Dos personas, con mascarilla, pasean por Sevilla. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO (joseluistirado.es)
Dos personas, con mascarilla, pasean por Sevilla. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO (joseluistirado.es)

El mapa no es el territorio. Esa frase es la que recoge uno de los principios básicos de la llamada PNL (Programación NeuroLingüística), y que fue formulada por el lingüista Alfred Korzybski auténtico dinamizador del léxico de esta especialidad, la PNL, la cual trata de las técnicas, métodos y habilidades mentales que tenemos para conseguir determinados objetivos de manera eficaz. Es un modelo de comunicación que nos explica el comportamiento humano. La frase “el mapa no es el territorio” hace referencia a que todos y cada uno de nosotros nos hacemos una representación del mundo, de todo lo que nos rodea. Eso es el mapa, y éste no coincide, como cualquier mapa, con la realidad, de la misma manera que, pongamos por caso, los mapas de carreteras no son las carreteras, son representaciones de las mismas.

La realidad exterior a nosotros nos llega filtrada por los sentidos, y no se trata solo del funcionamiento óptimo de éstos, se trata de cómo y desde que perspectiva nos representan la realidad, de manera tal que si una persona le enseña un cuaderno a otra, ésta persona lo describiría, por ejemplo, en su color gris pero, sin embargo, la contraportada del cuaderno es roja. Conclusión: nuestros sentidos nos dan una información tamizada de la realidad. Los sentidos como el espacio y tiempo del que hablaba Kant y que las entiende condiciones o categorías que nos ordenan la realidad y el conocimiento. Son las limitaciones de nuestro Ser. La PNL es una interesante especialidad que entre otras cosas estudia la dominancia de uno u otro sentido para nuestro aprendizaje. Así hay personas eminentemente visuales, otras auditivas, olfativas…es la manera de percibir la realidad.

En estas fechas que vivimos, en esta especie de distopía cumplida (¿Cómo llamarán ahora a las películas de Ciencia Ficción sobre pandemias, epidemias…?) una de las cuestiones que más me han hecho repensar pasados, presentes y futuros en la concepción de la realidad, valoración de los hechos y el relato de lo percibido, es si verdaderamente la percepción de “fin de trayecto” es, permítanme la redundancia del concepto, real. Me explico: en el mundo mueren al año 500.000 personas de malaria, una enfermedad producida a través de la picadura de un mosquito que nos transmite unos letales parásitos. Esta enfermedad tiene cura con la prescripción de un tratamiento que combina varios medicamentos. Lo que ocurre es que se hace necesario seguir en el estudio y diseño de nuevos medicamentos porque estos parásitos con el tiempo se vuelven resistentes a la medicación. 500.000 muertos al año. Hoy, año 2020.

También a día de hoy en el mundo mueren al año unas 400.000 personas como consecuencia de las diferentes patologías (cirrosis, hepatocarcinomas, varices esofágicas…) que causa el virus de la Hepatitis C. Actualmente no hay vacuna aunque sí se dispone de medicamentos que reducen drásticamente la mortalidad. Esos medicamentos de última generación están en el mercado desde hace unos 9 ó 10 años. En España ha reducido, con su aplicación, de más de 6.500 fallecimientos anuales a poco más de 2.000. El medicamento, Sovaldi, fue objeto de polémica por sus coste, de hecho el gobierno de Rajoy se negó a pagar los aproximadamente 170 millones de euros que costaba la financiación del fármaco, una decisión que originó críticas feroces, no sin razón, de miles de afectados y familiares. Al final, después de un desgaste absurdo, el gobierno se avino a negociar con la farmacéutica y el medicamento llegó a los pacientes. Por el camino murieron o fueron dejados morir unos 4.000 españoles que no tenían capacidad económica para hacer frente al tratamiento. ¡En España, imagínense en África por ejemplo!

En definitiva con el ejemplo del número de muertes por malaria y Hepatitis C anuales en el mundo quiero poner frente a nuestros ojos datos que, si bien conocemos porque están a disposición de todos pero no les prestamos mucha cuenta, nos suenan como de otro planeta, como si eso realmente no nos afectara; es más, estamos convencidos que no nos afectan ¿Por qué? Pues es sencillo, si alguien llegara a enfermar de malaria en nuestro “primer mundo”, que los hay, tenemos disponibles sistemas sanitarios suficientemente robustos como para atender a esa persona y sanarla. Con la Hepatitis C lo mismo: el Sovaldi, que es como el Moet Chandon de los medicamentos para el hígado, solo disponible para paladares exquisitos y sobre todo pudientes, nada de ponerlos a disposición de países donde esa enfermedad es un factor de muerte insoportable.

Por tanto, lo que no percibo, o percibo con un mapa poco elaborado, no existe o su existencia la definimos únicamente por ese mapa mental que excluye la verdadera realidad de otras epidemias. Ahí está una de las claves lingüísticas/semántica del tema, la famosa diferencia entre epidemia y pandemia. Epidemia: afecta a territorios determinados. Pandemia: afecta a todos los territorios. Esta nos interesa porque nos afecta a nosotros y siendo así ya lo podemos tener claro, de igual manera que a nosotros nos infectan los legados socioculturales anglosajones y a la vez nosotros infectamos a otros con los nuestros  (fútbol y desprecio: ¿Habéis visto que siempre que se hace un reportaje o documental sobre el tercer mundo salen chicos con camisetas de equipos de futbol ingleses, españoles…?). Todo eso es exportar epidemias, la de repasarles por las narices nuestro modus vivendi. En mayor o menor medida, como en el poema de Beltor Brecht, nada nos importa hasta que nos afecta individualmente. Los nuestros y los otros. Y los otros son aquellos que mueren en esos países abandonados a su suerte por nosotros. Y los otros no nos gustan porque sean diferentes, no nos gustan porque son pobres, y que enferme un pobre es poca noticia. Ahora, sin embargo, un virus tan democrático como el Covid 19 mata a todos por igual (¿Se ofrecerá también la cura a todos por igual?)

Como conclusión. Esta desgraciada pandemia que nos tiene a la humanidad en vilo, es una muestra más, comparado con lo que los números nos dicen que, como poco, la incidencia y el caso que le hacemos tiene mucho que ver con lo de que el mapa no es el territorio. El territorio, la realidad es que hay zonas del mundo que están continuamente en situación de riesgo y con una mortalidad inadmisible y que a nosotros no nos interesan, a nuestros sentidos no les interesan porque son pobres y nosotros, el mundo europeo, el norteamericano…somos tan ricos que solamente tenemos dinero, pero para nosotros claro (Una organización global con la OMS que es la única que se ocupa de coordinar globalmente las estrategias de salud resulta que es vilipendiada por países del primer mundo lo cual trae consigo damnificados: los países pobres. Esperemos que cuando termine esta desgracia de Covid 19 nos entretengamos en dar solución a esos países, a esas personas a las que no queremos conocer o solo conocemos por el mapa que ya sabemos que no es el territorio.

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