En la casa de los abuelos

Mi querida abuela comenta que antes no había tantas cosas o que al menos al pueblo no llegaban, y como no había nada que comprar, y aunque las hubiera no las necesitaban, ese tiempo lo dedicaban a otra cosa

Captura de pantalla 2023 05 19 a las 21.42.25

Ingeniero Técnico Agrícola.

En la casa de los abuelos.
En la casa de los abuelos.

Los años a algunas personas les hacen ganar experiencia del mismo modo que ha echar de menos personas, cosas o rutinas, que antes resultaban cotidianas, incluso aburridas y que puede que no le diéramos el valor que hoy en día le damos.

Con algo de fortuna, por curiosidad, por error o por mero aburrimiento, espero que este texto escrito como un homenaje a otro tiempo, a otras formas de vivir, pueda llegar a ser leído por algunas personas.

Desde el momento que me ofrecieron escribir este artículo tenía claro que le quería escribir a los/as abuelos/as. Creo que a bastantes de los que me lleguen a acompañar en las siguientes líneas, compartirán conmigo ese inmenso amor que se llega a sentir por ellos/as, los abuelos y las abuelas.

En mi caso en particular, por mi abuela Pepa, la única que he llegado a conocer, una mujer a la que todos/as quieren y cuando digo todos, me refiero a todos. Es querida como a pocas personas, por su buen talante y predisposición a echar una mano siempre que alguien la podía necesitar, sin necesidad de que se lo pidieran, ese tipo de persona que se implica, con un interés sin ánimo de recibir nada a cambio por hacer bien las cosas, con valores.

Durante su juventud en la casa de mi abuela Pepa nunca se vivió en la abundancia, en aquellos tiempos del hambre, como lo llaman muchos, pero mi familia, si es verdad que jamás pasaron hambre, en unos momentos en los que España estaba desbaratada. La gente de mi casa no comentan nunca que fueran tiempos difíciles para ellos, simplemente, "eran otros tiempos”. Son personas que tienen asumido el esfuerzo que tenía conseguir cualquier cosa.

Siempre han comentado que eran unos afortunados por tener huerta, una parte era para su consumo y otra parte para venderla en la plaza de abastos, también trabajaban a la “peoná”, en la aceituna, en el trigo, escardando lo que hubiera. Se adaptaron a vivir en aquellos tiempos, “distintos”, nunca difíciles, expresión adoptada, bien por el miedo que ahogaba a gran parte del país y nadie quería dar indicios de queja o insatisfacción, bien por la humildad de aquella gente, que vivían, con lo que escasamente conseguían con mucho esfuerzo.

Mi familia no era muy distinta a muchas otras familias de pueblo, la huerta les permitía ir viviendo sin “penurias”, para ellos era lo que había. Compraban lo que necesitaban y no podían criar, en otros puestos de la plaza de abastos o en las tiendas del pueblo. En aquellos años el sistema de comercio en los pueblos era otro muy distinto al que conocemos hoy día, no había tanto flujo de mercancías, ni eran productos tan elaborados como hoy día. En cada época se comía lo que daba el campo, los productos eran de proximidad, salvo muy contadas excepciones, como podía ser casi en exclusiva el pescado.

En la época a la que os hago referencia eran tiempos en los que, por lo general, las cosas se valoraban mucho más que ahora lo hace la mayoría, procuro evitar la generalización, que siempre hay excepciones y no quiero que nadie se sienta ofendido. Todo lo que se tenía era importante, las cosas se arreglaban, se evitaba dar las cosas por perdidas antes que tirarlas, porque se podían arreglar y porque estaban hechas para durar.

Hoy en día, gran parte de la sociedad se pierde en el consumismo, en muchos casos resulta más barato comprar algo que arreglarlo, nos cansamos o simplemente ya no lo queremos tener, no hay límites, explotamos los recursos, esquilmando el terreno hasta que lo dejamos agotado y, para colmo, lo rematamos con nuestras montañas de residuos, de esos mismos residuos que provocamos con nuestra locura de consumismo.

Gran parte de la sociedad actual vive afectada por dos graves enfermedades: la primera, la del consumismo, se nos olvida vivir, priorizamos consumir. En las ciudades de hoy en día ya no queda lugar para sentamos en las puertas con las sillas de nea, o en el escalón de la entrada a hablar con nuestros vecinos. Ahora vivimos con desconocidos, hablamos utilizando nuestras pantallas, los comercios de los barrios en demasiadas ocasiones los vamos viendo morir, a la par que se van jubilando las personas que los regentaban; ahora preferimos comprar por las mismas pantallas por las que chateamos, o ir a grandes superficies donde se agolpan montañas de productos que llegan de cualquier parte del mundo, normalmente de donde hayan tenido que pagar menos para producirlos, y donde probablemente los derechos humanos y medioambientales sean totalmente vulnerados.

La segunda de estas enfermedades es el narcisismo, el mundo del yo mismo, lo que piensen de mí será lo que perciban de mí, vivimos en el mundo de la imagen, de las fotos instantáneas; lo de hoy, mañana ya no sirve, porque ha pasado de moda, porque ya nos hemos cansado… La implicación, la constancia, la solemos utilizar solamente para nuestro beneficio, no por el conjunto, por el bien del grupo. Yo necesito esto, yo tengo derecho a lo otro, …

Las cosas para que salgan adelante necesitan esfuerzo, tesón, esmero, dedicación, implicación… y todo eso implica tiempo. Tiempo que no disfrutamos, porque vamos corriendo, para estar en mil sitios a la vez, solo por hacernos la foto instantánea que alimenta a nuestro narcisista “yo” de hoy, y volver a salir corriendo para buscar el próximo objetivo que alimente al de mañana.

Mi querida abuela comenta que antes no había tantas cosas o que al menos al pueblo no llegaban, y como no había nada que comprar, y aunque las hubiera no las necesitaban, ese tiempo lo dedicaban a otra cosa. Ahora tenemos máquinas que nos ahorran tiempo para poder hacer otras cosas, pero para comprar esas máquinas, para poder hacer esas otras cosas tenemos que trabajar y dedicar más tiempo a ganar dinero que a vivir de otra manera. Este batiburrillo, loco y desenfrenado, que he intentado expresar con palabras, finalmente, ¿nos compensa? ¿Nos compensa aumentar el ritmo? ¿Para qué?

No quiero terminar con una perspectiva desoladora, “todo tiempo pasado fue mejor”, cada uno tenemos nuestro tiempo, tiempo que tenemos que aprovechar al máximo, de una forma humilde, honesta… Nos toca reinventar muchas cosas, nos toca aprender de los errores y buscar soluciones, a lo que hayamos podido haber hecho mejor. No hemos vivido un momento en el que los flujos de comunicación son tan amplios ni tan inmediatos como ahora, donde podemos disponer de la información de cualquier persona en cualquier parte del mundo en cuestión de segundos. Aprovechemos todo eso en mejorar, en construir un mundo equitativo, con menos perjuicios, quedémonos con lo que beneficie a todos/as y desechemos aquello que solo esté a favor de un puñado. Salvemos nuestros entornos, salvemos nuestro yo, no muramos como Narciso, viviendo obsesionado por su reflejo.

Un placer haber podido compartir este viaje entre reglones con ustedes. Un saludo.

A mi querida abuela Pepa y a la memoria de José María, Diego y Rosario, haberme criado con sus historias y anécdotas, me han hecho valorar la vida de otra manera.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído