Una vista de Orea, bello pueblo de montaña.
Una vista de Orea, bello pueblo de montaña.

Trabajar para garantizar el futuro de un pueblo, ¡un solo pueblo!, es una labor ímproba, infinita, incesante, colectiva, compleja, honrosa y en una gran mayoría de casos, altruista y hasta arriesgada. Digo arriesgada porque si, como alcaldesa, te mantienes fiel al compromiso adquirido para con tu pueblo en el momento de tomar posesión, debes posicionarte SIEMPRE en la defensa del mismo y esto, os confieso, hace que en muchas ocasiones te veas obligada a atravesar situaciones incómodas, sabiendo con certeza que van a tener consecuencias personales. Es triste, pero es real.

Aunque no sea lo más adecuado utilizar términos bélicos, verdaderamente son incontables los flancos que hay que cuidar para atisbar el éxito, incluyendo la defensa de la dignidad del pueblo, tal y como defenderíamos la nuestra propia. Una dignidad que demasiadas veces se ha pisoteado, sin en muchas ocasiones, tener conciencia de ello. Son tan frágiles los equilibrios, que cualquier decisión desafortunada, puede dar al traste con años de trabajo.Por ello hay que armarse de ilusión, paciencia, tesón, fortaleza y cómo no, soportar la lluvia de meteoritos que caen, cuando tu pueblo pasa de ser un simpático y revoltoso caso de frenética actividad, a un molesto altavoz de reivindicaciones y empoderamiento.

Y ese es el infinito poder de las pequeñas cosas, que son las garantes de unos buenos cimientos que soporten el futuro de una sociedad que viva de cara a lo esencial. Esta es la realidad. Quien piense que la solución a nuestros problemas vendrá en formato de soluciones masivas y pan para todos…que espere en un buen asiento… No hay nada que una gran empresa pueda hacer, que no pueda ser llevado a cabo por una pequeña comunidad en un pequeño pueblo. Comunidades energéticas, centrales alimentarias, mataderos comunitarios, centros de procesado de alimentos con registro común, operadores de telecomunicación locales… Todo ello y más, es posible. Quizá se nos haya hecho pensar que necesitamos MACRO (y el apellido que sea), para salir adelante, pero no. No lo necesitamos.

Somos quienes custodian un inmenso patrimonio necesario para el conjunto de la sociedad. Para toda. Somos lugares llenos de infinitas oportunidades y no esos lugares vacíos, decrépitos y moribundos que se ha mostrado y que incluso se nos ha hecho creer que somos. En los pequeños pueblos sabemos lo que queremos. Sólo falta que se nos escuche. Que se nos atienda. Que dejen de preocuparse por nosotros y pasen a ocuparse, empoderándonos y no anulándonos.

El paternalismo con el que se ha mirado desde “arriba” a los pequeños pueblos, dando por hecho que todo el mundo sabe lo que necesitan menos ellos, acabó. Sin acritud. Sin tragedias. ACABÓ.  Y por eso, esa seguridad que da una mesa detrás de la que, desde un despacho, se puede hacer y se puede deshacer, con chinchetas en un mapa, sin contar con los actores protagonistas del territorio, DEBE ACABAR. Puede que haya quien se resista a entenderlo. Pero DEBE ACABAR.

Los pequeños pueblos ya no somos los peones que se sacrifican a antojo de quienes se sientan cómodamente en el asiento trasero del coche oficial. Porque estos pueblos, cada vez más, tenemos muy claro lo que queremos e intuimos que, si la lluvia de millones que se supone llegará para desarrollo e impulso rural, no tiene carácter finalista, una vez pasados los filtros correspondientes a través de las diferentes instituciones y las diferentes miradas de cada una de las firmas que se requieren, caerán en forma de pequeñas gotas limosneras, que apenas mojarán las sedientas gargantas del territorio.

Por ello, hacer y deshacer sin contar con el terruño, ya es tiempo pasado. Ya no hay pleitesía, ni conformismo. YA NO HAY SUMISIÓN.

