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En una ciudad como Jerez, quebrada e intervenida económicamente, el problema es que el patrimonio no entra en la lista de cosas importantes o prioritarias para las cuales merece la pena presupuestar actuaciones.

Esta pasada semana se han publicado sendas entrevistas al delegado Camas en dos medios de comunicación. No voy a entrar aquí en realizar valoraciones sobre las mismas (más vale) por respetar el carácter aséptico desde el punto de vista político que la manifestación del próximo martes quiere plasmar, pero sí que comentaré un aspecto que me pareció especialmente grave y que refleja cómo el patrimonio jerezano se ha ido deteriorando y abandonando. Al ser preguntado por el futuro del Palacio de los Condes de Puerto Hermoso y del Palacio Pemartín, Camas reconocía que el Ayuntamiento no puede evitar ciertas circunstancias, que no son propiedades municipales (eso es cierto, pero no dejan de ser edificios de titularidad pública) y que el miedo o la inquietud que la gente pueda sentir ante sus desmantelamientos no es algo que la administración pueda canalizar de alguna manera. En fin, que ya no debemos sentir ni miedo ni inquietud, porque ya tenemos la certeza de lo que sucederá con esos dos edificios a medio o largo plazo: lo mismo que con el antiguo edificio de Díez Mérito, ni más ni menos.

En una ciudad como Jerez, quebrada e intervenida económicamente, el problema es que el patrimonio no entra en la lista de cosas importantes o prioritarias para las cuales merece la pena presupuestar actuaciones. La sociedad, en estos tiempos de crisis acuciante que ya tiene visos de convertirse en crónica, no entendería que se rehabilitara Riquelme, por ejemplo, pudiendo destinar ese dinero a cosas que la propia sociedad considera que son más perentorias y que están relacionadas directamente con cuestiones que afectan a las condiciones de vida de la gente. Mayoritariamente la opinión pública tiene unas aspiraciones demasiado cortoplacistas y cuesta inculcar un poco de perspectiva a las miras del personal. Es ahí donde la pedagogía juega un papel esencial. Si tenemos claro que un patrimonio rehabilitado, visitable y con uso revertiría económicamente de una forma bestial en la ciudad, ¿por qué no se asume y se explica sin miedo?

Sigamos con Riquelme: es evidente que a corto plazo no conviene realizar una inversión pública para su rehabilitación integral, pero también sabemos que con el paso de los años, no demasiados, ese palacio, en el entorno donde se ubica y teniendo alrededor otros referentes culturales, patrimoniales y turísticos, sería un foco de beneficios, no sólo económicos, que justificarían con creces esa ahora mismo contraproducente inversión. No voy a entrar ahora en comparaciones con otras ciudades y lo que supone para ellas el cuidado y la explotación del patrimonio, pero resulta más que evidente que en Jerez se está despreciando a la gallina de los huevos de oro.

Riquelme, San Blas, Montegil, Dávila, toda la calle Barranco y Plaza Belén, gran parte de Plaza San Lucas, Juana de Dios Lacoste, Santa María de Gracia, Cordobeses…. Son sólo algunos ejemplos de lo que estoy comentando y que ya son suficientemente conocidos. Ya si hablamos de calles cerradas o de otras que van camino de la ruina más absoluta, como Justicia, Liebre o la propia Francos, que sufren no sólo el abandono patrimonial, sino también el incivismo de muchos que se llaman a sí mismos vecinos, apaga y vámonos. Y no nos damos cuenta de que estamos dejando caer algo que forma parte de nosotros mismos, de nuestra identidad, porque el patrimonio es fruto y explica la historia de todos y es tan parte de nosotros como nosotros somos parte y fruto de él y de quienes lo levantaron y lo conservaron hasta nuestros tiempos. Luego, mirando por un sentido también económico, el patrimonio, en todas sus variedades (no sólo arquitectónico), es lo que dota de exclusividad a la ciudad, es lo que hace que una ciudad se diferencie de otra y, por tanto, lo que atrae a turistas y a visitantes a empaparse de lo que de exclusivo tiene Jerez.

La manifestación del próximo día 26, que partirá a las 20:30 de la Plaza del Mercado, se adentrará por parte de las zonas más descuidadas y arruinadas. Porque en ese papel pedagógico que debemos jugar todos respecto al centro histórico, no debemos ocultar la realidad ni tener miedo a mostrarla en toda su crudeza, ya que adquiriendo conciencia del problema es como se llega al descubrimiento de las solucionen que lo resuelva. Muchas veces leemos en las redes sociales comentarios del tipo “qué pena de cómo está el casco histórico” o “qué vergüenza”. Pues bien, esta marcha es el escenario perfecto para que se visualice físicamente ese malestar y esa percepción que tienen muchas personas en esta ciudad. Otros muchos seréis de la opinión de que una manifestación no sirve para nada. Y llevan razón: las manifestaciones por sí mismas no cambian las cosas, pero sin duda muchísimas cosas de todos los ámbitos de la vida han comenzado a cambiar a raíz de una manifestación.

El día 26 tenemos una cita con el patrimonio, con nuestro centro histórico y con nuestra ciudad al fin. El próximo martes demostraremos que se pueden expresar sentimientos en la calle de forma pacífica, silenciosa y cívica, porque somos conscientes de que el estado de nuestro centro histórico es todo él un clamor que es imposible contener. El martes os esperamos a todos, porque el centro histórico es de todos y de todos también es el deber defenderlo. Yo voy. Y tú, ¿vienes?

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