Como si de un reflujo se tratase, la marea que en 2011 inundó ayuntamientos, comunidades y finalmente el parlamento de la nación, se ha retirado dejando al descubierto una realidad política mucho más rica y plural. Una realidad que hace un año no sospechábamos. Hace cuatro años, ciudadanos de clases medias y trabajadoras confiaron en que la situación económica podría mejorar simplemente cambiando el Gobierno. Quizás a coste cero para ellos. No fue así. El coste ha sido altísimo y los resultados aún no se perciben con la suficiente claridad ni están a la altura de lo esperado de mucha gente.

Así, el país ha virado a la izquierda, sin que sirva de mucho atribuirse una victoria por la mínima en votos por parte del PP. Y la cuestión es que el vuelco hacia la izquierda se encuentra precisamente con una izquierda fragmentada. Una izquierda cuyas fuerzas pugnan en su seno por alcanzar el primer puesto para poder reivindicar así el liderazgo de los distintos gobiernos en sus respectivos ámbitos. Con el resultado del 24-M en la mano, el PSOE es el partido más votado de la izquierda, es cierto, pero también lo es que la fuerza emergente de la izquierda, Podemos (y sus marcas blancas) ha erosionado fuertemente ese liderazgo, particularmente en los grandes núcleos urbanos, la asignatura pendiente del PSOE desde hace años. Destacan en el mapa dos perlas, Madrid y Barcelona, donde candidaturas ciudadanas apadrinadas por Podemos llevarán sus cabezas de lista a sus respectivas alcaldías.

Ahora bien, para poder formar mayorías de progreso se requiere de una voluntad de pacto. Para que la izquierda se beneficie del desplome del PP, el discurso sobre “la casta”, calco del discurso de Anguita de “las dos orillas”, debe ser sustituido por otro más sutil, que busque la regeneración política y el rescate ciudadano, pero que no excluya a los partidos clásicos de la izquierda. En caso contrario el vuelco no se traducirá en cuotas de poder que pongan en marcha un cambio desde la izquierda.

En el ámbito de la derecha también se impone una cura de humildad y un reconocimiento de que las políticas de estabilización económica no se pueden hacer a costa del sufrimiento de la gente, pero sobre todo un ejercicio de transparencia y de regeneración democrática. Y en este caso se trataría de hacer de la necesidad virtud. La otra fuerza emergente, Ciudadanos, con la cual el PP podría pactar varios gobiernos, impone esta regeneración como condición. Empezar reconociendo los errores sería por tanto el primer paso para recuperar apoyos perdidos. El segundo sería reconocer que el espacio de centro derecha tiene un inquilino más.

En definitiva, tanto a izquierda como a derecha se impone acabar con posturas inmovilistas y dotarse de una cierta dosis de pragmatismo para poder constituir gobiernos estables.

Juan Antonio Cabello es licenciado en Ciencias Políticas.

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