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El pasado sábado ese banco amaneció en el suelo, no se sabe bien si víctima de una gamberrada o de un intento de robo, otro más, del patrimonio de una ciudad que cada vez da menos muestras de serlo.

Érase una vez un banco, de esos de forja muy labrados, vestigio de ese Jerez señorial y respetuoso consigo mismo. Era como los que aún quedan por algunas zonas de la Corredera y como los que había en el Mamelón y que se sustituyeron por esos bancos carentes de personalidad hace muy pocos años. El pasado sábado ese banco amaneció en el suelo, no se sabe bien si víctima de una gamberrada o de un intento de robo, otro más, del patrimonio de una ciudad que cada vez da menos muestras de serlo, y lo que es peor, de querer serlo. Se ha llevado todo el fin de semana ahí tirado, hasta que lo han recogido los empleados municipales o eso quiero creer que ha sucedido. Si ha sido así, estará en algún lugar indeterminado haciendo compañía a las espectaculares farolas que un día ornaron la Plaza del Banco. ¿Las recordáis? Estaban ahí, entre cuidadas y abundantes zonas ajardinadas, llamando la atención de todo aquel que paseaba por la zona, dotando de exclusividad a una zona que parece haber caído en desgracia. Ahora sólo podemos verlas en las fotografías que la gente cuelga en las redes sociales.

Si, por el contrario, el banco ha sido expoliado, tal vez esté sirviendo para exponer el perdido pendón de la ciudad. Si por el Códice Calixtino de Santiago de Compostela se movilizó a toda prensa del país hasta que se halló, aquí por el pendón ni siquiera los lugareños preguntan. El Códice se encontró, el pendón ya se sabe. Uno de los testimonios físicos más antiguos que teníamos y con más valor etnólogico desapareció sin dejar rastro, pasando a formar parte de una manera vergonzosa del baúl de los recuerdos de aquellos pocos que todavía se acuerdan de él.

Quizá el banco esté en una chatarrería junto a las columnas de hierro del antiguo cuartel del Tempul y las rejas y balcones del antiguo edificio de las bodegas Díez Mérito. O a lo mejor está con los letreros de forja del siglo XIX que se han ido llevando de las calles progresivamente, expolio que aún hoy continúa ante la pasividad de todos los estamentos de la sociedad. ¿Estarán sobre el banco los nombres de Rincón Malillo, Consolación o Juan Capitán, o por el contrario lo habrán utilizado para apoyar los azulejos perdidos del siglo XVIII con los nombres de Plaza del Mercado o Juana de Dios Lacoste, por ejemplo? Puede ser que algún día lo veamos en el mercadillo de los domingos de la Alameda Vieja, como ya se ha documentado en los medios en más de una ocasión.

Es allí, en la Alameda Vieja, donde se encuentra ese merendero romántico hermosísimo, que en la actualidad se muestra absolutamente arrumbado. Su restauración con cristales de colores no sirvió de nada, ya que la despreocupación, dejadez y falta de vigilancia hicieron pasto de él. Lo mismo sucedió en su día con el parque de la Rosaleda, por no hablar de las nefastas decisiones urbanísticas que acabaron con palacios como el del Salobral o el de los Álamos del Guadalete, iglesias como la del antiguo convento de San Agustín, la mutilación del Mercado de Abastos, la desaparición del ya mencionado cuartel del Tempul, o el destrozo del entramado de calles que antes formaban la plaza Belén.

Claro que el banco puede que esté en un lote junto a la boquilla de cobre de la fuente de la Plaza del Arenal que fue robada a principios de la semana pasada. Esté donde esté, y espero que sea a buen recaudo y que pueda ser repuesto a la mayor brevedad posible, la imagen del mismo tirado en el suelo durante tres días sirve como paradigma de la dejadez y el desprecio con que la administración local (y regional, por supuesto) trata un patrimonio que es de todos.

Puede que pienses que el banco sólo es eso, un simple banco; o tal vez creas que el pendón es un trapo viejo y apolillado y que las farolas perdidas son sólo palos de hierro sin importancia; quizá consideras los letreros de forja y las rejas expoliadas un sustento para quien necesita dinero urgentemente, justificando así su desaparición, o los parques defenestrados como hierbajos en los que no merece la pena invertir un dinero que en la actualidad puede servir para otros menesteres más urgentes. Y es que lo que por separado parecen elementos inconexos, unidos forman un todo que dota de identidad y personalidad a una ciudad y a las personas que viven en ella. Unidos conformaban un Jerez más jerezano. Pero ya no están, al igual que tampoco existe la esperanza de que se vuelvan a recuperar, con todo lo que ello conlleva.

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