Ahora, hay quien asiste noquead@ —sin llegar a creérselo—, esperanzad@, —creyendo que es posible que algo cambie—, alerta, —por si le salpica—, a esta situación desigual, en la que un minúsculo pueblo de montaña, cabecera de comarca forestal,  que lleva en sus genes preservar su espacio, se empeña en pedir justicia, frente una consejería regional que con absoluta insensibilidad toma la decisión unilateral, de quitar nada menos que el retén de incendios FORESTALES (con más de medio siglo de historia en Orea y mantenidas las infraestructuras por el ayuntamiento), con sus correspondientes 15 puestos de trabajo, para llevarlos al pueblo de al lado, alejándolo de la masa forestal más peligrosa y vulnerable, que conforma los bosques de cabecera de la CH del Tajo y sacándolo del Parque Natural del Alto Tajo, gastando en el camino más de 300.000 euros. 

Utilizar fondos públicos para llevar a cabo una acción que no atiende a ninguno de los tres pilares de la sostenibilidad, por criterios difusos y poco claros, es propio de tiempos superados e injustificable en los que estamos. ¿Alguien se ha planteado el terrible impacto que supondría la pérdida de estos bosques de cabecera del Tajo, que abastecen el agua que riega el Levante peninsular de Valencia, Murcia, Almeria...? Es más, ¿dónde están las compensaciones que debe recibir nuestra tierra, por esta agua que tanto sudor nos cuesta producir y enviar, en formato de preservación de espacios y de alojar pantanos?

En lugar de llegar compensación, lo que llega es ostracismo. Orea, con una dignidad que asombra, empuja por hacerse oír. La cuestión es: ¿Interesa lo que sucede en un pequeño pueblo de montaña?. ¿Es un tema tan local que no interesa?. Pues, salvo  que esto del empoderamiento local y la sostenibilidad, sea sólo para títulos de estrategias que luego nadie tiene intención de aplicar, debería interesar y MUCHO. ¿Por qué? Porque se trata de la punta del ICEBERG, que expone de forma descarnada, lo que ha sucedido repetidamente en las zonas rurales,  convirtiéndolas en marionetas oscilantes al albur de las simpatías de los sillones de turno, sin importar el impacto que esas decisiones pudieran tener en el territorio, llegando incluso a propiciar y generar enfrentamientos en el mismo, que es el peor de los escenarios, en la lucha contra la despoblación. Esto que está sufriendo este pequeño pueblo de montaña, debiera importar y MUCHO, porque es una de las causas que nos ha traído a la situación actual del medio rural.

Y aquellos pequeños pueblos que piensen que situaciones así no va con ellos, se equivocan. Quizá hoy no. Pero si no nos plantamos, todos a una, quizá mañana, ese servicio que tan seguro tienen en su pueblo, se vaya al de al lado por los motivos más peregrinos. 

La cadena es tan fuerte como su eslabón más débil. Los pequeños pueblos, seguimos soportando despotismo, ostracismo, abuso de superioridad y esta situación tan grave se mire como se mire, es MALTRATO INSTITUCIONAL y hay que ponerle freno. ¿Cómo se  consigue? Visibilizándolo y denunciándolo.

En nuestra mano está denunciarlo y lo hemos hecho. Sabemos que no es el camino más fácil, pero lo aceptamos y para nuestra sorpresa, con cada paso nos sentimos menos sol@s, con más apoyos y recibiendo ánimo donde menos lo esperábamos. Ahora visibilizarlo, está en la vuestra. Si permitimos que un pequeño pueblo sufra este maltrato, lo estaremos permitiendo todo. ¿De verdad crees que no te afecta lo que pueda pasarle a un pequeño pueblo forestal? A partir de hoy, cuando te hagas una ensalada, piensa cuáles son las terribles dificultades a las que se enfrentan quienes garantizan que esa comida llegue a tu mesa, incluyendo el origen de todo. El origen de la vida: El agua.

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