En estos tiempos revueltos de pataletas independentistas y de crisis identitarias, el sentimiento de pertenencia alcanza connotaciones negativas y hasta cierto punto insufribles. Sin embargo, estos días aflora en las redes sociales, uno de los mayores termómetro sociales de nuestros días, un cierto orgullo de clase y de conciencia colectiva entre todos aquellos que hemos nacido, criado y vivido en la populosa barriada de La Granja.
Cierto es que la agria realidad que destila la película Techo y comida del jerezano Juan Miguel del Castillo tiene el copyright de esta situación…, pero no deja de ser un espejo de la realidad de muchos ciudadanos y ciudadanas anónimos que pelean como jabatos cada día para sobrevivir a su propia intrahistoria. El relato de Rocío, encarnado por la actriz Natalia de Molina, ha jaleado conciencias y ha situado a mi barrio en el punto de mira de quienes aún no entienden que la crisis es más que números. Son puertas que no se abren, miradas de recelo calladas, solidaridad revestida de caridad trasnochada, de economatos rebosantes de miserias escondidas, de vergüenzas irascibles, de sentimientos rotos y de angustias silenciadas.
Pero este barrio, este pequeño pueblo dentro de la ciudad, esconde otras muchas visiones que los vecinos y participantes en la película han identificado como propias. Un estilo de vida, el de gentes humildes y sencillas, que ha forjado su personalidad y ha convertido en héroes y heroínas a quienes hacen de la empatía, la compasión o la humanidad sus grandes valores vitales.
Nacer en un barrio humilde no le hace a uno mejor persona, pero es indudable que en el natural proceso de socialización que desarrollamos como seres humanos nos lo marca el entorno. En Jerez, en Andalucía y en el mundo existen muchas barriadas de La Granja que difuminan entre sus rincones personas con una concepción de la vida de tesón y sacrificio, de consonancias obreras y hasta de lucha de clases. De empoderamiento natural, de esfuerzo colectivo y de realidades que te parten la cara.
En esa trastienda habitacional radica el climax de hostigamiento que ahora recorre el país. De pesadumbre, de carencias, de vacío, de sueños ausentes, y de anhelos estériles sobre un futuro que se antoja demasiado desalentador. Con todo, y como en las mejores fábulas también, la vida también incita a cierta moraleja: la que nos solivianta a vivir en la esperanza de tiempos nuevos y mayores cotas de bienestar.
A ellos como a otros muchos les traigo el ejemplo de Luther King cuando expresó aquello de que “si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol” .
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