Durante más de tres siglos, del XVII y al XX, la ciudad de Cádiz acumuló un pequeño tesoro que pasa desapercibido por callejero y cotidiano. Son 115 cañones, tatarabuelos del reciclaje, y 150 guardacantones, piezas metálicas o de piedra protectoras de esquinas.
Juntos forman una tradición patrimonial "única en el mundo. Hay algunas otras ciudades, Málaga, Jerez, en Hispanoamérica, que protegen algunos edificios con algunas estructuras similares, valiosas en algún caso, pero nunca, ni de lejos, son tantas, tan diversas ni tan antiguas".
Esa peculiaridad pasó demasiado desapercibida hasta principios de siglo XXI. El historiador Antonio Ramos Gil se especializó entonces en este tipo de piezas hasta el punto de que sus amigos le vacilan y le llaman "el padre de los cañones".

Su pasión documental e investigadora le llevó a recopilar una asombrosa cantidad de datos de estos pequeños tesoros que los gaditanos apenas saben valorar por pura costumbre, porque siempre los han visto ahí, "en la esquina del viejo barrio", como decía la canción de Rubén Blades.
Ramos Gil ha ofrecido decenas de conferencias y ha guiado cientos de rutas para explicar los detalles de estos elementos históricos, patrimoniales y arquitectónicos, pero la cumbre de su obra de conservación, la que los gaditanos le agradecerán algún día, es un libro.
Es el volumen de riqueza enciclopédica que publicó para la Universidad de Cádiz. Fue en el simbólico año 2012. Esa obra supone un antes y un después, un catálogo con el que muchos expertos y algunos vecinos aprendieron a valorar estas piezas.
Desde entonces es el vademécum para la custodia. Incluye mapas de localización, enumeraciones y división por época, origen o estilo.
Mitos, anécdotas, supersticiones
La información histórica que contiene es amplísima porque estas piezas, por lo común negras y mudas, están llenas de matices y mensajes. Antonio Ramos Gil recuerda que son testamentos de "la vida social, de las cocinas, los almacenes y la forma de vida de varias épocas, también de la actividad industrial por la trayectoria de varias empresas de fundición o de fábricas reales de armamento. Hablan del comercio con las indias", la célebre ida y vuelta.
En algunos casos, "pocos, ni mucho menos todos o la mayoría, eso es una leyenda", los cañones proceden de batallas como la de Trafalgar, de pecios hundidos en el puerto o en todo el Golfo de Cádiz.

Otros, muchos, aparecieron bajo tramos de muralla derruidos y fortificaciones que cayeron, al realizar obras, algunas tan recientes como el aparcamiento de Canalejas. Es decir, como sucede con los hallazgos arqueológicos comunes.
Los hay holandeses, turcos, ingleses, genoveses, franceses, alemanes, muchos españoles, se les puede seguir la trayectoria hasta fábricas reales en Cantabria. Distintas épocas, diferentes tamaños, tecnología bélica que evolucionaba.
Como curiosidad, todos los cañones de Cádiz, excepto tres, están enterrados (a veces sólo la mitad es visible en superficie) bocarriba. Por superstición o simbolismo se considera que así queda claro que ese cañón nunca disparará más, está vencido.
También es cierto, como justificación técnica que recuerda el historiador, que con la boca en el suelo la filtración de elementos externos (agua, suciedad, oxígeno...) en la pieza es mayor y su conservación se complica.

La obra de Ramos Gil establece que la primera constancia documental de un cañón o un guardacantón (piezas protectoras de piedra o metal sin esa función de artillería) para cubrir una esquina es de 1679.
De ese año es una orden municipal -o el equivalente de la época- en la que se pide a los dueños de una finca de Cádiz que cuiden esa estructura de guardacantón porque es foco de suciedad y acumulación de basuras.
"Eso no quiere decir que no existieran bastante antes de esa fecha pero es el primer rastro documental, la primera constancia escrita, la primera prueba".
De la diligencia hasta Amazon
Su función primordial era proteger las fachadas de las fincas gaditanas, en calles muy estrechas, de los roces de las ruedas de los carros, tan frecuentes y dañinos para la porosa roca ostionera. Aún conservan esa función, bromea Ramos Gil, "ahora protegen los edificios de las furgonetas de reparto".

