “mundo libre” tenía en sus planes por el país una parada en los Alcázares de la capital hispalense y durante semanas ese ha sido el principal tema de debate y discusión.

Mientras diferentes colectivos se manifestaban en las calles de Sevilla contra las bases militares americanas en España, la OTAN y el TTIP (Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones), el Ayuntamiento replegaba una maniobra de limpieza, seguridad y buenas prácticas; todo un minucioso y detallado lavado de cara para conseguir una galería digna de ser recordada al otro lado del charco.

Y es que nuestra idiosincrasia se caracteriza, entre otras cosas, por mantener inalterada esa apariencia rimbombante, servil y acomplejada de una grandeza venida a menos. Un país que hace gala de una historia opaca y trasnochada que olvida las carencias de un presente quebrado por la impunidad consensuada.

Durante los preparativos para –la que iba a ser- la visita del año, no dejaba de pensar en la Púnica, ni en la operación Taula, ni el caso Noós, ni en Rita Barberá y su aforamiento, ni en el ministro del Interior y su conspiración con la oficina Antifraude de Cataluña, ni en el caso Pujol, ni en Bárcenas, ni en los ERE, ni los paraísos fiscales, ni la lista Falciani –por no hablar de los papeles de Panamá- y el marido de la directora de la ONIF acusado de fraude, ni en la cúpula del Partido Popular en Las Palmas, ni, por supuesto, en las declaraciones del ex ministro de Defensa, Fernando Trillo, negando la participación de España en la guerra de Irak… una larga lista marcada por el sufrimiento, la pobreza, y la indignación de multitud de personas dañadas de por vida.

Pero pongamos las cosas en perspectiva: la corrupción es una lacra diaria, la visita de un presidente de los EEUU sucede muy pocas veces en la vida. Por tanto, mientras todo un dispositivo cualificado aprovechaba para asear las calles de la ciudad, las calles de la gente; las instituciones mantenían –y mantienen- costras de basura y suciedad bajo alfombras y sillones, una podredumbre que se repliega sin trinchera porque no hay desinfectantes ni votos capaces de limpiar toda la mugre heredada por la corrupción, el engaño y las mentiras sin receso.  

En tiempos de crisis, inseguridad, terrorismo y capital, el síndrome de Estocolmo acecha y siempre es más fácil complacer que combatir: por eso las calles de Sevilla están ahora más limpias que nunca. ¡Hasta otra Mr. Obama!

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