Una urna, en un colegio electoral de Jerez. FOTO: MANU GARCÍA
Una urna, en un colegio electoral de Jerez. FOTO: MANU GARCÍA MANU GARCÍA

Voy a procurar recordar ese día. La fiesta de la democracia. Una jornada electoral más, pero que no es como las otras. Fue el día definitivo, el día en el que, de una vez por todas, íbamos a dirimir nuestras cuitas de manera pacífica, como lo hacen los países civilizados. Era la madre de todas las batallas y nos decían que la solución de todos los problemas. Era la votación, sin duda.

El día amaneció como tantos otros en primavera: buena temperatura y un aire limpio dirigido desde el este –viento de Levante—. Escuché la radio, como siempre, y allí repetían lo de la fiesta de la bla, bla, bla, y que si el día marcaría con mayúsculas nuestra historia…todo como siempre, pero todos sabíamos que no era como siempre. La campaña electoral había sido dura, y unos y otros no habían escatimado esfuerzos para aparentar mayor músculo en la calle, y cuando digo músculo lo digo tal y como suena: reyertas, peleas y así todo, muy elevado el tono porque todos se la jugaban, en definitiva se la jugaba el país al completo.

Hice lo de siempre hasta que a mediodía salí raudo al colegio electoral a cumplir mi obligación ciudadana. Iba preocupado pero contento, íntimamente convencido que esta vez sí, que esta vez se iba a conseguir de manera democrática, e incluso que no pasaría como en otras ocasiones en nuestra historia, que esta vez sí se iban a aceptar los resultados y, por los sondeos, y porque el ambiente que se detectaba en la calle era el de cambio, sin duda, eso me hacía caminar erguido, orgulloso y confiado hasta la sede electoral situada en ese colegio de monjas que tan poco tenía que ver con todo esto que veníamos a hacer la ciudadanía.

Por la hora, aproximadamente las doce y media, quizás más, vi salir de la iglesia anexa al colegio, a un puñado de personas muy mayores, que después de asistir a cumplida misa de domingo, se disponían a votar, porque eso sí, las personas mayores votan, votan muchos, por motivos antagónicos, pero votan, y estos que salían de la iglesia, iban a votar por aquello de que pensaban que era una buena oportunidad para no tener que ir a votar más.

Entré directamente a la zona donde se encuentran las cabinas dispuestas para dar oportunidad al voto secreto; a mí me da igual que me vean el voto, no tengo nada que esconder, pero me gusta entrar en las cabinas para echar un vistazo a las papeletas, así que una vez más, me dirigí a de una de las tres que habían puesto en lo que habitualmente es el hall de entrada del colegio.

Estaba muy concurrido el colegio, unas veinte personas, ora consultando los listados de residentes y votantes, ora haciendo cola para entrar en cabinas, otros charlando amigablemente con los policías que custodiaban el colegio y un niño Jesús del tamaño de un señor adulto que ejercía casi como anfitrión nada más entrar al lado de la puerta. Esperé un poco, unos cuatro o cinco minutos, y por fin me metí en la cabina más a la izquierda, justo al lado de la escultura del niño-dios.

Nada más entrar me di cuenta que algo no iba bien, la cosa no era lo que tenía que ser, y mi sorpresa fue mayúscula cuando comprobé que en las casillas donde tenían que estar colocadas las papeletas y los correspondientes sobres para la votación no estaban tales, y en su lugar solo había afiches de tamaño folio con una fotografía, también unos sobres que correspondían en su dimensión al de las fotografías… pero de papeletas de votación, nada de nada.

Salí urgente de la cabina, me dirigí primero al policía, después, ante la nula respuesta de éste, entre directamente en la clase de 2B, que era donde estaban las urnas, para, a voz en grito, darle a conocer al Presidente de mesa y a los asistentes lo siguiente: “Paren las votaciones, esto es un fraude, teníamos que tener dos papeletas para elegir en la votación pero en las cabinas solo hay fotografías, fotografías del….Rey de España.

Imagínense el alboroto, imagínense la de risas de la gente, imagínense lo que duele una bofetada de la policía, imagínense lo que es verte en una ambulancia directo al psiquiátrico… imagínense el ridículo. ¿Se lo imaginan? Vale, pues yo no. No me lo imagino porque por más que haya dicho Pablo Casado, ni hace seis, ni cinco, ni 20, ni nunca, se ha podido dar esa situación porque nunca ha habido una elección del Rey de España, ni con fraude, como hemos fabulado en este artículo, ni de verdad con dos papeletas en las que se pudiera elegir entre monarquía o república. Pero es lo que tienen los tiempos: un dirigente político dice que hemos votados al Rey actual, que en Canarias hay que bajar el IVA, que tiene un master de Havard hecho en Aravaca, y así todo. Demasiado poco nos pasa.

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