Desde aquella fecha primera, no dejaron de crecer en número, tamaño y cuidado. Llegaron a ser cientos, más del doble, quizás el triple de los que se conservan ahora. Eran mayores o menores, cañones o placas casi de orfebrería, con cuidado diseño artístico en algún caso.
"Llegaron a ser un símbolo de estatus. Si el guardacantón o el cañón era lucido, cuidado, es que en esa finca vivía gente con dinero. Era una señal de ostentación, como ahora pudiera ser un coche".
Los más recientes, en el caso de los guardacantones, tienen el sello de su fundición, lo que permite hacer una división por orígenes. También la fecha de colocación y, en algún caso, un mínimo mensaje publicitario, el nombre del ultramarinos o bar que estaba en ese local.

Los últimos casos de colocación de guardacantones, no cañones, datan del primer cuarto del siglo XX.
Entre medias hay muchos recuentos municipales, catálogos y listas de catastro, policía municipal u otras áreas del ayuntamiento, en las que estas piezas aparecen y desaparecen, cambian de sitio, se mencionan o se omiten.
Con el inicio del franquismo se agravó el abandono. Un empresario quiso comprarlos todos, guardacantones -excepto los de piedra- y cañones, al Ayuntamiento de Cádiz en 1944.
Ofreció cien pesetas por tonelada para tener metal, materia prima con la que construir lo que faltaba en una España devastada por la guerra, que venía a ser casi todo.
Un empresario ofreció cien pesetas por tonelada para llevárselos todos en 1944, "afortunadamente el Ayuntamiento lo rechazó"
"Afortunadamente, el Ayuntamiento lo rechazó. No sé bien si con un criterio patrimonial, artístico, de conservación o por otras razones pero se negó. Hay prueba documental de la oferta, no de la negativa, no hay explicación pero se le dijo que no como es evidente".
Desde entonces se agravó el descuido, el desinterés por cañones y guardacantones, la posguerra y sus miserias no propiciaban el mejor momento para cuidar nada.

Ya después de la Transición, incluso hasta el cambio de siglo, la picaresca de viejos rentistas o de nuevos ricos propició casos de expolio. Algunos arrancaban un cañón y se lo llevaban. Así de simple.
También crecieron los casos de abandono, descuido. Una finca entraba en fase de reformas, se extirpaba el cañón o guardacantón y luego se le perdía el rastro en algún almacén por simple desdén. Uno de los casos más tristes fue el de la casa Rivadavia, de la Diputación.
Esa situación parece haber quedado en el olvido. Protegidos de forma patrimonial con categoría 0, "la máxima", ahora los casos de extravío más o menos involuntario son ya escasos, más infrecuentes.
Más allá de partidos políticos, cuestión de ciudad
El máximo experto, Antonio Ramos Gil, admite que la atención es mayor por parte de las instituciones desde hace más de 15 años.
Asegura que empezó a crecer el desvelo con el mandato de Teófila Martínez, se mantuvo firme durante los ocho años de Kichi y ahora sigue intacto con Bruno García como alcalde.
Una de las pruebas puede ser la campaña de restauración y reposición iniciada por la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Cádiz, en colaboración con la de Mantenimiento Urbano, el 8 de septiembre de este año, 2025, y aun en marcha.

Distintas piezas fueron retiradas debido a su deterioro, y ahora vuelven a ocupar su lugar tras un proceso de restauración que recupera su volumen, su pátina y, en ocasiones, su inesperada belleza.
Una de las piezas remozadas es las de Sagasta con Benjumeda, de 1899 y obra de la Fundición Gaviño —quizás la más activa en este apartado—, con cuerpo ornamentado mediante volutas y relieves que recuerdan a un pequeño retablo.
También están ya de vuelta el guardacantón de Sacramento con Alcalá Galiano o el de Carmen Coronada con Vea Murguía, más sobrio, rematado por una cornisa curvilínea que suaviza la silueta de la esquina.

Actualmente se trabaja en los guardacantones de los barrios de El Pópulo y Santa María, con un 80% del plan ya está ejecutado. Faltan por pasar por los talleres las piezas de los entornos de San Miguel y Palillero, entre otros.
Próximo paso, septiembre de 2026
El historiador Antonio Ramos Gil celebra este tipo de programas y ya piensa en el siguiente paso para resaltar el valor de estas piezas tan históricos como callejeras.
Con motivo de las semanas temáticas que el Ayuntamiento de Cádiz presenta cada mes de septiembre, propone que los mejores cañones o guardacantones, los más valiosos y peculiares cuenten con una placa informativa, en varios idiomas, como sucede con otros monumentos.
Lo dice mientras comenta y contempla el mayor guardacantón, en dimensiones, de la ciudad, el de la esquina de Sagasta con Tinte, sobre la fachada de un nuevo hotel de lujo que lo luce con esmero y brillo.
Parece que sobran los motivos para cuidar estos elementos. Sobre todo desde que un historiador decidió contárselos a todos sus vecinos.


