En la era de los filtros, la cirugía plástica y el bótox, ni siquiera la Virgen de la Macarena es una excepción al caprichismo estético que se respira en el ambiente. Ahora la gente que la ama se rompe la camisa, como los gitanos en los bautizos, y quienes la defienden con esa aureola de fanatismo aseguran que la inspiración debe de venir del otro lado del río.
El caso es que nadie parece acordarse ya de que, por debajo de las pestañas que quieran colocarle a la imagen, está María. A secas. La madre de Dios. Aquella muchacha que apenas dijo que sí y revolucionó sin darse cuenta la historia de la humanidad y del humanismo. La tristeza es que todo esto sea ya teoría pasada de moda que nada interesa ni en el barrio de San Gil ni en toda Sevilla ni en las redes, que ya tampoco son para los pescadores de hombres…
Uno escucha el runrún que se ha armado con la nueva estampa de la Macarena, con sus pestañas postizas de muchachita cani, su mirada ambivalente y la coloración de su rostro y no tiene más remedio que acordarse de María. También Macarena significa bendita. Pero aquí da igual. A la Macarena la han cambiado como parecen cambiarnos a nuestras chicas cuando salen de fiesta, y el escándalo ha sido tan mayúsculo que se ha visto por el Arco a gente llorar, se han oído forcejeos más violentos de la cuenta y el culebrón promete más capítulos para animar el comienzo del verano, porque en esta Sevilla ombliguista de la Macarena y la otra Esperanza, del Betis y del Sevilla, lo primero es lo primero y ya puede estar EEUU bombardeando Irán con la otra guerra del exterminio palestino, que aquí basta y sobra con una sola tragedia estética para tirarnos de los pelos. Y Pedro Sánchez que siga esperando a comer, ya pasadas las cinco de la tarde.
Toda la culpa no puede ser del restaurador. Porque la Virgen Macarena tiene padre y madre, y no me refiero a San Joaquín y Santa Ana. ¿Cómo la dejaron a solas y sin carabina? ¿Por qué no arreglaron el presunto escándalo antes de exponérsela a la gente que invoca a María a través de Ella?
¿Por qué no se zanja la polémica de una vez por todas? Tal vez porque aquí no están acostumbrados los mandamases de la religiosidad popular al jarro de agua fría que le echaron en Roma a nuestro Cachorro, peregrino por las calles de la ciudad eterna y sin papa que lo mirara siquiera. Tal vez porque aquí no estamos acostumbrados a discernir entre forma y fondo, de modo que el fondo se construye a base del solapamiento de múltiples formas en esa loca espiral de que cada amanecer se arme un escándalo formal sin precedentes y, en cambio, se nos olvidan las penas fundamentales: que en Palestina sigue vigente la crucifixión, pero a un ritmo endiabladamente acelerado; que la Evangelización debería tenerle alergia a todos estos asuntos del papel cuché; que María, sin pestañear, continúa recordándole a su Hijo que no tienen vino para que Él se encargue de los milagros fundamentales.





