Las serpientes de verano

Estas cosas, tan mundanas, que observamos y solemos comentar, son reflejo cierto del cambio climático

Playa de Castilnovo.
Playa de Castilnovo. PATRONATO PROVINCIAL DE TURISMO

El verano meteorológico llegó. No hay duda, por más que nos empeñemos en datar las estaciones por el calendario astronómico, con sus equinoccios y sus solsticios, su orden perfecto tal y como lo aprendimos desde niños. Nada es lo que parece. Todo cambia, a pesar de que Parménides nos advirtiera de lo contrario. El conocimiento permanece, a pesar de las enseñanzas de Heráclito. 

Llegó el verano, y con él, las consabidas serpientes, las informativas y las otras, las de las lenguas bífidas –pueden ser las mismas–. Llegó el verano, seguramente largo, seguramente tórrido, seguramente intenso. Un verano que, poco a poco, cada año, va comiéndole espacio a la primavera, al igual que al otoño y, a su vez, tanto la primavera, como el otoño, ganan terreno al improbable invierno. 

Estas cosas, tan mundanas, que observamos y solemos comentar, son reflejo cierto del cambio climático. No creo que haya cuestión más urgente a la que dedicar esfuerzos que a intentar revertir una situación que parece que pondrá en peligro la vida tal y como la conocemos, y pretendemos tener. Evidentemente algo tan prosaico como lo larga o corta que son la estaciones no es en si mismo el peligro, pero si hablamos de un calentamiento excepcional de la tierra y los efectos a largo y medio plazo, entonces sí que tendríamos que parar, analizar y actuar para evitar lo que hoy día parece inevitable. Mientras tanto, llega el verano y, como digo, sus serpientes nos mantienen despiertos en el letargo de una sobremesa aburrida, de unas tardes infinitas, de puestas de sol cansinas.

El verano, cuando no hay expectativas es como un pueblecito de frontera, seco, con moscas pegajosas, con sombreros y gorritas, agua fresquita en búcaros…si no fuera por esas serpientes que cíclicamente aparecen, fijan su mirada, su lengua dividida y apuntan fieras sus colmillos hacia las partes de nuestro cerebro que nos mantienen concentrados y despiertos. Las serpientes de verano.

Habitualmente, en los tiempos en los que el verano meteorológico y el astronómico coincidían, las serpientes de veranos tenían que ver con acontecimientos inocuos como eran los fichajes de futbolistas, alguna que otra competición deportiva, incluso era habitual que surgiera alguna serpiente que tuviera que ver con la consabida soberanía de Gibraltar –no sé por qué pero así era–.

Por entonces, los veranos eran previsibles, aunque posiblemente el previsible era yo por niño o por poco original. Hoy, sin embargo, las serpientes ya no son tales, la cuestión informativa tiene la misma intensidad que cualquier otra época del año. Ya ni siquiera es noticia, o yo no la veo, que Ana Obregón haga su posado veraniego –igual ya no lo hace-, no es noticia los veraneos de los políticos han decidido que en estas fecha también es buen momento para insultar.

Ha llegado el verano, eterno, diatópico, y con él las noticias devoradas. Las elecciones andaluzas en las que comprobaremos lo decentes que queremos ser, la inflación, ¡la guerra!, y en definitiva como si estuviéramos en un invierno cualquiera, cualquier cosa. No hay descanso. Abróchense los cinturones vamos a despegar. El estío ha venido, nadie sabe como ha sido, espero que los sobresaltos tengan que ver, como antaño, con no sé qué de Mbappé, las espectaculares siestas proporcionadas por gentileza del Tour de Francia, y que El Trofeo Carranza –ignoro si le han cambiado el nombre, si no es así, deberían– vuelva a finales de agosto para cumplir con la antigua tradición de ponernos una rebequita para sortear el fresquito de la epifanía del otoño, con levante o con poniente. Sea.

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