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Hay mañanas que uno llega a pensar si no merecería la pena pagar el precio de la independencia con tal de apartar a estos personajes, puigdemones, rufianes y jonqueras, de nuestras vidas de una vez por todas.

Cuando todavía no se han podido evaluar los daños del huracán Harvey, su terrible pareja, Irma, asola las islas del Caribe. En Méjico un terremoto de 8,4 siembra la destrucción y el caos repitiendo un ritual ancestral con una terrible y dramática carga telúrica. Moscú anuncia la muerte de Jalimov el Tayiko, ministro de la guerra del ISIS y de Al Shimali, uno de los más jóvenes emires del Califato y su responsable de fronteras, o lo que es lo mismo, el introductor de combatientes desde el mundo civilizado hasta las entrañas del terror. Y mientras todo esto ocurre en el mundo que nos rodea, aquí, en un rincón de la España plurinacional, Puigdemont y Jonqueras juegan a las casitas convirtiendo el Parlament en el oscuro objeto de deseo de sus traumas independentistas.

Y es que como afirma el novelista Sergio del Molino en una entrevista en El País acerca de su nueva novela: “quien no ha sido de joven un gran idiota corre el riesgo de serlo de adulto”. A la vista de los últimos acontecimientos queda claro que el president y su lugarteniente republicano perdieron su juventud en otras cosas y desaprovecharon la oportunidad de la que Del Molino habla cuando analiza su última obra.

El ciudadano normal asiste estos días, entre estupefacto y cabreado, a un espectáculo de dimensiones apocalípticas que escapa a la visión racional y razonable de quienes no pertenecen a la clase política. Y es que resulta difícil entender cómo hemos podido llegar hasta aquí sin preocuparnos de encontrar los acuerdos políticos capaces de neutralizar la marcha de los caminantes blancos del independentismo radical y su ejército del mal. Y ahora toca recurrir a la reina Targaryen y sus dragones de fuego sin darnos cuenta de que el joven cachorro Rufián, este sí que hace caso a Del Molino y aprovecha lo que le queda de juventud para ser un gran idiota. Cuando se le entrevista en un programa de televisión afirma que a él le gusta la Roja porque juega muy bien y quiere que gane el Mundial. Lo dicho, un joven gran idiota incapaz de contestar como se expulsa al ejército español de Cataluña o como se asume el control del espacio aéreo catalán pero muy preocupado de encontrar la fórmula para que el Barça y el Espanyol continúen jugando la liga española. Y es que como decía Boskov, fútbol es fútbol y lo demás cada día se parece más al Club de la Comedia.

Hay mañanas que uno llega a pensar si no merecería la pena pagar el precio de la independencia con tal de apartar a estos personajes, puigdemones, rufianes y jonqueras, de nuestras vidas de una vez por todas. Pero poco después te tomas el primer café y el cuerpo te va pidiendo una pasada de los dragones de Daenerys Targaryen a medida que te enfrentas a la tertulia de Los Desayunos de la 1 y el españolismo casposo se apodera de ti, aprovechando la saturación visual de tanta estelada independentista en manifestación y tanta imagen de la presidenta del Parlament, la señora Forcadell, a punto de hacer el casting para la segunda parte de Mujeres al borde de un ataque de nervios, una de las obras cumbres de la filmografía de Almodóvar.

Pero dejando a un lado la comedia, admito mi preocupación por los próximos días. La caldera ha alcanzado su máxima presión, hay que elegir entre abrir la válvula de presión o echar más leña al fuego y lo que veo en estos días entre quienes tienen la máxima responsabilidad política en uno y otro lado es un intento de imitar a Groucho cuando en la película Los Hermanos Marx en el Oeste grita con histriónica desesperación: “Traed madera”.

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