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Al margen de las creencias religiosas o la espiritualidad que uno pueda tener, ahora que la cuaresma nos regala los olores y la oportunidad de ponernos más místicos, al menos a mí me pasa, en una especie de revisión sobre planteamientos y que en agosto descartaría pensar plenamente, no puedo obviar nunca una fecha en el calendario. El miércoles de ceniza me acerco a San Miguel y contemplo la obra de José de Arce, el Santo crucifijo de la Salud. Y lo hago desde el agnosticismo y muy cercano al ateísmo. Quizás me pierdo muchas cosas cuando acudo a esa cita anual con esta perspectiva sobre lo divino y lo humano, pero actualmente es como las gasto. A continuación entro en la iglesia casi con apuro en una especie de subterfugio...

Tomar la calle San Miguel desde la plaza del Arenal después de tomarme un café y entrar en la parroquia me da muchas satisfacciones estéticas. Me transporto al barroco del siglo XVII y cuando me presento ante el cristo, en el sagrario, me quedo impresionado. No quiero menospreciar a ninguna otra imagen de nuestra ciudad. Pero en este caso me deleito, porque no tiene comparación alguna. Es un crucificado que visto en según que postura o ángulo cambia completamente. No hay una muerte más dulce en Jerez y se descuelga derramándose en una anatomía pluscuamperfecta. Su barbilla, lo menudo de su cuerpo desde cerca, lo titánico de su fuerza desde lejos y la sensación de tranquilidad que transmite su cuerpo descolgado son inexplicables. Dan ganas de rezar, sin quererlo ni saberlo hacer.

Llego y me siento un rato, el ambiente en penumbra lo merece. El retablo de Martínez Montañez con sus drásticos diablos en llamas me reclama la mirada contrastando la parsimonia de lo anteriormente comentado. Una sensación de alfa y omega donde el mismo Stendhal hubiese pasado las mismas fatigas dobles, como se dice por aquí abajo. El naranjo y el azahar hacen el resto y el olor a incienso me traslada a mi infancia. La opción de ser tajante con la imposibilidad de que existan cosas inexplicables, que obedecen a conceptos abstractos y que te dan la intuición de tener alma, me parece allí osado. Sí, sentado allí entre el magnífico besapie que los hermanos del Silencio componen me obnubilo. E incluso dudo.

Por eso creo que nadie debería perderse este evento o cita, al margen de que crean o no. Mis ideas me llevan a criticar a la iglesia y su repercusión en nuestra sociedad. Su papel en la historia y sus planteamientos sobre la vida y la moral no los comparto, pero aun así, desperdiciar esta oportunidad de oro ni me la planteo. Puede parecer una contradicción, pero quedo seducido y llevado a su terreno completamente cuando admiro su patrimonio. El arte sacro me puede. Han dominado esta faceta y la han promocionado en mecenazgos hasta el infinito, con la idea de evangelizar a las masas, pero.. menudos efectos colaterales para el resto ¿No les parece? El arte y la belleza.

No creo que se priven de escuchar a Bach porque sus obras sean sacras, pues con el Santo Crucifijo de Arce hagan lo mismo. Porque marca las diferencias en el tiempo, en el espacio y en lo que no se puede palpar ni comprender. La madrugada del Viernes Santo lo espera con la luna de Nissan cuando el relente maldito lo rozará por la calle San Pablo. Pero mientras esperamos a que sus hermanos nos den esa oportunidad, tan breve, vayan a San Miguel y en silencio vean y sientan porque es pura esencia.

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