En días como estos, tan de diluvio sevillano como para no poder ni andar por casa, no puedo evitar mezclar mis recuerdos infantiles de Machado evocándole a mi alma de niño aquella lechuza entrando en la catedral para traerle una ramita de olivo a Santa María, y a Noé, tanto tiempo atrás, cuando yo apenas sabía leer y era mi madre la que me contaba que después de que se retiraran las aguas de la faz de la tierra, aquel hombre justo en quien había confiado Dios abrió el ventanal de su arca y vio llegar a una paloma con otra ramita de olivo en el pico. También sus nueras se asomarían revoltosas por aquel ventanuco por el que no cabían todas, en busca de la libertad, como tantas parejas de animales.
Aves esperanzadoras y solitarias en medio de unos cielos que se volvían amables por fin, y olivares por doquier, no solo por Baeza… Veo la ciudad chorreante de aguas renovadoras y me acuerdo de aquellas palomas y lechuzas de mis primeras lecturas, y me vuelvo a sentir capaz de volar, con un ala rota.
Ahora, tantos años después, sobrevuelo el panorama meteorológico-político, y duele que tantas lechuzas se hayan vuelto lechuzos tarambanas. Los identificó Machado en aquel mañana efímero que solo un profeta como él era capaz de vislumbrar, plenamente consciente entonces del “estilo de España especialista / en el vicio al alcance de la mano”. Don Antonio fue más allá aún: “Esa España inferior que ora y bosteza, / vieja y tahúr, zaragatera y triste; esa España inferior que ora y embiste / cuando se digna usar de la cabeza”.
Aquí la tenemos a esa España más de un siglo después. Con ínfulas de artista, y sin vergüenza alguna, ni siquiera torera –cuánta ironía-, capaz de plantarse en la plaza de las víctimas para darles dos capotazos como si fueran reses bravas. En la tierra conquistada por el Cid, los lechuzos tarambanas abren hoy los informativos y no se van ni con agua caliente. Ni unos ni otros. Porque aquí nunca pasa nada y la pena máxima es ya la pena del telediario.
Un año después del diluvio aquel que llamaron Dana por Valencia, hoy amanece Sevilla chorreante de lluvias exageradas y en cualquier patio donde madure un limonero cristalizará la esperanza con el sol del mediodía. Pero tantos sevillanos emprenderán el vuelo raso, mirando hacia abajo, porque no les queda más remedio que dirigirse a sus trabajos, sin demasiado tiempo para protestar por tantos lechuzos tarambanas con hechuras de bolero como entran y salen de las administraciones de todos, aquí, en Valencia o en Pekín.
Y uno se va a seguir acordando de Noé abriendo aquella portezuela atascada del arca después de cuarenta días como cuarenta siglos, como los cuarenta días por el desierto, como los cuarenta días de tentaciones, como los cuarenta ladrones de Ali Babá, porque esa cuaresma universal es siempre imprescindible para que vuelvan las palomas y las lechuzas de veras, con sus ramitas de olivo en el pico. Hoy es siempre todavía, pero cuesta tanto…


