El fin de semana pasado comenzó a emitirse en streaming la segunda edición de La Casa de los Gemelos, un reality show del tipo Gran Hermano pero sin la más mínima cortapisa. Quitando violaciones y asesinatos, todo está permitido. Los personajillos, carentes de todo escrúpulo, son como una versión 2.0 de la ignominia moral que veíamos en televisión. La vuelta de tuerca de la televisión tradicional consistió en pasar de Gran Hermano a una propuesta de telerrealidad algo más desquiciada: La Isla de las Tentaciones, un programa al que acuden parejas a pisotear, escupir y defecar sobre los escombros de su relación a cambio de convertirlos en famosetes de tres al cuarto.
Los Gemelos, en cambio, han doblado la apuesta, asegurando un espectáculo todavía más deleznable, más bochornoso; un freak show en el que individuos con serios problemas de control de ira y todo tipo de traumas a sus espaldas se escupen, se pegan, se humillan y vomitan todo tipo de comentarios homófobos, racistas y tránsfobos sin que exista represalia alguna.
Y mientras La Isla de las Tentaciones sigue funcionando relativamente bien para como están las cosas en la televisión tradicional y otros —más pacatos, más santurrones— como GH se desangran lentamente, el circo de los horrores de los Gemelos bate récords cada día que pasa, mostrando que la nueva televisión está, sin duda, en Internet y no en las cadenas donde nos hemos criado viendo todo tipo de programas junto a nuestra familia.
Y cuando veo algún fragmento de La Casa de los Gemelos, no puedo evitar acordarme de un deporte que en los últimos años se ha vuelto extremadamente popular en todo el mundo: las MMA o Artes Marciales Mixtas. Un deporte de contacto que resulta menos lesivo que el boxeo, ya que la ofensiva contra el adversario no se centra exclusivamente en propinar golpes a la cabeza, sino también en emplear llaves para neutralizarlo. Sin embargo, el boxeo, el deporte de contacto rey antes de que lo desbancaran las MMA, es un deporte que tiene reglas.
La tradicional lucha de caballeros, en la que dos se enfrentan cara a cara tan solo con los puños. Nada de patear al contrario —es indigno atacar con la parte de nuestro cuerpo que toca el suelo— ni de cogerlo por la espalda o aprovechar que languidece tirado en el ring para darle el golpe de gracia. Todo eso es repugnante. En las MMA, en cambio, pese a la indudable complejidad de las técnicas, el resultado se parece bastante a una pelea entre dos borrachos en un bar de pueblo: estrangulamientos, sangre por todas partes, codazos en la sien, puñetazos en la cabeza del contrario, ya sin conocimiento... A diferencia del boxeo, casi todo está permitido.
Y pienso en qué nos ha pasado para llegar a este punto. Por qué vemos con normalidad que nuestra sociedad se haya convertido en el pornófilo que empezó viendo vídeos convencionales de sexo amateur y terminó consumiendo los contenidos más abyectos. Que muchos de los frutos de la sociedad sean estos subproductos degradados —las MMA, La Isla de las Tentaciones, La Casa de los Gemelos…—, ¿qué dice de las raíces que los alimentan?



