La multiplicación de las balas en Tierra Santa

Gente como ganado de saldo, carne cadavérica antes de que muera, personas como masa asesinada antes de que disparen

Álvaro Romero Bernal.

Álvaro Romero Bernal es periodista con 25 años de experiencia, doctor en Periodismo por la Universidad de Sevilla, escritor y profesor de Literatura. Ha sido una de las firmas destacadas, como columnista y reportero de 'El Correo de Andalucía' después de pasar por las principales cabeceras de Publicaciones del Sur. Escritor de una decena de libros de todos los géneros, entre los que destaca su ensayo dedicado a Joaquín Romero Murube, ha destacado en la novela, después de que quedara finalista del III Premio Vuela la Cometa con El resplandor de las mariposas (Ediciones en Huida, 2018). 

Una marcha en apoyo a Palestina celebrada en Sevilla.
Una marcha en apoyo a Palestina celebrada en Sevilla. MAURI BUHIGAS

La ironía llevada al extremo también es causa de infarto. Más allá de las bombas, también ha debido de morir gente decente en Palestina por esta estrambótica (sin)razón. Sobre todo después de haber asistido a esa matanza que ni siquiera sonroja al mundo en la que el ejército israelí ha disparado contra las pobres gentes que pedían un kilo de harina para hacer pan. Por aquellos lares, Cristo le multiplicó los panes y los peces a una muchedumbre no tan desgraciada como la de la semana pasada, a la que no solo dispararon sin piedad como si fuera el adversario de un frente bélico sino a la que, encima, culparon de haber muerto sola, por tonta, por bastarda, por arremolinarse sin el debido orden. 

Cada vez menos gente llama a aquel lugar Tierra Santa, porque la propia calificación es una ironía tan hiriente que duele desde lejos. Duele ver las caras de los niños en una cola y con el pequeño cuenco que algún adulto les ha puesto en las manos, a la espera de que otro adulto les arroje una almorzada de algo para varios días. Duele comprobar que la ayuda internacional que llegaba en enero a Gaza se ha reducido a menos de la mitad en febrero. Duele recordar la miseria del enfrentamiento, lo miserable que hay que ser para dispararle a alguien que no es que pida pan para comer, sino un puñado de harina para hacer pan y comérselo.

Duele atestiguar cómo la ONU, ese organismo internacional que se creó a raíz del holocausto nazi, mira hoy para otros lados -¡tiene ya tantos frentes abiertos donde marear la perdiz!- mientras a la tortilla de aquella tierra que ya no tiene nada de santa le han dado la vuelta para achicharrarle solamente un lado. Duele que la cifra de asesinados haya superado ya los 30.000 y nadie imagine un alto el fuego de manera inminente. Duele, aunque no suponga nada nuevo bajo el sol, que la muerte de un ser humano tenga precios tan distintos a lo largo y ancho del planeta, hasta el punto de que haya puntos, como este de esta tierra que ya no es santa en el que el precio de cualquier vida humana está ya tan por debajo del cero. No parece razonable que una persona valga menos de cero euros –por utilizar una divisa que manejamos todos-, pero es la realidad. 

Gente como ganado de saldo, carne cadavérica antes de que muera, personas como masa asesinada antes de que disparen porque valen –en este insufrible mercado internacional- menos, bastante menos, que la bala que los mata. Gente que solamente vale reunida porque da para aviar un telediario. Gente sin nombre, sin honor, sin memoria, que está muriendo sin que nadie la llore porque también quienes podrían hacerlo están muriendo en esa misma espiral del genocidio al que a ningún organismo internacional parece importarle lo más mínimo, ni siquiera para organizar la salida de los más inocentes en busca de familias de acogida en esta parte del mundo que parece literalmente en otro planeta. Para qué. 

Allí lo único que se multiplican son las balas. Como escribió Rafael Alberti en pleno horror de nuestra guerra incivil, "cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre / se escucha que transita solamente la rabia, / que en los tuétanos tiembla despabilado el odio / y en las médulas arde continua la venganza / las palabras entonces no sirven: son palabras. / Balas. Balas". Pues eso.

Las balas se multiplican de palabra, de obra y de facturación. Porque las balas que asesinan a quienes valen menos que las propias balas generan una espiral de odio tan feroz que enseguida se ponen manos a la obra quienes comprueban que pueden seguir facturando. Y el mundo sigue, tan rentable. 

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