Concha Velasco ha fallecido a los 84 años de edad.
Concha Velasco ha fallecido a los 84 años de edad.

¿Cuántas veces hemos escuchado eso de "se van los mejores" en relación con las supuestas virtudes de un finado? Muchas. Casi siempre. Recuerdo a Rubalcaba cuando decía que en España se entierra muy bien. No hay nada mejor que morirse para que hablen bien de uno. La vida de la fama de Jorge Manrique que suele disfrutarse si no has sido un auténtico cabrón en vida, y aún así siempre habrá personas que velarán sinceramente, que desglosarán las virtudes del ya cadáver.

Recuerdo vivamente alguna entrevista en la radio que le hicieron a Concha Velasco en la que ella reconocía que tenía un carácter bien difícil, que se las hacía pasar “putas” al entorno, fuera el entorno querido o no -que eso a ella le daba igual-. También escuché a Antonio Gala, íntimo amigo de Concha, que la definía en sus momentos más ásperos como un ser “insobrellevable”. También en esta semana podemos hacer grandes panegíricos de Shean McGowan, el líder del mítico grupo irlandés The Pogues, aunque todos sabemos que su vida, aparte de su brillantez como letrista, poeta y músico excelso, fue tortuosa, irrespetuosa…Que se vayan los “buenos” habla mal de los que nos quedamos –no puedo evitar recordar el día que mataron a John Lennon. No puedo evitar recordar y no sé si con nostalgia por aquellos tiempos de mi primera juventud. Estuvimos en la pandilla un año de particular luto, año en el que solo nos permitíamos poner en nuestros radiocasetes y tocadiscos canciones del Beatle asesinado–.

Se van hasta los cantantes más próximos a nosotros, como se fue Jesús de la Rosa, la voz de Triana, y también recuerdo que esa noche sí que fue desesperada, de amor y de tristeza. Se van familiares, se van amigos a los que echas de menos y, más que pena, te produce esa sensación de rabia egoísta. Sí, egoísta, piensas en ti, no en el muerto. Piensas en las obras de teatro que no podrás ver de Concha Velasco, no escuchar ningún poema nuevo recitado en la siempre ebria voz de McGowan, ni ensimismarte con el léxico de Gala, no hay más canciones de Lennon –bueno esto es relativo: Now and Then–, y por supuesto Jesús de la Rosa seguirá desesperándome todas las noches que el amor sea desesperado. Somos egoístas hasta en la muerte, no necesitamos la épica del que deja de existir, y buscamos redimirnos de esa ingratitud alabando artificialmente al que ya no tiene capacidad de defenderse de tanto halago.

Estaría bien que todos tuviéramos la oportunidad de escribir nuestro epitafio, nuestras últimas voluntades, nuestros secretos y opiniones al descubierto. Concha Velasco, por ejemplo, en otra memorable entrevista dijo que ella era y moriría siendo "guapa, socialista y española" –bueno lo último era irremediable de no entremeterse una secesión madrileña de por medio–. Yo no sé lo que diría, en cualquier caso, como no tengo biografía suficiente como para ser recordado por muchos, tampoco me importa como será el día después, en todo caso, como epitafio dedicado a aquellos que por mor de ser “protas” de algo que posiblemente no les correspondía, a los vagos torturadores que ni siquiera tienen conciencia de que los son, a todos esos que entonces hablarán bien de mí sin ni siquiera haber intentado conocerme, a todos ellos, como titulaba Julia Navarro en su libro, mi epitafio pondría: Dispara, yo ya estoy muerto

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