Whitehall, London, 1963 (by Don McCullin).
Whitehall, London, 1963 (by Don McCullin).

Cuando admiramos profundamente a una persona. Eso es pasión. Cuando una idea nos emociona. Eso es pasión. Cuando nos interesamos de manera especial por una actividad. Eso es pasión. En definitiva creo que para definir pasión tampoco hay que dar demasiados rodeos, cuando algo nos apasiona, cuando eso ocurre, establecemos una afinidad tan placentera que se convierte en el aceite que engrasa nuestro motor y nos hace conducirnos por la vida con interés, con motivación. Nuestras metas, nuestros deseos, nuestra permanente caer en la tentación, y menos mal, la de vivir en paz con nuestro entorno. Todo eso es pasión.

La capacidad que tenemos los humanos para sentir, para emocionarnos para que nuestra conducta tienda siempre a saciar nuestros deseos y aspiraciones, el plantearnos objetivos, la planificación de nuestra vida como un continuo de felicidad, son precisamente las características que definen la pasión. Hacer las cosas con una intensidad y emoción que sobrepase radicalmente lo rutinario. Eso es pasión.

También, como en cualquier ángulo de la vida, en los asuntos públicos, la política, el espacio común, lo que nos hace sociedad, aspectos de la vida tan denostados pero tan presentes, son espacios privilegiados para que los objetivos compartidos se consigan con pasión y emoción. La Visión, Misión y Valores, lo que somos, adonde queremos llegar y los valores a desarrollar, están conceptualizando los aspectos de todo lo que estamos diciendo. Hacer cosas en nuestra vida privada, en nuestra vida “pública”, sí, pero con pasión, con esa intensidad positiva que mueve el optimismo. Trabajar para la ciudadanía, sí, pero con pasión por ella. Querer a los demás, sí, pero con pasión. No es baladí decir que por ejemplo está más que demostrado, aunque en puro reduccionismo, que las emociones dan más votos que los argumentos, y esto que no tiene que ser positivo, pero es irrefutable porque la política no son solo datos de una gestión, o una colección de logros cuantificables.

Se cuenta que en unas elecciones para Gobernadores en México un candidato a la reelección fue a dar uno de los muchos mítines de campaña electoral que ofreció en los pueblos y ciudades en los que se presentaba. En un mitin el orador fue enumerando todas las cosas importantes que había realizado durante su mandato: mejora de carreteras, algún hospital, mejora en las condiciones de vida de los más desfavorecidos e incluso, y eso en México es muy importante, algunos éxitos en la lucha contra los cárteles de la droga. Realmente era una persona que podía presumir de gestión, de hecho estaba muy bien considerado precisamente por eso, y él, consciente de esa situación, en los mítines iba desgranando uno tras otro eso éxitos cosechados en beneficio de la comunidad. Cuando llevaba media hora contando esos logros como digo, centros de salud, mejora en las comunicaciones terrestres, bajada del paro y de la delincuencia...desde el fondo del auditorio se levantó un señor que con un gran vozarrón le interrumpió para hacer su proclama: "Basta ya de realidades, queremos promesas".

Esa anécdota, real por más señas, retrata perfectamente lo que significa trabajar con pasión en la política, lo importante que es la idea de Promesa, reflejando la emoción de tener una visión para tu tierra concretada en, precisamente, esa promesa. La promesa de un mundo mejor, y cada uno desde su lugar, en ese mundo, puede trabajar con pasión, desmesurada o no, para que esa idea pueda ser una realidad que exija precisamente por su cumplimiento otra idea, otra nueva promesa. Ponerle pasión y emoción a su ejecutoria es lo que nos hace darle una condición épica y por lo tanto trascendental.

No quiero con esto hacer apología de lo emocional por encima de lo racional, que eso llevado al extremo, en lo público nos lleva a lo irracional y no quisiera que creyerais que hago una loa a los irracionales, que por ahí se empieza y se termina con discursos machistas, fascistas, totalitarios, de exaltación desmedida de conceptos como la patria… no, lo que pretendo argumentar no tiene mucho que ver solamente con el discurso político, por más que me ha parecido buen ejemplo lo del Gobernador de México, para decir al final que necesitamos emocionarnos, también en política, con líderes que nos hagan “sentir” que sean capaces de traducir en sus palabras, en sus gestos y sobretodo en sus acciones, nuestras aspiraciones individuales y colectivas.

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