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Hay políticos buenos, de verdad, sé que cuesta interiorizarlo, pero no es una ilusión óptica. No sé cuál será el porcentaje, pero están ahí.

En la primera temporada de la serie Homeland, Carrie, su protagonista, le dice a Brody: “¿No sería un consuelo dejar de mentir y por fin descansar?”. Esa misma pregunta podríamos hacérsela a muchos de esos cargos públicos que nos rodean y que no paran de afirmar que trabajan por el bien de este país y por sus ciudadanos. Ser político tiene que ser agotador y debe serlo, sobre todo, porque no tiene que ser fácil defender unas ideas públicamente y mantener otras en privado.

La fe en los políticos ha desaparecido en estos último años como un azucarillo se diluye en el café. Pocas personas creen en ellos y lo lamentable es que parece que tenemos una clase política que parece haber alcanzado el clímax gracias a esa impunidad que viene de la mano de unos cargos, de los que no se despegan ni con agua caliente (especialmente si son senadores o parlamentarios), y del acierto de tener amigos en todas partes. Porque si algo ha quedado claro estos últimos años también es que “no existe la justicia. Sólo partes satisfechas”, como afirma el maquiavélico Frank Underwood, en otra serie de renombre, House of Cards.

No obstante, yo soy de esas personas que está convencida de que hay políticos buenos, de esos que, aunque en peligro de extinción, verdaderamente creen en el sistema, pelean por mantenerlo y luchan con uñas y dientes por una ciudad, una región o un país mejor cada día. Son pocos, lo sé, pero están ahí (no me llamen ilusa, por favor). Es más, he conocido a alguno de esos políticos, que aunque no estén todos los días en la prensa, han hecho más por sus vecinos de lo que nos imaginamos. De hecho, incluso he conocido a alguno verdaderamente honorable, a priori una verdadera pieza rara, a la que una persona como yo admirará toda su vida. Hay políticos buenos, de verdad, sé que cuesta interiorizarlo, pero no es una ilusión óptica. No sé cuál será el porcentaje, pero están ahí.

Creer en ello viendo el panorama es muy complicado, soy consciente. Pero debemos tener algo de esperanza, ¿no? Mientras escribo estas líneas, leo la noticia sobre el presidente de la Comunidad de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, quien ha sido proclamado este sábado presidente del Partido Popular de la región con el 93,52% de los votos, a pesar de haber sido imputado por la comisión de cuatro delitos. Y me acuerdo de Rita Barberá, de Camps, de Jaume Matas, de la Operación Gürtel, de la Púnica, de los ERE andaluces, de la Operación Pokemón en Galicia… y me vengo abajo, la verdad. Y entonces me replanteo el párrafo anterior. Pero luego pienso una vez más en esas personas de las que hablaba antes y vuelvo a creer en la raza humana (o política). Porque hay políticos distintos y ellos son quienes nos ayudarán a los demás a derrotar este sistema injusto al que parece que nos hemos acostumbrado, nuestro particular Demogorgon (vaya frikada que acabo de soltar), que cada vez se esconde menos al otro lado de la línea roja. Porque acabar con las mentiras y creer de nuevo en la política y, como consecuencia, en el sistema, es una labor compleja pero necesaria, que debemos hacer todos juntos. 

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