La religión se ha puesto de moda. Esto es evidente, no hay que darle muchas vueltas. Basta con realizar un ejercicio bastante simple, aunque últimamente, para muchos, complejo: mirar de frente a la realidad. Y si miramos a la realidad, vemos a todo tipo de influencers que se convierten al cristianismo. Escuchamos a menudo a Ilia Topuria hablar de la importancia de Dios en su vida; vemos a Youtubers con millones de seguidores, como René ZZ, que abominan de su pasado nihilista para abrazar la fe; e incluso, hace poco, vimos a un modelo anunciar que iba a ordenarse sacerdote.
Dentro de esta corriente de conversión religiosa posmoderna, la última que lo ha proclamado a los cuatro vientos, como una salida del armario ateo, ha sido Rosalía. Y lo ha hecho a lo grande: haciéndose monja. Es broma, es broma. Únicamente ha anunciado la portada de su nuevo disco, "Lux", donde aparece una imagen de la artista vestida con hábito de religiosa. Lo que antes era, en la portada de su disco anterior, una reinterpretación de la Venus de Botticelli con casco de moto; ahora es una monja nimbada de esa lux divina que da nombre al disco. Y evidentemente esto no quiere decir que Rosalía anime a la gente a hacerse monja, como muchos medios (literales, alarmistas o, mejor dicho, clickbaiters) han anunciado.
Pero la realidad es que esto de ponerse un hábito para la portada de su nuevo álbum no es otra cosa que un ejercicio artístico. Rosalía utiliza la imagen de una monja como metáfora de la entrega a Dios, representando así el cambio que ha experimentado últimamente en su vida. Y esto, al parecer, ha provocado críticas. Críticas de, supongo, boomers que no están al tanto de lo que ha pasado en estos años. Jóvenes que han perdido el miedo a abrazar la tradición, el flamenco, la Semana Santa y, en definitiva, todo lo que siempre fueron los símbolos y referentes culturales del pueblo. Y, últimamente, también, la religión.
Todo de lo que tradicionalmente se apropió la derecha; ahora también lo ha abrazado la izquierda. Pero, ya digo, los medios de izquierdas, despistados, no se han enterado de nada y ven llamativo y extraño que una mujer, feminista, progresista —y todos los -istas que le señalan a uno como bueno— utilice una imagen de la quintaesencia de lo facha. Todo ello con el consecuente miedo de que vaya la chiquillería y la imite y quiera enclaustrarse en un convento a hacer punto de cruz y rezar el rosario. Predicciones infalibles. Ni el CIS.
En una entrevista para un pódcast, tumbada en una cama, comentaba la artista que sentía un deseo que no podía colmar de ninguna forma. Rosalía, neoplatónica ella, parecía afirmar, con Bécquer, que "en el mar de la duda en que bogo / ni aun sé lo que creo / sin embargo, estas ansias me dicen / que yo llevo algo / divino aquí dentro". O por decirlo con José Luis Tejada: "[...] yo sí necesito / saciar mi sed, desaforada, enorme / de eternidad, mi hambre desmedida / de infinito elevado al infinito". Es decir, tenía sed de Dios.
Y es que hemos llegado a un punto de no retorno. Hemos tirado abajo la casa y el ser humano ha quedado en la intemperie desvalido, triste y solo. En un mundo donde el amor es un producto de consumo, donde cada vez nos encontramos más aislados, más egoístas, y toda esa cantinela (no por repetida menos cierta) que ya nos sabemos. Donde todo se ha vuelto cada vez más polarizado, hostil, y con un horizonte borrascoso que amenaza tormenta. ¿La consecuencia de todo esto? Que la salud mental ha quedado arrastrada por los suelos; que actualmente tan solo hay dos nexos, como espadas, atravesando a todas las generaciones: la ansiedad y la depresión. Este es el pozo al que nos ha conducido la sociedad moderna, y este pozo pide, desesperadamente, luz. Peligroso mensaje el que vende Rosalía, sí: un poco de luz, un poco de esperanza.



