poema_para_articulo.jpg
poema_para_articulo.jpg

El café sabía a rayos pero la mañana, a dos pasos del templete de la Alameda del Banco, estaba ayudándome a soportar el cambio de rumbo. Hacía horas que me había dejado arrastrar por la corriente como unos de esos veleros que se quedan sin velas ni mástil tras un huracán inesperado pero al menos me movía.., con esfuerzo pero lo hacía.

De la noche anterior, por fortuna, apenas quedaba rastro. Estaba todo dicho y demasiado claro: ella iba a formar parte de esos amores perros que se tiran por la borda y que vemos flotar en el horizonte durante semanas obligándonos a cuestionar si verdaderamente el tiempo existe o simplemente ha dejado de pasar.

Pero siempre pasa como pasó ella esa mañana.., enlutada en su pantalón vaquero barato, una camiseta blanca de tela y su carpeta de goma bajo el brazo. Aquel día tenía la misma cara que tendrá.., chupada en un gesto de dolor continúo y custodiada por dos ojos claros que no tienen que ser de aquí.

"¿Te gusta leer?", me preguntó después de presentarse con otra pregunta.

Dudé en responder. Dudé porque aquella no era la típica pregunta callejera que pide dinero, reclama una charla o meramente atención. “Sí.., me gusta leer”.

Me miró fijamente y me soltó, lejos de cualquier rastro triunfalista, que era escritora y que vendía sus textos por unos pocos euros.

¡Euros! Habló de dinero y desapareció de un plumazo la dudosa magia que parecía impregnar el momento. Habló de euros y ya no quería nada de ella.., yo que por aquel entonces pensaba -en mi estupidez- que los artistas podían vivir alimentándose del aire y ser felices entregados al amor.

La cosa es que aún así le compré uno de sus escritos. Le di las sobras que tenía, me observó, hojeó entre sus folios y sacó una hoja que me entregó doblada por la mitad sin darme la opción de ver lo que contenía.

“Gracias...” y se marchó. Y mientras lo hacía abrí el folio -muy despacio- para toparme con lo que era una amalgama de letras sin sentido, que se repetían obsesivas, hasta terminar convertidas en meras detonaciones, ya sin tinta, sobre el papel reciclado.

Me sentí estúpido con aquel papel en blanco por escribir. Aún la veía marchar. Destrocé el folio con toda mi rabia y lo dejé sobre la mesa junto al euro del maldito café y los restos de aquella mañana que tardaría mucho en olvidar.

Años después he vuelto a encontrarla aunque ella, sinceramente, no ha parado de toparse conmigo y con mi “No” como respuesta cada dos por tres. Pero hace una semana, como digo, decidí volverme a encontrar con ella y respondí que sí.., que me gustaban los libros y que quería leer algún escrito suyo.

"Tengo una hija", me hizo saber con su voz de alarma que lleva atada a la garganta. "Tengo dos euros. No sé si..."

Me regaló algo que más que una sonrisa, rebuscó en su carpeta a conciencia y extrajo una hoja. Desde mi asiento podía ver los párrafos negros como líneos de alambre y las manchas oscuras que dejan las fotocopiadoras en el papel malo.

“Gracias” y se fue...,dejándome con aquel folio entre las manos que hablaba de mí.

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído